A sólo tres meses y medio de los comicios previstos para el 3 de noviembre, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, reemplazó el último miércoles a Brad Parscale como jefe de su campaña para la reelección ante las malas perspectivas. 

Parscale llegó hasta el magnate en 2016 como una suerte de gurú digital avalado por su yerno, Jared Kushner, después de haber trabajado para el imperio Trump en la creación de las páginas webs de varios negocios. 

El éxito de Parscale en la política fue inesperado, heterodoxo, ajeno a las normas no escritas de la cultura política estadounidense. No tenía experiencia política ni procedía de uno de los think tanks o laboratorios de ideas de Washington. Sin embargo, logró que las etiquetas #MakeAmericaGreatAgain y #MAGA (siglas en inglés de Hacer América Grande De nuevo) dominasen las tendencias en Twitter y en Facebook. Su pericia en la manipulación de esa suerte de conventillos digitales que son las redes sociales, fue lo que le ganó el favor del empresario devenido presidente. En 2018 se convirtió en su jefe de campaña. 

Pero como todo en el universo Trump, Parscale fue también descartable. Fue sustituido como jefe de campaña por Bill Stepien, un veterano asesor del partido republicano que ejercía de número dos. Ambos acompañaron a Trump durante varios años y lideraron su estrategia digital, de datos y también en la recaudación de fondos.

La exhoneración de Parscale se produjo el mismo día que en los Estados Unidos se superaron los 70 mil contagios de Covid-19 en 24 horas, lo que supuso que el total de casos en ese país -el más afectado del mundo por la pandemia- ascendiera a más de 3 millones 490 mil, y las víctimas mortales superaran las 137 mil.

Pero lo que desvela al presidente, el motivo principal para haber realizado un cambio en el vértice de su equipo de campaña tan poco tiempo antes de los comicios, es que -contrariamente a lo que  dice públicamente- las cifras en las encuestas no solamente le resultan desfavorables sino que, además, no se observa por el momento un cambio de tendencia. 

Respecto de la elección de noviembre el mandatario le dice a sus seguidores que esta debería ser mucho más fácil ya que nuestros números en las encuestas están aumentando rápidamente, la economía está mejorando, las vacunas y tratamientos (para el Covid-19) pronto estarán en camino. Los números en los sondeos mantienen una diferencia de entre 9 y 12 puntos porcentuales a favor del candidato del partido demócrata Joe Biden. Y respecto de las mejoras en la marcha de la economía y el combate contra el coronavirus -aún en el caso de fueran ciertas- demorarían un tiempo en impactar sobre la opinión de la población.

Además, Biden también lidera la intención de voto en todos los Estados clave. Este último dato es significativo, debido a que la elección del presidente no se decide por voto directo de la ciudadanía, sino mediante un Colegio Electoral. Los votantes eligen a los integrantes de dicho Colegio, compuesto por 538 miembros. Es decir que, para consagrarse presidente, un candidato necesita contar con 270 electores. Es por estos motivos que la elección presidencial se disputa Estado por Estado, y es más importante obtener una victoria en aquellos que son considerados clave, que obtener mayor cantidad de sufragios en el plano nacional. Recuérdese que en 5 oportunidades fue consagrado presidente de los Estados Unidos alguien que no obtuvo la mayoría de los sufragios.

En este marco, medios estadounidenses señalan que lo que habría precipitado la salida de Parscale de la jefatura de campaña habría sido el desastroso mitin de Trump en Tulsa, Oklahoma, el pasado 20 de junio, con medio pabellón vacío pese a que el asesor esperaba un millón de personas. Acostumbrado a auditorios repletos y largas filas de entusiastas, la imagen de Tulsa provocó una impresión de debilidad en la campaña de Trump que no se había visto antes.

Cambia, siempre cambia

Trump también cambió de jefe de campaña en varias ocasiones a pocos meses de las elecciones de 2016. En junio de ese año despidió a Corey Lewandowski, al que sustituyó durante los dos meses previos a su dimisión el ahora condenado Paul Manafort, y fue Kellyanne Conway quien asumió el mando hasta llegar a la Casa Blanca.

Pero lo que parece haber cambiado por sobre todas las cosas, son las circunstancias. A Trump ya no parece funcionarle de la misma manera su magnetismo característico, o quizás el país sobre el que ejercía ese magnetismo ya no es el mismo. 

Los sondeos de opinión arrojan una conclusión que abona este pensamiento. Su popularidad vivió el mejor momento después del proceso de impeachment o juicio político del que salió absuelto en el Senado a raíz del escándalo de Ucrania. En su competencia con Biden sin embargo, siempre ha ido a la zaga y en las últimas semanas la brecha creció.

Cabe pensar que la debacle económica causada por la pandemia marchitó su principal argumento electoral: éxito económico y bajo desempleo. Por el contrario, los Estados Unidos atraviesan ahora su mayor crisis desde la Gran Depresión. La gestión de la pandemia ha sido especialmente errática. El presidente incurrió en contradicciones con sus propios expertos, negó la gravedad del virus y animó a la ciudadanía a cometer imprudencias.

No obstante lo dicho, es prematuro todavía pensar que la era Trump ha llegado a su fin. Se trata por ahora de un cambio de estratega y de estrategia que apunta a lograr que el presidente reedite su magnetismo en época de crisis y conserve hasta último momento las chances de la tan ansiada reelección. 

Un famoso refrán político sostiene que no hay oposiciones que ganan elecciones, sino oficialismos que las pierden. Si algo han enseñado estos últimos cuatro años a la política estadounidense, es que no se debe subestimar a Donald Trump.