El kirchnerismo está en oferta. En las bateas de saldos y retazos. Por eso el profeta del odio Marcos Aguinis puede decir públicamente que “el kirchnerismo fue igual al nazismo”. Por eso se desata la furia radical contra la ex presidenta Cristina Kirchner por su participación en un acto del radicalismo por los 100 años del primer gobierno de Hipólito Irigoyen.

Pero el kirchnerismo sigue siendo necesario para Cambiemos, para el presidente Mauricio Macri que mantiene encendida la llama del rechazo de un sector social hacia lo que pasó. No hacia un modelo económico que sin dudas ganaría en consenso a los postulados actuales en la materia; pero sí en lo simbólico, en lo procedimental, en lo formal y hasta en lo emotivo.

Cristina Kirchner sabe todo esto y por eso insiste en el frente ciudadano, para expandir las ideas más allá de un peronismo que nunca controló.

Siempre es lo mismo. No se discuten ideas jamás, lo que entra en debate son chispazos, declaraciones altisonantes, sensaciones. Por eso el formato del programa “Intratables” es exitoso. Porque promueve el ruido y desecha las nueces, expande los gritos y escatima la sustancia de las cosas. Lo importante es la sonoridad, no el contenido.

Es un signo de época. El timbreo macrista sustituye a la política, no explica nada, no confronta realmente con el vecino pero simboliza mucho. Escenifica el contacto con la gente igual que el fraguado viaje en un colectivo de línea del presidente, días pasados en Pilar. Ni siquiera la revelación del fraude –las fotos que mostraron el gran operativo de seguridad en torno del colectivo supuestamente elegido al azar- pudo neutralizarlo. Cuando la gente elige creer en algo lo cree sin medias tintas, sin ambages.  

La realidad pasa por otro lado. Por las importaciones que golpean sin cesar la industria nacional, por la destrucción por goteo de los puestos de trabajo, por la pérdida del poder adquisitivo, por la debilidad cada vez más ostensible del mercado interno y de la actividad económica. También por los tarifazos. Por el regreso a la deuda externa y al Fondo Monetario Internacional. Todo eso está en la entrelínea, fuera de la superficie o del área visible para la opinión pública en general. Pero no desaparece, está ahí y va a emerger con fuerza a medida que la gestión comience a desgastarse. Porque eso pasará, porque siempre pasa.

Pero el de Macri sigue siendo un gobierno fuerte. Amparado por el establishment, las corporaciones mediáticas y los poderes internacionales. No tiene arraigo en las bases, pero posee espaldas para recibir los embates más feroces. Y si no, siempre está el pasado inmediato ahí para construir por contraste, para recrear un supuesto “horror” político que nos sepultó a todos los argentinos en las sombras más negras de nuestra historia. Eso es lo que dicen y por ahora vastos sectores lo siguen creyendo.