La organización Mundial de la Salud (OMS) ya declaró pandemia al Covid-19, pese a que
el 97 por ciento de los casos se concentran solamente en 4 países. La preocupación
mayor radica en las perspectivas de diseminación del virus, teniendo en cuenta que aún
no existe una vacuna.

Los líderes mundiales comenzaron a hablar públicamente y a adoptar decisiones respecto
de la perspectiva de propagación de la pandemia. Pero en lugar de coordinar medidas, los
dirigentes de cada país parecen cada más concentrados en reafirmar la traza de sus
fronteras.

El caso de los Estados Unidos quizás el más significativo por tratarse de la primera
potencia planetaria. Allí, el presidente Donald Trump dio señales de percibir la amenaza
que el virus supone, como un problema electoral y procedió en consecuencia. Pero en
consecuencia del problema electoral, no de una crisis de salud pública.

Pese a que las cifras de casos positivos están lejos aún de las de otros países
occidentales, ha quedado claro que los Estados Unidos, antes una referencia en la
gestión de crisis sanitarias globales, quedaron rezagados en el mundo respecto de la
adopción de medidas para la prevención y respuesta anta la expansión del Covid-19.
Sucede que la propia forma en la que está diseñado el sistema de salud estadounidense -
el más caro del mundo- contribuye de forma indirecta a una mayor expansión del virus.
Los test de prueba son demasiado caros, estuvieron inicialmente mal diseñados, se
demoró en reunir muestras que fueron concentradas solamente en Atlanta y no existen
todavía datos lo suficientemente confiables.

Ante semejante panorama y bajo la presión de la opinión pública, Trump comenzó a
adoptar medidas como quien arroja golpes en la oscuridad. Pidió más de 8 mil millones de
dólares al Congreso para hacer frente a los efectos del virus, mientras que a través del
Departamento de Salud se solicitaron 2 mil quinientos millones más para monitorear y
detectar los contagios, apoyar a los gobiernos estatales y locales y desarrollar vacunas y
tratamientos. Designó a su vicepresidente, Mike Pence -quien no cuenta con experiencia
alguna en el manejo de temas de salud- al frente de la fuerza de choque que dirigirá las
tareas para combatir el virus en el país. Y la medida más resonante fue el anuncio del
veto a la llegada de extranjeros desde 26 países europeos. Sin embargo, hasta la fecha
se desconoce cuál es el plan concreto del gobierno para intentar lidiar con el Covid-19
desde el sistema de salud pública.

Pero el dato que no se menciona y que reviste de mayor gravedad todo lo anterior, es que
fue el propio Trump quien asumió con esmero la tarea de destruir lo más parecido que
existía a un sistema de salud pública en el país, el denominado Obamacare.
Este dato es significativo porque, hasta el momento, el Covid-19 es un virus que ha
afectado o ha sido diseminado principalmente por personas pertenecientes a sectores
sociales relativamente acomodados. Entonces cabe preguntarse ¿qué sucedería si en los
Estados Unidos, donde inclusive la clase media presenta dificultades para acceder a la
salud y a los medicamentos, el virus se propagara?

Obamacare

La Ley de Cuidados de Salud a Bajo Costo, conocida popularmente como Obamacare,
fue sancionada en marzo de 2010 e impulsada por el entonces presidente Barack Obama.

Se trató de una reforma del sistema de salud destinada a hacer el seguro médico más accesible y más asequible para todos. Al decir asequible se hace referencia a que el
Obamacare contemplaba subsidios de salud para individuos y familias, basados en la
edad, la composición familiar y los ingresos. La reforma apuntaba a cubrir numerosos
tratamientos y situaciones de salud que antes de la sanción de la ley no se contemplaban.
Al decir accesible, se hace referencia a que las personas con enfermedades preexistentes
y las embarazadas no podían ser rechazadas por las aseguradoras.

El Obamacare contemplaba una serie de beneficios esenciales, a saber: cuidados
preventivos, chequeos generales, tratamientos de enfermedades crónicas; medicamentos
recetados; emergencias médicas; hospitalización; análisis de laboratorio; pediatría;
embarazo, parto y postparto; psiquiatría, tratamientos para adicciones; terapias de
rehabilitación; cuidados de pacientes externos, entre otros.

La iniciativa habilitaba -por primera vez en la historia de los Estados Unidos- a más de 40
millones de personas a acceder a un seguro médico. Esa población, hasta ese momento,
no tenía manera de respaldar sus gastos de salud debido a que no calificaban para ese
beneficio. No cumplían con los requisitos de las compañías aseguradoras. El Obamacare
se implementó para cambiar ese panorama. Trump lo dinamitó.

Futuro incierto

En definitiva, Trump despreció el mayor intento de desplegar un sistema de salud pública
inclusivo, que contuviera especialmente a los sectores sociales más vulnerables,
justamente aquellos que en buena medida acudieron a las urnas para votarlo.

Es con el temor de perder esos votos de los sectores populares que Trump adoptó la
medida de bloquear los vuelos procedentes desde Europa, junto a otras tantas medidas
sin planificación previa, cuya única finalidad sería evitar que una imprevista crisis de salud
lo arrastrara a una derrota electoral en las presidenciales de noviembre. En otras
palabras, podría ser el propio Trump quien -sin proponérselo- haya favorecido la aparición
del cisne negro que acabe con sus aspiraciones a un segundo mandato presidencial.