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La nacionalidad de Gardel es todo un mito. Al día de hoy nadie se pone de acuerdo. Que si nació en Toulouse (Francia) o en Tacuarembó (Uruguay) o en la Argentina. De cualquier manera, depende de que lado del Río de la Plata se pregunte, quien responda lo hará con mucha seguridad: “Es argentino" o "es uruguayo”.

Lo cierto es que el Zorzal tampoco ayudó en vida a arrojar mucha luz sobre sus orígenes, coqueteando con todas las posibilidades. Para muestra, basta un botón: corría el año 1930 y Uruguay era sede del primer Mundial de Fútbol. El equipo local y Argentina habían llegado cómodos a la final, y se aprestaban a reeditar el clásico rioplatense. La rivalidad por aquellos años era muy grande, aunque con matices bastante diferentes a los enconos de hoy en día.

Es que en aquellos años no eran justamente los hinchas los que dirimían sus disputas sino los propios jugadores. El encono era tal que allá por 1924, tras disputar un clásico, un jugador de la selección uruguaya, Pedro H. Demby, fue asesinado en las calles de Montevideo. El culpable nunca fue hallado, aunque los investigadores coincidieron en que el disparo que lo hirió de muerte partió del hotel donde se hospedaba la delegación argentina.

Así las cosas, y con alguna que otra batalla campal de por medio, el clima previo a la final era de extrema tensión. El antecedente más cercano provenía de la final de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam, en 1928, donde los uruguayos vencieron a Argentina por dos a uno, con goles de Figueroa y Scalone, tras empatar en uno el primer partido. El historial favorecía claramente a Uruguay, con seis triunfos sobre tres de los argentinos en doce encuentros, por lo que los fanáticos uruguayos estaban en todo su derecho de entonar en las tribunas el hiriente “hijos nuestros”, aunque -vale aclarar- no hay registros históricos de que así lo hayan hecho.

En ese clima casi bélico previo a la primer final de un mundial, Carlos Gardel, quien no era reconocido por ser un ferviente fanático por el fútbol aunque se sabía que era hincha del Racing Club de Avellaneda y el Nacional de Montevideo (otra vez Carlitos jugando a dos puntas), no quiso herir susceptibilidades y cortó por lo sano: decidió visitar a las dos delegaciones. Primero lo hizo con la argentina, donde saludó a los jugadores y les cantó algunos tangos. Posteriormente hizo lo propio con la uruguaya, y todos contentos.

La tarde del 30 de julio de 1930, Uruguay derrotó 4 a 2 a Argentina y se consagró Campeón del Mundo. Gardel no estuvo en el Estadio Centenario de Montevideo. Nadie sabe, o se atreve a decir, si el resultado lo alegró o entristeció.

Tiempo después, y ante la creciente enemistad entre los jugadores de ambas selecciones, el Zorzal intentó intermediar y reunió a ambos planteles en París, donde les ofreció un recital, pero el tiro le salió por la culata.

Dicen que la gresca fue fenomenal, al punto que el argentino Raimundo Orsi le partió la cabeza al uruguayo Leandro Andrade con un violín de uno de los músicos de la orquesta del Morocho del Abasto. Probablemente el Mumo supiera poco de música, y mucho menos de que ese violín era nada más y nada menos que un auténtico Stradivarius. Seguramente alguien se lo habrá explicado a la hora de pagar la indemnización.