La violencia de género no es violar, matar, golpear. No solamente. Existen vestimentas sutiles, disfrazadas de buenas intenciones, y la propuesta es detectarlo, ejercitar la atención en cada ámbito.

A Chiara Páez la mató su novio hace un año en Rufino, y estaba embarazada; a Lorena Serrano su marido la ató, la torturó y baleó su marido en noviembre pasado, en barrio Bella Vista, y a Guadalupe Medina, de 12 años, la semana pasada la violaron y luego la ahorcaron entre varios miembros de una pandilla que amedrenta Villa Banana. Son algunos de los crímenes aberrantes que estremecieron la agenda local y que además de ser cometidos por ser mujeres, incluyen otros condimentos comunes a la violencia social contemporánea: víctimas humildes en algún caso, menores de edad en otros, es decir, distintas formas de vulnerabilidad.

Pero también hay en esta sociedad otras vulnerabilidades. Cada día hay mujeres que son víctimas de maltrato masculino con consecuencias que afortunadamente no hay que lamentar. Sucede acá: en la casa, o en el trabajo. Le pasó a una amiga, y probablemente nadie lo notó, porque son niveles sutiles, pero de iguales características: mujeres amedrentadas por su condición femenina.

Atraviesa una pluralidad de sectores, clases y culturas de la sociedad argentina. Esto puede sonar abstracto, pero se trata de relaciones individuales. De padres e hijas, compañeros de trabajo, jefes y empleados, investigadores científicos calificados, estudiantes y docentes. La propuesta no es victimizar, sino contarla para no vivirla. Quien quiera oír que oiga.

Rosarioplus.com dialogó con Carla, profesional recibida en la universidad. Fue discriminada por el jefe del coworking donde trabaja. También con Gisela, madre y empleada de una institución público-privada de Rosario que realiza negocios internacionales, y aunque sea exitosa en su trabajo y en su maternidad, fue víctima varios años del maltrato psicológico y físico de su ex pareja.

En los medios se supo hace pocas semanas que en un instituto de investigación en energía atómica, una ingeniera nuclear fue acosada sexualmente por su jefe, y fue un escándalo académico y público. Pero no es la primera vez. En 2014 Laura fue acosada por su profesor de una cátedra en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Y la lista sigue, inclusive entre alumnos de varios claustros.

El fantasma del coworking

“Hace meses que trabajo en un emprendimiento en una oficina compartida con un hombre, amigo y compañero. Sólo él y yo. Trabajamos las mismas horas, los mismos días, codo a codo, y nos dividimos tareas por una cuestión organizativa y ciertas habilidades que tenemos cada uno para esas tareas. Pero desde el día uno hasta hoy, el dueño del espacio sólo se dirige a mi compañero, nunca hacia mí”, contó Carla angustiada en su muro de Facebook a comienzos de mayo.

La joven comunicadora fue mas allá con la descripción: “Ni siquiera me mira. Es como si no registrase mi existencia. Los consejos, las instrucciones o cualquier tipo de comentario a él. Sólo me habla a mí cuando hace algún chiste. Estos machismos duelen aunque no peguen”.

La publicación fue comentada por unos cuantos contactos que apoyaron a Carla, quienes aplaudieron que se anime a contarlo, y coincidieron que de este modo personal en su muro de Facebook, quizás catártico, se puede cambiar las relaciones cotidianas.

Madre y profesional feliz pero golpeada

Gisela empezó a noviar con su chico, que le manifestaba que no podía tener amigos varones ni vestirse con ropa corta o pintarse las uñas, porque cualquier hombre la iba a querer violar. Ese era el modo de mostrarle su afecto, y ella lo veía correcto, así que dejó a sus amigos y vivió encerrada “en una caja oscura durante todos esos años, con miedo a cualquiera que se acerque”.

Él le hizo eliminar a todos sus contactos masculinos del Facebook, le escribía en Whats App y la llamaba muchas veces por día. Se enojaba si no lo podía atender mientras trabajaba. Al poco tiempo, Gisela dejó de salir con sus amigas porque él decía que eran "todas putas".

Fue un trabajo mental minucioso, que después se volvió físico también. Eso fue cuando ella le dijo que no la dejaba trabajar: “Me agarró de los brazos con mucha fuerza, me levantó y me zamarreó”. Pero no lo dejó porque la amenazó con hablar con su jefe y hacerla echar. Tuvo pánico, y comenzó a ocultar las marcas con base, a pintarse para ir al trabajo.

Al tiempo Gisela quedó embarazada, y lo tomaron como una oportunidad para mejorar la relación, porque él le prometió que iba a ser un mejor hombre, un buen padre. Pero una noche estaba amamantando a su bebé y era tarde, y lo llamaron unos amigos: “Yo le dije que por favor termine la charla porque tenía que dormir al bebé. Siguió hablando, y cuando cortó me agarró fuerte del cuello para ahorcarme, me apretó de tal manera que me faltó la respiración, y llegué a cubrir con el brazo a mi bebé porque tenía miedo de que le hiciera algo. Me quedaron marcados los dedos en el cuello”.

