El naufragio de un carguero en el Mediterráneo el último domingo, en el que se calcula que murieron  más de 800 personas procedentes del norte de África, pone de manifiesto la crisis de la inmigración irregular.

El tema es viejo como el mundo. Desde los bárbaros que quisieron filtrarse por las fronteras del Imperio Romano para gozar de las comodidades y los beneficios que la ciudadanía romana suponía hasta la actualidad. Esas fueron las verdaderas invasiones bárbaras, las que la poderosa maquinaria militar romana no pudo detener. “Pertenecer” siempre tuvo sus privilegios.

La inmigración irregular proveniente de África y Asia es constante desde hace tiempo. Sólo en 2014, 218 mil personas migraron a Europa y unas 3 mil quinientas perdieron la vida en el intento. En lo que lleva 2015, se registraron 35 mil migrantes irregulares que llegaron a través del Mediterráneo.

 

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En los últimos años, la situación se agravó por un factor: la crisis política en Libia. Tras la caída del dictador Muammar El Gadafi, el país quedó a expensas de bandas armadas que controlan la mayor parte del territorio y redujeron la presencia del Estado a una mínima expresión. De este modo, los europeos y sus aliados estadounidenses expulsaron del poder violentamente a un hombre que nunca engañó a nadie -siempre fue un dictador- pero que fue aliado o enemigo de acuerdo a la conveniencia ocasional de los líderes políticos de turno tanto en Europa como en los Estados Unidos. Así, el país se convirtió en poco tiempo en el vehículo ideal para recibir por sus fronteras totalmente permeables a muchos migrantes de origen asiático y africano que encuentran en la costa libia la salida más sencilla con rumbo al Viejo Continente.

La ruta del Mediterráneo sigue siendo una de las más peligrosas en el mundo. También es una de las más buscadas por las personas en busca de asilo y los migrantes, debido a los peligros que enfrentan los refugiados en sus países de origen, las penurias que muchos siguen enfrentando en los países vecinos de acogida, al bloqueo de vías terrestres, a la limitación de provisiones de reasentamiento en los lugares de admisión y a los insuficientes canales de migración regular.

Las organizaciones criminales -principalmente de origen libio- que trafican personas, han desarrollado precisos mecanismos para quedarse con el dinero y la documentación de aquellos a quienes trasladan sin ofrecerles la menor garantía de seguridad. Conocen la legislación europea, se informan con la prensa europea, se aprovechan de todos los flancos débiles de la Unión Europea (UE) y de sus Estados miembro y también negocian con organizaciones criminales europeas, como es el caso de la mafia en Italia. El negocio es multimillonario y se calcula que arroja ganancias por 650 millones de dólares al año.

En Europa nada cambió desde los dos naufragios en las costas de la isla italiana de Lampedusa en octubre de 2013. La UE exhibe varios problemas para contener la situación, que podrían sintetizarse en tres.

1. El bloque regional carece de una política común a todos sus miembros ante la inmigración irregular. Por esos motivos, los jefes de Estado y de Gobierno de la UE se han reunido recientemente en Bruselas en una cumbre extraordinaria y urgente con el objetivo de adoptar medidas que permitan -al menos- evitar la muerte de quienes tratan de llegar a Europa. También se evalúa la propuesta del Primer Ministro italiano, Matteo Renzi, de arrestar a los tripulantes o destruir los barcos de los traficantes antes de que puedan ser usados. Con carácter aún más inmediato, los países se comprometerían a acoger al menos a 5 mil refugiados de países cercanos a la zona de conflicto en Oriente Próximo y reconocidos como tales por la Organización de las Naciones Unidas. Los países de la UE deberán realizar un esfuerzo en este terreno, en el cual se han involucrado muy poco. El año pasado los países miembro acogieron a poco más de 7 mil personas, frente a los millones de refugiados que residen en los países vecinos de Siria e Irak.

Lo cierto es que mientras los gobiernos europeos no ofrezcan rutas más seguras, regulares y adecuadas rumbo a Europa, la gente va a seguir eligiendo viajes inseguros.

2. Las diferencias entre los países del norte y del sur de la UE conspira contra eventuales soluciones. Los del sur -Italia, España, Malta, Grecia y Bulgaria- se quejan de la falta de compromiso de los países del norte -Alemania, Holanda, Bélgica y los nórdicos- porque no lidian con el patrullaje de las costas del Mediterráneo y no tienen que asumir la responsabilidad de los muertos por los sucesivos naufragios.

Los países del norte le endilgan a los del sur el fracaso de las medidas adoptadas para contener a la inmigración irregular, reprochándoles que una vez ingresados al continente, buscan asilo en los países del norte porque tienen una legislación más accesible para el asentamiento en su territorio.

3. El ascenso de la  ultraderecha en numerosos países europeos que claman por las restricciones a la inmigración irregular, las deportaciones y la intolerancia, haciendo de los inmigrantes verdaderos chivos expiatorios de todas las dificultades de la población local, jaquea a los políticos moderados y progresistas que eventualmente adoptarían medidas receptivas con los inmigrantes pero que no se animan a hacerlo por temor a perder votantes.   

La penosa realidad es que el hombre blanco y europeo y sus descendientes en distintos sitios avanzaron por todos los rincones del planeta imponiendo su forma de vida, su cultura, sus sistemas económicos y también políticos, explotaron a los nativos y usurparon sus recursos. Provocaron y avalaron guerras y dictaduras para luego combatirlas. Pero cuando les llega el turno de retribuir una ínfima parte de la rapiña de tantos siglos ofreciendo albergue y trabajo, aflora el chauvinismo y la xenofobia, profundizando una tragedia que ellos mismos originaron. Hasta que no asuman su verdadera responsabilidad, tampoco se encontrará una solución.