Me propongo elegir números caprichosos que nos permitan pensar el momento político y económico que atraviesa el país. Así, cuatro meses, los cortes en el tiempo son esquemáticos, pero tienen que ver con momentos de reflexión, de recortes para sintetizar; y cuatro ejes de análisis, que oficien de excusa para pensar, sin caer en la enumeración parcial y consecutiva de las medidas económicas implementadas.

En estos cuatro meses vimos que:

Hubo claros ganadores: La devaluación y reducción de retenciones fueron los mojones de partida de una gestión que no dejó de beneficiar a distintos grupos económicos que operan en el país, nacionales y extranjeros. La devaluación incrementó los ingresos de los agroexportadores en más de un 60%, a la vez que benefició a las entidades bancarias con activos dolarizados. La liberalización del Cepo, festivamente anunciada, en conjunto con el alza de la tasa de interés, sumó a los especuladores financieros al grupo de los ganadores, quienes pueden valorizar sus activos sin contratar a un trabajador ni generar un peso de valor agregado.  

Y claros perdedores: Para empezar se echó a cientos de trabajadores del Estado, lo que luego se replicó en el sector privado sin la protección o acción desde el Ministerio de Trabajo como venía sucediendo en los últimos años. La inflación, producto de la devaluación y el menor control por parte del Estado, hizo lo suyo. El poder adquisitivo se desplomó y por tanto el consumo (según la CAME cayó un 5,8% en marzo). El abrupto y contundente ajuste de tarifas seguirá operando en el mismo sentido. La pobreza aumentó, sumando a 1,4 millones de nuevos pobres en un año, según los estudios de la UCA. Así las cosas, mientras que los ganadores están bien delineados, los perdedores son más difusos y amplios; incluso temporalmente, ya que la deuda externa se multiplicará y condicionará el devenir económico por años tras el acuerdo con los buitres.

La gobernabilidad como principio: El frente opositor del 49% brilló por su ausencia en el Congreso. Muchos peronistas rápidamente pasaron a una estrategia de supervivencia vía negociación, mientras que el macrismo también operó con intercambios de recursos para provincias y municipios. Los espacios de libertad del gobierno se ampliaron con el cerco mediático, que permitió, por ejemplo, que los Panama Papers apenas toquen a Macri. Cuando no, la coacción lisa y llana de las fuerzas de seguridad sobre los que quisieron expresarse en contra de alguna de las medidas del gobierno sirvieron para contener el descontento (caso Cresta Roja o la represión a los Bancarios en el día del discurso inaugural en el Congreso).

La legitimidad discursiva: Si algo ha mostrado el PRO desde sus orígenes es la facilidad de articular discursos que legitimen su accionar. La “revolución de la alegría” y el “diálogo” fueron rápidamente reemplazados por el “sinceramiento” y la “pesada herencia”, para justificar el ajuste. Hasta ahora este tipo de lenguaje ha sido eficaz y no ha aparecido un discurso opositor que pueda contraponer sentido a escala y de forma potente, gracias a la ayuda de los replicadores medios de comunicación, por supuesto.   

El +1: Por suerte hay un “Plus” (una “yapa”). Es la posibilidad de ir más allá del diagnóstico y empezar a pensar en los espacios posibles de articulación de una oposición al nuevo régimen. El descontento social emergió rápidamente, con boicots, apagones, movilizaciones, expresiones en las redes sociales y acciones sindicales. Masivo, pero desarticulado y sin un espacio que pueda operar de forma potente también en el tablero político partidario. En tanto esto no suceda, el massismo combinando negociación con tenue discurso opositor y espacio mediático, continuará consolidándose como la figura de contrapunto al gobierno.