Jet Lag es una comedia negra acerca de un conjunto de gente que reclama atención sin saber si desean compañía”, sostiene Romina Tamburello, directora de la obra de teatro que, semana a semana, llena la sala de El Cultural de Abajo. Un largo vuelo por los distintos momentos de una pareja: la juventud, el encuentro, la crisis y la distancia. Una hija y una azafata como espectadora –o tal vez como metáfora del futuro- de una vida que no les pertenece. 

Teatro bien rosarino desde el escenario de San Lorenzo y Entre Ríos. Y ahora, el elenco a pleno, se suma a la #Selfistory para narrar en primera persona el back en pleno microcentro de la ciudad. 

El teatro como espejo

El arte, sus expresiones y sus manifestaciones son como un juego de espejos refractarios. Una puerta o una ventana que se hacen miles. Donde reflejan y te reflejan. El exterior y el interior. El adentro  y el afuera. Donde los rostros son miles de rostros. Espejos que agigantan, achican, deforman, maquillan, transgreden, provocan, invitan. 

Jet Lag es esa puertita que se abre cada fin de semana donde el espejo gira como una bola de un boliche, según la luz, la oscuridad, los estados de ánimo, las experiencias vividas y las sensaciones más íntimas se ponen a prueba. Y hay que dejarse llevar por ese juego múltiple que provoca risas guturales,  suspiros de salvación, piernas que se mueven por ansiedad contenida, cuellos que se retuercen por contracturas de antaño. 

La obra de teatro es un puerta/ventana. Pero el camino es laberíntico y espiralado. Pero el arte que salva –no desde una óptica utilitarista- sino como expresión genuina de humanidad  entrega un par de llaves que abren los cerrojos más profundos y estancados. Las llaves abren las puertas/ventanas y los espectadores se sientan frente a ellos mismos en ese juego de espejos. Sólo hay que dejarse ver con las múltiples formas refractarias que el espejo devuelve. Y cada vez que uno se acerca no se ve lo mismo. 

Uno puede ir varias veces a ver la obra. Y nunca se ve la misma historia. Es que nunca es ni la misma obra ni tampoco los espectadores son los mismos. Será, tal vez, porque la narrativa del guión de Tamburello, como así también la evolución de los actores  en cada presentación son esa llave que entregan sin saber demasiado, sin tener la racionalidad del pensamiento, sino que la entregan desde  la fibra sensorial que sólo el arte puede regalarnos a través de una expresión tan corporal como el teatro. 

Dirección y dramaturgia: Romina Tamburello
Actúan: Camila Olivé, María Celia Ferrero, Juan Pablo Yevoli y Leila Esquivel