El miércoles 3 de febrero de 1813 iba a librarse la única -aunque parezca mentira- batalla de San Martín y sus muchachos en suelo argentino. Todos sabemos que el 25 de mayo de 1810 la jugamos de guapos y expulsamos al virrey Cisneros, pero la realidad fue que nos hicimos los tontos y empezamos a gobernarnos aunque en los papeles decíamos que era en nombre de España.

Los españoles no eran zonzos, sabían que lo de 1810 era la antesala de nuestra independencia y a los pocos años querían jugar el partido de vuelta. El problema estaba en Montevideo, que nunca le dio importancia a Buenos Aires y siguió considerándose centro de resistencia española. Desde ahí, a partir de 1810, los españoles trataban de ver cómo escupirle el asado a los argentinos y, los argentinos, a su vez, asediaban la hoy capital uruguaya para ponerla bajo control de Buenos Aires.

Los españoles en Montevideo empezaron a meterse con las aguas argentinas. Buscaban evitar que siguiesen llegando refuerzos y recursos argentinos para atacar Montevideo y entonces salían a "patrullar" los ríos. En ese patrullar, se pasaron un poquito de rosca y un buen día, desde el río Paraná, bombardearon y saquearon San Pedro. Le salió bien. Los muchachos, envalentonados, siguieron para el norte del río y bombardearon San Nicolás. Les volvió a salir bien.

Se pusieron ambiciosos y pensaron ir para Rosario y esto llegó a los oídos de las autoridades en Buenos Aires. Rápidamente, le pidieron a José de San Martín, un militar argentino que había llegado de España no mucho tiempo atrás, que se pusiera la camiseta y se hiciera cargo de estos pícaros que se estaban tomando mucha confianza.

Don José se relamió con la propuesta: desde hacía tiempo el poder central en Buenos Aires le había ordenado organizar el Regimiento de Granaderos a Caballo. ¿Qué debía organizar? Prácticamente todo. San Martín tuvo que buscar soldados para el regimiento, enseñarles disciplina, las artes militares, el entrenamiento bélico...un lastre bárbaro le tiraron al pobre José, pero él aguantó y armó una respetable tropa.

Ahora llegaba la hora de la verdad, este no era un entrenamiento, era el partido debut y de local. Ni bien le dieron la orden de dirigirse a la ciudad de Santa Fe para cruzar allí a los españoles, salió con sus hombres entusiasmado pero cauteloso. Para no agitar mucho el avispero se dedicó a seguir las flotas españolas desde lejos, espiándolas, cabalgando de noche para evitar buchones, mandando soldados a chusmear en qué andaban los españoles y yendo él mismo vestido con poncho y sombrero de campesino a inspeccionar.

El comandante militar de Rosario le mandó a decir que las flotas españolas habían recalado en frente del convento de San Carlos y que al día siguiente planeaban saquearlo. San Martín apuró el tranco, llegó a la posta de San Lorenzo y siguió unos kilómetros más hasta el convento, entró con sus hombres por una puerta alternativa que no era visible desde el río y dejó un par afuera para proteger el lugar. En el recinto religioso ya no quedaba nadie, todos se habían ido sabiendo la que se vendría al día siguiente, salvo un cura rebelde rosarino, Julián Navarro, que se quedó y se le unió a San Martín.

Mañana del 3 de Febrero. "Febo asoma, ya sus rayos, iluminan el histórico convento", nos hacían cantar. El sol resplandecía y los españoles se preparaban para un día más de saqueo. Entre el río y el convento habría menos de 500 metros de tierra (hoy ese es el "Campo de la Gloria", donde cientos de sanlorencinos gastan fin de semanas entre mate y mate) y ahí pensó San Martín que era el lugar para interceptarlos. Los barcos españoles apostados en el Paraná se empezaron a acercar a la costa, San Martín los miraba desde la torre, eran unos 250 españoles, por lo menos 100 más que sus granaderos, la matemática no le jugaba a favor pero igual iba a presentar batalla.

Los españoles tocaron tierra, se empezaron a organizar, las cosas serían fáciles, pensaron, como en San Pedro, como en San Nicolás, llegamos, matoneamos, nos llevábamos todo, comemos algo y seguimos por el Paraná. San Martín baja de la torre, da la orden de que sus granaderos queden a la expectativa con sus caballos atrás de las paredes del convento. Los españoles siguen avanzando, no se imaginan ni por asomo la que se viene. A unos 100 metros del convento, dos tropas del regimiento salen de atrás del convento, uno por la izquierda dirigido por el General San Martín, otro por la derecha comandado por el Capitán Bermúdez, los españoles se embatatan, se esperaban un par de franciscanos débiles, no una caballería con fusiles y cañones.

 Empieza la escaramuza. San Martín cae pesadamente, su caballo recibió un cañonazo, queda en el piso, atascado con el cadáver de su equino, la pólvora y la tierra levantada como latigazos por las pezuñas de los caballos no lo dejan ver. Don José está rifado, Bermúdez se encarga de liderar a los granaderos pero algunos españoles se avivan que el líder es el que están en el suelo y lo van a buscar, le tiran un sablazo, le marcan la mejilla, San Martín se defiende como puede, se mete el granadero Baigorria a escudarlo mientras una sombra se le acerca.

Es un granadero correntino, Cabral, que viene a socorrerlo, a quitarle el caballo de encima y al instante cae muerto con dos heridas en el pecho. "¡Honor, honor al gran Cabral", nos hacían cantar también...de Baigorria, al menos en la marcha, ni nos acordamos, pero hizo lo suyo también. San Martín se recupera y con la inestimable ayuda de Bermúdez hace retroceder a los españoles, que sin poder creer todavía los 15 minutos (que es lo que duró la batalla) que les habían hecho pasar, vuelven a sus barcos.

San Martín, probablemente destartalado por la caída, se asegura que los españoles se hayan alejado, repasa los muertos de su bando, asiste a sus heridos y se tira abajo de un árbol (que todavía existe y que está tan viejo el pobre que lo apuntalaron de todos lados) en el que escribe su parte de batalla que finaliza diciendo  "me arrojo a pronosticar que este escarmiento será un principio (...)".

San Martín, como sabemos, siguió batallando contra los españoles. Nunca más lo haría en suelo argentino, pero el "escarmiento" fue tan grande que terminó libertando a tres naciones de Sudamérica. Este fue el puntapié inicial, un 3 de Febrero de 1813.

No puedo terminar sin mencionar esto, porque nos pinta de cuerpo entero a la hora de forjar una nación: un 3 de Febrero pero de 1852, Urquiza derrotó a Rosas en la batalla de Caseros, los móviles fueron mezquinos, hubo cizaña extranjera y la pelea fue entre argentinos. Sucedió 39 años después de la batalla de San Lorenzo pero, evidentemente, lo único que había adelantado para ese entonces era el tiempo.
 

(*) Abogado. Integrante de la Cátedra de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, UNR