Argentina se prepara para acoger la reunión del Grupo de  los 20 (G-20) los días 30 de noviembre y 1º de diciembre en la ciudad de Buenos Aires. También prevé un gran operativo de seguridad para contener la contracumbre que ya el año pasado causó estragos en Hamburgo, Alemania, obtuvo mayor notoriedad que la cumbre y dejó claramente expuesto el malestar de un sector muy amplio de la población mundial respecto del curso de la economía.

¿Qué es el G-20?

El G-20 reúne a los países más industrializados con los más importantes países emergentes del planeta. Está compuesto por la Unión Europea (UE) y 19 países, a saber, Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica y Turquía. En conjunto, sus miembros representan el 85 por ciento del producto bruto global, dos tercios de la población mundial y el 75 por ciento del comercio internacional.

Es por eso que, desde un punto de vista formal, el G-20 constituye el mayor foro planetario de interconsulta y cooperación centrado en la economía global, pero especialmente en temas relacionados con el sistema financiero internacional. Se supone que pretende estudiar, revisar y promover debates sobre temas comunes a los países industrializados y las economías emergentes, para mantener la estabilidad financiera internacional, y también para abordar cuestiones de alto impacto mundial que permita proponer soluciones o, al menos, trazar rumbos a seguir.

Desde un punto de vista más realista, el G-20 desplazó desde 2009 al G-8 -que reunía a los siete países más industrializados del planeta más Rusia- y se convirtió en el vértice del poder visible de la  conducción de la economía mundial.

Pero la situación actual, caracterizada por la guerra comercial entre los Estados Unidos y China, el divorcio del Reino Unido de la UE (Brexit), la parálisis del Mercosur y el aumento de tasas de interés por parte de la Reserva Federal de los Estados Unidos, muestran a las claras a una economía global que tras un crecimiento pujante en los últimos años, está dando señales de fatiga.

En tal sentido, el G-20, que emergió como un progreso frente al G-8 en lo que se refiere a la ampliación de la base de países con poder de decisión sobre el curso de la economía global, se muestra falible y hasta cuestionable al momento de proponer soluciones y acuerdos consistentes.

Contracumbre

En abierta oposición al rumbo que propone el G-20, la denominada contracumbre consta de dos aspectos. Un encuentro de cinco días de duración denominado Primer foro mundial de pensamiento crítico, en el cual exponen distintos políticos y académicos con un claro pensamiento crítico hacia el capitalismo global, y las marchas de protesta que se realizarán en simultáneo con la reunión cumbre, durante los días 30 de noviembre y 1º de diciembre. Esas marchas apuntan a opacar el encuentro, caracterizado por el hecho de que los medios de comunicación de todo el mundo estarán transmitiendo lo que suceda en Buenos Aires, donde el gobierno argentino recibirá a los líderes políticos más importantes del globo.

En definitiva, la contracumbre apunta a poner de relieve aquello que generalmente no se ve o no quiere ver, que es la disconformidad de una parte importante de la población mundial respecto del  sistema económico capitalista en su etapa global, que privilegia a la economía sobre la política, al sector financiero sobre el desarrollo comercial e industrial, a la producción sobre el ambiente, a la ganancia sobre el bienestar, a la acumulación sobre la convivencia y, en definitiva, a la cifra sobre la persona humana.

El inconveniente que se suscita con las contracumbres, es que pueden ser utilizadas como ámbito propicio por grupos extremistas organizados para cometer desmanes, atentados o cualquier tipo de acto violento. Con esa clase de acciones, esos grupos ganan visibilidad a costa de desnaturalizar el sentido último de las contracumbres, que apuntan a todas luces a reclamar por un capitalismo más humanizado y no por su destrucción.

¿Que esperar?

La actualidad muestra al paladín del liberalismo -los Estados Unidos- como defensor del proteccionismo, y a un régimen autocrático comunista -China- como defensor del libre comercio. Teniendo en cuenta ese solo dato, puede esperarse cualquier cosa.

Aunque la economía global crece, hay indicadores como los ya mencionados que hacen pensar en una desaceleración de ese crecimiento en 2019. El cambio climático impacta cada vez más sobre el ambiente pero los líderes de los países más industrializados del planeta ya dieron claras señales de que eso no les importa. La tendencia de los países emergentes es a imitarlos, o así al menos lo manifiestan los líderes en ascenso, como el brasileño Jair Bolsonaro.

Las democracias tradicionales aparecen debilitadas en un foro en el cual los liderazgos más fuertes son los del presidente chino, Xi Jinping, quien gobierna un país que no es democrático, y el ruso Vladimir Putin, quien ejerce un liderazgo autoritario tras una fachada democrática. Los modos de Donald Trump ponen permanentemente a prueba su democraticidad y la alemana Angela Merkel -la mayor líder demócrata en sentido tradicional- se encuentra en el ocaso de su vida política. La ultraderecha crece en distintos puntos del planeta de manera paralela al descontento y el desconcierto de aquellas personas que desde hace tiempo asocian democracia con pobreza, o con corrupción, o con desempleo o con falta de decisión.

En ese contexto, no parece haber perspectivas demasiado optimistas para el encuentro del G-20 en Buenos Aires. A ello se agrega la negativa del presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, a acompañar al presidente en ejercicio, Michel Temer, en su visita a la Argentina. La gestualidad política de Bolsonaro deja establecido desde antes de empezar su gobierno que el Mercosur y Argentina son algo totalmente secundario en sus prioridades. Y no ser prioridad para un socio es, por lo menos, un mal augurio.

En lo que respecta al G-20 como organización, puede anticiparse que la ampliación de la participación de actores internacionales en el proceso de toma de decisiones globales es aún insuficiente. Una verdadera democratización de las decisiones económicas y financieras globales hace necesaria la inclusión de nuevos actores, ya se trate de países, bloques regionales, actores no estatales u organismos internacionales.

Mientras tanto, millones de personas en países desarrollados y en vías de desarrollo, del norte y del sur, del este y del oeste, débiles y poderosos, esperan un mensaje esperanzador en un mundo con futuro incierto.