Es un hecho que el gobierno de Donald Trump elevará el gasto en materia de defensa. De ese modo, el Pentágono contará con los recursos necesarios para mejorar su arsenal, especialmente el nuclear. Estas decisiones son consecuencia de la percepción de la actual conducción estadounidense, que identifica a China y a Rusia como dos peligrosas potencias imperiales dispuestas a disputarle hasta el último centímetro de poder en cada rincón del planeta.

La percepción estadounidense no es completamente errada. En los últimos años tanto el gobierno chino como el ruso aumentaron sus respectivos presupuestos militares y han crecido en cantidad y calidad armamentística. La dirigencia política de ambos países tiene claro que disputarle poder a los Estados Unidos, ya sea político, económico o cultural, puede tener consecuencias bélicas y, en ese caso, una inferioridad militar tangible significaría el fin de la discusión, con un claro beneficio para quien disponga del mejor arsenal.

Además, existe otra realidad y es el negocio de la guerra. Los tres países también nutren sus respectivas economías mediante la provisión de armas y logística militar proporcionadas a otros países o grupos militarizados no estatales en todo el mundo.

Lo que diferencia a los Estado Unidos de China y Rusia, está vinculado a algunos temas ideológicos y comunicacionales. Por tratarse su país de la cuna de la democracia representativa, los estadounidenses no pueden asumir ni reconocer que son de hecho una potencia imperial. Es por eso que disfrazan ideológica y comunicacionalmente cada invasión como una “intervención” para “restaurar la democracia”. Reclaman la defensa de los derechos humanos pero siempre en países considerados adversarios. Inventan escaramuzas que posteriormente justifican su irrupción en pos de la “defensa de la seguridad nacional” o de “la paz y la seguridad” globales.

La dirigencia política de Rusia y de China no es éticamente superior a la de los Estados Unidos, pero al no reconocerse como democracias, no tienen tantas ambigüedades y no temen mostrar su pasado ni su presente imperialista.

No se metan con el “patio trasero”

El gobierno de los Estados Unidos hizo una advertencia respecto del creciente protagonismo de China en Latinoamérica, en una evidente señal de preocupación por la competencia económica entre ambas potencias en la región. China se está afianzando en Latinoamérica usando su poder económico para arrastrar a los países latinos a su órbita. La pregunta que se formula el secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, es: ¿a qué precio?.

Antes de iniciar una gira regional, Tillerson también calificó de “alarmante” la mayor presencia de Rusia en Latinoamérica y su venta de armas a países enfrentados a los Estados Unidos.

Pero Tillerson demostró especial preocupación por China, segunda potencia planetaria, a la que se refirió como un “poder imperial” y un posible “depredador” que incursiona en Latinoamérica sólo en busca del beneficio propio, como si los Estados Unidos hubieran hecho alguna vez algo diferente. Resultan hasta risibles algunos de los comentarios de Tillerson, quien expresó que China “ofrece la apariencia de un camino atractivo para el desarrollo, pero esto en realidad implica a menudo el intercambio de ganancias a corto plazo por la dependencia a largo plazo”. Parece una descripción de la política desplegada por su país en los últimos 150 años.

Al parecer, la gira latinoamericana de Tillerson -que incluirá México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica- tiene como propósito contrarrestar simultáneamente la creciente presencia de chinos y rusos, pero también los desaguisados de su jefe político, Donald Trump. El presidente retiró a los Estados Unidos del Tratado Transpacífico de Cooperación Económica, un acuerdo comercial con países latinoamericanos y asiáticos que buscaba reducir la influencia china. Permanentemente amenaza con construir un muro en la frontera con México, país al que transformó de aliado en rival comercial. Además, Trump puso en jaque el Tratado de Libre Comercio de América del Norte o NAFTA, suscripto entre su país, México y Canadá al abrir una renegociación de consecuencias imprevisibles. Como si eso fuera poco, usó reiteradamente palabras despectivas al referirse a inmigrantes provenientes de países latinoamericanos o caribeños.

