Agustina Josefa Teresa López de Osornio y Gamiz de Ortíz de Rozas (resumamos en Agustina) fue la madre de Juan Manuel de Rosas, y no hay mejor día que el de hoy para hablar de ella.

Nació en Buenos Aires en 1769 y rompió el modelo de su tiempo a base de un carácter fuerte y autoritario. En épocas en las cuales el hombre lo dominaba todo, el liderazgo de la familia Ortíz de Rozas lo ejercía ella: controlaba la estancia de la familia (que heredó de su padre y de la cual asumió la administración a los 14) recorriéndola ella misma a caballo y dando órdenes a la peonada.

A su vez, dirigía los destinos familiares: sus varones Juan Manuel, Prudencio y Gervasio serían, según su decisión, administrador de la estancia familiar, militar y comerciante, respectivamente. También decidió que, aunque tuvieran soltura económica, todos sus hijos varones trabajaran en tiendas de Buenos Aires porque no quería criar holgazanes. ¿Le importaba si los chicos querían? No, el que se resistía, la ligaba.

Ramos Mejía nos da un panorama: "A los hijos, ya entonces hombres de barba y pelo en pecho, y cuando las circunstancias lo imponen, los toma de la oreja y les obliga a obedecer; y los azota si reinciden". A tanto llegaba la dureza con sus retoños que un encontronazo con su hijo Juan Manuel hizo que éste se ofendiera, quebrara relaciones con la familia y se cambiara el apellido, llamándose a sí mismo "Rosas" a secas, en vez de "Ortiz de Rozas".

Pacho O'Donnell trazó una linda conclusión de todo esto: "Doña Agustina ejerció sobre él un gran despotismo, azotándolo cuando no cumplía con sus expectativas o cuando mostraba independencia en sus decisiones. En su psiquis [la de Rosas] se juntaron entonces el amor y la crueldad, siéndole más tarde irrefutable que amar a la patria era tratarla con dureza".

Hay un episodio puntual que sintetiza su templanza. En 1828, Juan Galo de Lavalle (a quien, dato aparte, Agustina amamantó) tomó Buenos Aires y comenzó a presionar a todas las familias ricas de la ciudad para que le entregaran sus caballos. Cuando llegó el turno de Agustina, no aceptó por saber que eran para enfrentar a su propio hijo y ante la insistencia de los hombres de Lavalle se empacó.

Algunas horas después volvieron a su casa, entraron por la fuerza y fueron directo a la caballeriza. Todos los caballos habían sido degollados por orden de Agustina, y ya que estaban ahí, les exigió a los pesados de Lavalle que se llevaran los cuerpos y dejaran todo limpito.

Tampoco le importó demasiado el poder que amasó su hijo. Respecto a un tal Almeida que Rosas persiguió y encerró por considerarlo enemigo de la causa federal, Agustina decía "no es unitario ni es federal, no es nada, es un buen sujeto; y así es como Juan Manuel se hace de enemigos porque no oye sino a los adulones". De ahí empezó un altercado madre-hijo que terminó con Rosas pidiéndole disculpas de rodillas a ella y con Almeida libre.

En 1837, Agustina demostró que su caracter iría más allá de la muerte. Dictó su testamento en contra de las leyes vigentes, beneficiando más a sus nietos que a sus hijos. Mandó a redactar (no sin antes hacerle saber a su escribano que no le importaba nada de lo que él pudiera decirle): “Sé que lo que dispongo (...) es contrario a las leyes (...). Pero también sé que he criado hijos obedientes y subordinados que sabrán cumplir mi voluntad después de mis días: lo ordeno”.

Cuando murió, en 1845, nadie se animó a contradecir, ni siquiera Juan Manuel, el tipo con más poder de la Confederación Argentina. Los hermanos le pasaron el testamento para que él, dueño de lo público, de lo privado, y de todo por aquel entonces, decidiera. Ni lo leyó, solo dijo: "que se cumpla la voluntad de madre".

(*) Abogado. Profesor de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, UNR. @dehistoriasomos