El gobierno estuvo contra las cuerdas, pero esquivó dos o tres mandobles que se le venían a la mandíbula y ahora ya cree que puede noquear. La metáfora boxística parece mucho más certera que la meteorológica que le dijeron que use al presidente Mauricio Macri. El viernes en Mendoza volvió a mencionar a la “tormenta” y perfeccionó la descripción: “Atravesamos seis tormentas”, dijo con seriedad. Toda la referencia es a la supuesta “tranquilidad” del dólar que terminó estos días a la baja y sin intervención del Banco Central.

Pero si bien en las últimas horas el tema de la agenda pública no fue la cotización de la divisa norteamericana, los precios comenzaron a ganar un protagonismo inusitado. El kilo de pan llegó a los 100 pesos en el país que fue mundialmente famoso en la segunda guerra mundial por producir trigo en cantidades suficientes como para abastecer a gran parte del globo. La situación aquí no difiere de otros rubros: Si bien ahora le restablecieron una mínima retención a los exportadores, la necesidad de producir para vender afuera en dólares se paga en la mesa de los argentinos. En la semana la bolsa de harina quedó sin precio y se llegó a pagar hasta mil pesos.

Lo mismo pasa con la tarifa del gas. “Han transformado un servicio público en un commodity más”, se quejaba un especialista al hablar del precio exorbitante que se paga en los domicilios y en las industrias. “Lo que quieren es excedente para exportar sin tener en cuenta si la gente puede o no asumir esos costos internamente”, agregaba el experto.

Con todo, el gobierno tuvo que tomarse un trago amargo de su propia medicina. Reimponer retenciones y analizar la posibilidad de modificar impuestos a los Bienes Personales radicados en el exterior. Por eso se deshicieron en disculpas para los exportadores de todos los segmentos. Eso sí, no se escuchó ni el más mínimo perdón para todos los argentinos que pagamos tarifazos que están por las nubes. Tarifas en dólares y salarios devaluados en pesos, no hay frase que explique mejor y más sintéticamente lo que estamos viviendo.

El gobierno podrá tranquilizar estacionalmente a los mercados que ya se llevaron casi todo lo que tenían que llevarse. Sus ministros y secretarios dejan los cargos con serenos poemas hindúes porque tienen su patrimonio a resguardo en el extranjero; pero lo que no puede esquivar el macrismo es a la gente en la calle. Si no son muchos, reprime ferozmente. Pero si las manifestaciones son masivas no puede esquivar el desgaste al que esas marchas lo someten.

Aún así confían en el núcleo duro que cree que las penurias actuales se deben a la herencia recibida, la corrupción pública, la cantidad de empleados estatales y los planes sociales que se distribuyen. Lo que no hay que perder de vista es que este presidente no busca ser amado por su pueblo ni quedar en algún bronce. Lo que busca es cambiar la Argentina para reprimarizar su economía y dejar de lado la histórica tradición del mercado interno, la productividad, el pleno empleo y la demandante movilidad social de una clase media que hace a este país único en América Latina.