La duda es si Tillerson será capaz de revertir la percepción imperante en Latinoamérica de que al gobierno de Trump la región le importa muy poco. Desde que el empresario llegó al poder en enero de 2017, la imagen de liderazgo de los Estados Unidos cayó en Latinoamérica hasta ubicarse en promedio por debajo de la de China, según una encuesta de la firma Gallup.

Por el contrario, China ha mostrado un mayor interés por Latinoamérica con tres visitas que el presidente Xi Jinping hizo a la región desde 2013 y reuniones entre cancilleres como la que se realizó el mes pasado en Chile. Los chinos ofrecieron financiamiento y asistencia técnica para infraestructura e industrialización en los últimos años, algo que la región le reclamó durante décadas a los Estados Unidos.

La amenaza de las armas

Si la batalla comercial es complicada, la militar no lo es menos. El Departamento de Defensa de los Estados Unidos hizo pública una nueva doctrina nuclear en la que se define el concepto, el alcance y la dimensión de las fuerzas nucleares estratégicas del país para las próximas décadas.

De acuerdo al documento, el gobierno estadounidense pretende modernizar sus fuerzas nucleares y aumentar significativamente el número de armas a fin de hacer frente a China y Rusia.

Los militares estadounidenses consideran que Rusia tiene ventajas sobre su país y sus aliados en términos de producción de armamento nuclear estratégico y táctico, al igual que de armas convencionales. Asimismo ponen en la mira el poder nuclear de Corea del Norte e Irán y afirman que Rusia no descarta utilizar armas nucleares de manera intimidatoria frente a los Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

En cuanto a la propia doctrina nuclear rusa, la Cancillería del país ha informado que, efectivamente, las condiciones para el uso de armas nucleares por parte de Rusia están formuladas, pero de una forma tan severa y restrictiva que son puramente defensivas. El gobierno ruso sostiene que las fuerzas nucleares estratégicas son un sistema confiable para contener la agresión enemiga a gran escala y no un armamento ofensivo. Como antecedente, los rusos recuerdan que no fue su país, ni su predecesora -la Unión Soviética- quien usó armas nucleares contra civiles.

Las relaciones bilaterales entre los Estados Unidos y Rusia entraron en una pendiente desde que gobierno de Vladimir Putin frenó los avances de la Unión Europea y la OTAN en Ucrania, ocasionando la secesión -y posterior anexión- de la península de Crimea. El malestar se profundizó cuando Rusia fue al auxilio del gobierno Bachar Al Asad en Siria. Se agravó aún más a propósito de la supuesta injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016 con el presunto objetivo de favorecer al candidato republicano, algo que le trae permanentes inconvenientes a Trump.

La verdad no revelada

El duelo imperial entre los Estados Unidos, Rusia y China ya existente en los ámbitos económico, político y cultural, ahora muestra su rostro más inquietante con el aumento en el gasto militar. Sin embargo, a pesar de que aparentemente son un manojo de políticos quienes toman las decisiones, la verdad no revelada consiste en que son conglomerados empresarios vinculados a la fabricación de armas, la infraestructura y la logística militar, la explotación de hidrocarburos y grandes medios de comunicación los que se benefician de estas políticas fundadas en el miedo y la paranoia. En los Estados Unidos es el denominado complejo industrial-militar. Trump está demostrando ser un obediente intérprete de sus intereses, muy lejos del “outsider” político que prometía romper con las perniciosas estructuras del poder tradicional.

China y Rusia tienen sus respectivos complejos industriales-militares con características autóctonas. En Rusia con un componente mafioso constituido por aquellos exintegrantes del Estado soviético que se apropiaron de los retazos de la implosión del mundo comunista. En China, con un alto grado de participación estatal. Pero son finalmente esos sectores los que conducen al mundo a una nueva escalada armamentista.

Están jugando un juego de supremacía global donde ponen en riesgo la vida de la humanidad en su conjunto. Son quienes realmente gobiernan. Y lo peor, es que ni siquiera se les conocen las caras.