El 17 de agosto de 1850, José Francisco de San Martín falleció en Boulogne-sur-Mer, Francia. Las peripecias que debió hacer la muerte para doblegarlo, ya las repasamos el año pasado, ahora hablemos de su testamento y su legado. 

Con una salud desmejorada, el 23 de enero de 1844 (ya tenía 65 años, toda una hazaña etaria para la época), San Martín redactó su testamento en París. Con una intro rimbombante, el documento empieza con "En el nombre de Dios Todopoderoso, a quien reconozco como Hacedor del Universo: Digo yo, José de San Martín, Generalísimo de la República del Perú y fundador de su libertad, Capitán General de la de Chile y Brigadier General de la Confederación Argentina que, visto el mal estado de mi salud, declaro por el presente testamento lo siguiente".

La primera cláusula del testamento estableció "dejo por mi absoluta heredera de mis bienes habidos y por haber, a mi única hija, Mercedes de San Martín, actualmente casada con Mariano Balcarce". Al parecer el Libertador se olvidó de algunos hijos.

Como ya dijimos en otra oportunidad, Ignacio García Hamilton, en su libro “Don José”, consigna otros hijos de San Martín. Dos supuestos que tuvo en Perú: uno con Jesusa, su criada y otro con Rosa Campuzano Cornejo, activista independentista peruana y amante reconocida del Libertador, que en el país inca tiene el título de “Protector del Perú”. Ésta, para confirmar la relación, era llamada “Protectora del Perú”.

Asimismo, en julio de 1822, San Martín protagonizó el histórico encuentro con Simón Bolívar en Guayaquil, pero aparentemente se encontró con más personas porque en abril de 1823 nació un niño que recibió el nombre de Joaquín de San Martín y Mirón. Su madre, Carmen Mirón y Alayón, así lo bautizó y se murió afirmando que su hijo era un San Martín. El Instituto Genealógico de Guayaquil lo reconoció recién en 1972 como hijo del General. Sin embargo, a la luz de la historia, Merceditas (que ya para este entonces contaba 28 primaveras y el "itas" le quedaba chico) fue la única descendencia de San Martín.

Bienes

En cuanto a los bienes, Don José, mediante el cobro de pensiones honoríficas por parte de los países a los que había prestado servicio y ciertas operaciones realizadas con sus ganancias como militar, logró tener varias propiedades en Francia y percibir rentas por propiedades que tenía en Argentina y Perú.

Él mismo decía "mi juventud fue sacrificada al servicio de los españoles, mi edad mediana al de la patria, creo que tengo derecho de disponer de mi vejez". Ciertamente, no murió pobre como otros próceres. Poco tiempo después de su muerte, su hija Mercedes y su esposo Mariano Balcarce compraron un castillo que había pertenecido al rey Luis XVIII en el apacible pueblo de Brunoy. Allí vivieron cómodamente por el resto de sus días junto a sus dos hijas.

En la segunda cláusula se dispuso una renta vitalicia para su hermana María Elena (la única mujer entre los San Martín y Matorras) y para la hija de ella, Petronila. Sus hermanos varones Juan Fermín y Justo Rufino habían muerto en 1822 y 1832, el único hermano que quedaba vivo al momento del testamento era Manuel Tadeo, pero la relación de José con sus hermanos varones -también militares- fue fría y distante después de que decidiera abandonar el ejército español para luchar por la independencia americana.

El apoyo a Rosas

La tercera disposición fue toda una declaración de principios y algo que ha irritado a más de un historiador: "El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataron de humillarla".

La victoria diplomática de Argentina sobre Francia a raíz del bloqueo francés al puerto de Buenos Aires entre 1838 y 1840 fue vista por el General San Martín como una verdadera hazaña al punto tal de ofrecerse como soldado de Rosas, escribiéndole con total convicción "tendré siempre una completa satisfacción en que usted me crea sinceramente su apasionado servidor y compatriota".

La adhesión de un personaje de la talla de San Martín por la causa de Rosas fue intencionalmente ocultada por el sector liberal que se encargó de manipular la historia oficial del país durante años y que aborreció la etapa rosista, al punto tal que en 1897, cuando Manuelita Rosas (hija de Juan Manuel) envió desde Londres el sable a raíz de un pedido del Museo Histórico Nacional, su llegada al país estuvo marcada por la indiferencia y la placa de bronce con la reproducción de la cláusula testamentaria en la cual San Martín le legaba el sable a Rosas que se encontraba adosada a la caja que lo contenía, fue arrancada como una burda pretensión de borrar las intenciones de San Martín.

Nada de funeral

La cuarta disposición hecha por el Libertador en su testamento fue: "Prohíbo el que se me haga ningún género de funeral y, desde el lugar en que falleciere, se me conducirá directamente al cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires".

Fue por esto que recién el 20 de agosto de 1850 se hizo un modestísimo cortejo fúnebre con sus familiares y amigos y el féretro de San Martín fue llevado a una bóveda de la catedral (no al cementerio, desoyéndolo) de Boulogne-sur-Mer.

Su voluntad de descansar en suelo argentino se cumpliría recién 30 años después, cuando sus restos fueron repatriados en 1880 y depositados en el mausoleo construido en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires (de nuevo, no en el cementerio), donde todavía reposan.

El féretro del Libertador se ubica de forma inclinada dentro del mausoleo, ya que el ataúd resultó ser más grande de lo que los proyectistas del mausoleo calcularon. Podemos ser románticos y decir que San Martín era más grande que cualquier homenaje o ser realistas y señalar lo flojo que fue proyectar un mausoleo sin ni siquiera informarse de las medidas del ataúd del homenajeado... .

Su testamento va cerrando con una declaración patrimonial como quinto punto ("Declaro no deber ni haber jamás debido nada a nadie") y con una sexta manifestación dedicada a su familia, reconociendo a su hija Mercedes su "constante cariño y esmero", lo cual le posibilitó una "vejez feliz", abrazando "con todo mi corazón" a sus nietas (María Mercedes y Josefa Dominga) y reconociendo en su yerno Mariano, "honradez y hombría de bien".

La cláusula que cierra el testamento está dirigida al pueblo de Perú: "Es mi voluntad el que el estandarte que el bravo español Don Francisco Pizarro tremoló en la conquista del Perú, sea devuelto a esta república (a pesar de ser una propiedad mía), siempre que sus gobiernos hayan realizado las recompensas y honores con que me honró su primer Congreso". El estandarte llegó a Lima en 1861 pero en una revuelta popular en 1865 fue destruido.

¿Y a nosotros nos quedó algo? Quizás no nos quedaron propiedades, tampoco una generosa pensión para toda la vida, mucho menos reliquias como un sable libertador de tres países o el estandarte de un colonizador. Pero sí principios de los cuales, como argentinos, somos herederos y la falta de aplicación de muchos de ellos nos han llevado a nuestros infiernos.

 "En defensa de la patria todo es lícito menos dejarla perecer", "Hace más ruido un solo hombre gritando que cien mil que están callados", “La (…) educación universal, es más poderosa que nuestros ejércitos", “La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas", " La patria no es abrigadora de crímenes", "Cuando hay libertad, todo lo demás sobra" … . Aplicando sólo algunos de estos conceptos, podríamos estar mucho mejor. Ahora bien, si usted aún sigue prefiriendo un castillo medieval en Brunoy, en lugar de este legado…ya no sabría qué decirle.

 

*Integrante de la cátedra de Historia Constitucional Argentina de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario. @dehistoriasomos y www.dehistoriasomos.com