El final de este tormento fue feliz para Gisela, porque su familia más cercana detectó los indicios de violencia y le hizo ver que era una relación dañina. Hoy ella no para de repetir “cómo no me di cuenta antes”, y hasta hace poco le seguía teniendo miedo. “Miedo a que la gente que se entere le crea a él y no a mí, o que venga y me haga algo”.

Pero con el tiempo, la asesoría de un abogado y el afecto de la familia, y luego de una orden de restricción, Gisela superó su miedo. “Ahora sólo hablamos lo básico por nuestro nene, y si me llama y no quiero hablar no atiendo. Disfruto de decidir vestirme como quiero, pintarme las uñas y salir con mis amigas, y no puedo creer que antes no lo podía hacer”.

Ahora a Gisela no le importa el qué dirán, se anima a contar su historia, y se enfoca en su vida profesional y como madre, y sobre todo no se ve más como víctima.

El profesor y el jefe en la universidad

Un reconocido profesor de la Facultad de Ciencia Política comenzó a mandarle mensajes de texto a Laura, su alumna. La invitaba a su casa o a salir, y ante la negativa de la alumna, la comenzó a amenazar de una forma nada sutil: le señalaba que ella lo necesitaba a él para aprobar la materia.

En los pasillos de esta facultad situada en el Centro Universitario Rosario suele comentarse con frecuencia este tipo de cosas, y por ello es que muchas alumnas deciden no cursar con este docente o evitar el contacto directo si asisten a su cátedra.

Cuando Laura se animó a denunciarlo y se conoció en el ámbito de la facultad, fueron varias las alumnas que contaron que también el mismo docente las había acosado. Desde ese momento se abrió un sumario, y el profesor, que no fue expulsado por la academia, pidió licencia.

Flor es ingeniera química especializada en energía nuclear, y fue contratada en diciembre de 2015 para trabajar en el Instituto de Estudios Nucleares y Radiaciones Ionizantes (IENRI) de la Facultad de Ingeniería de la UNR, con la promesa de su jefe de un cargo docente y una beca. Poco después fue acosada sexualmente por él, y las promesas se hicieron agua. Soportó algunos meses, pero en febrero pasado renunció a su cargo y lo denunció.

El caso fue conocido a través de los medios, y tras abrir un sumario de investigación que continúa, el área jurídica de la UNR decididio apartarlo preventivamente de sus funciones, y Flor se fue a trabajar a otra institución en Buenos Aires.

El Espacio de Atención de Violencia de Género existe en la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario desde 2014, a partir de que se visibilizaron varios casos de acoso verbal y sexual.

Su directora, Noelia Figueroa precisó en diálogo con Rosarioplus.com que siempre que se denuncia esta clase de cosas, las instituciones suelen reaccionar igual: “Relativizan el discurso de la mujer, proponen un careo, y argumentan que pueden 'tener un quilombo' si el tema trasciende”.

Los claustros universitarios no están exentos de las reproducciones machistas de la sociedad: son representativos, recurrentes, y hasta los reproducen mujeres con cargos de autoridad. “Ocurre que aunque ya existan leyes para la igualdad de género y contra la violencia, las instituciones no las operativizan, están más atrasadas, y hay relaciones de jerarquía que nadie quiere tocar”.

Figueroa, politóloga y docente, analizó que “con el Ni Una Menos es cierto que mucho se avanzó, porque muchas mujeres se dieron cuenta, y se crearon espacios como el nuestro para la asistencia, pero también hay una banalización del tema, porque muchos hombres que reproducen niveles sutiles de violencia no hacen registro de ello, y luego marchan con los carteles”.

Según explicó, sucede que al hablar de violencia machista “lo que se piensa es en el morbo, en las jóvenes asesinadas y violadas de las clases más humildes, que es lo más grave, claro”. De esta manera se vuelve abstracto el problema, que es inherente a las mayorías.

El Espacio de Atención de Violencia de Género funciona tanto en Política como en las facultades de Humanidades y Derecho, y contiene un protocolo de acción que ya se ha usado para aplicar en varios casos denunciados en toda la comunidad de la universidad pública nacional. Además de recibir denuncias y asesorar a docentes, no docentes, estudiantes o personal temporario, realizan talleres para docentes y no docentes para sensibilizar esos comportamientos y cambiarlos.

“Las nuevas generaciones de estudiantes vienen más permeadas que los demás alumnos y docentes”, finalizó. Afortunadamente, Noelia Figueroa en el ámbito académico, así como Carla en su coworking y Gisela en su vida privada ven que existe la posibilidad de modificar estos tipos de relaciones, y por eso se animan a contarlo.