El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, pasó de nuevo por la agenda política, económica y social del mundo dejando en su marcha una estela de nuevos debates y preguntas. No fue el primer año en Argentina que la situación económica tomó fuerzas en el reclamo. Los conceptos de brecha salarial, tareas de cuidado o derechos laborales son cada vez más recurrentes, se leen en las proclamas discutidas en asamblea  y también en los carteles pintados a mano en casa. No es casual. La desigualdad entre hombres y mujeres en la economía sigue siendo sistemática. Un informe del Centro de Economía Política de Argentina (CEPA)  indica que las mujeres siguen, a números oficiales de 2022, teniendo menor tasa de actividad, mayor nivel de desocupación, sobre todo si son jóvenes, y cuando acceden al trabajo, lo hacen en empleos de menor calidad y en sectores de menor ingreso.

El informe del CEPA señala que para fines de 2022 las mujeres habían alcanzado la tasa de actividad más alta desde 2016, llegando al 51,1 por ciento. Y de la misma manera se amplió la brecha con los varones, alcanzando 19,3 puntos porcentuales (p.p) de diferencia. La desocupación de las mujeres, a su vez, continuaba en el tercer trimestre de 2022 por encima de la general y en comparación, las mujeres presentan una tasa del 7,8 por ciento contra el 6,5 en los varones.

“Después de un contexto de crisis muy fuerte, sobre todo en el empleo y en relación a los ingresos, desde mediados de 2021 puede verse una recuperación en la actividad económica. Las mujeres también son parte de esa ola de crecimiento. Pero cuando ves cómo les impactó en comparación con los varones, ahí aparecen estas desigualdades que no vienen de hace tres o veinte años, son históricas”, explicó en diálogo con Rosarioplus.com Eugenia Rodriguez,  periodista feminista y miembro del CEPA. 

Según explicó Rodríguez, la recuperación impacta distinto porque para los hombres resultó más sencillo y rápido volver al mercado laboral y recuperar las tasas de empleo que tenían antes de, por ejemplo, la crisis de la pandemia. “Cabe observar a qué sectores de la actividad económica se accede. Los que están más vinculados a la recuperación de la actividad, como la construcción, tiene apenas un 3,6 por ciento de participación de mujeres. De esa forma, hay datos que son favorables en el sentido de la macro en general, pero en la comparación fina marca una desigualdad persistente”. 

Los datos del CEPA indican también que durante el tercer trimestre de 2022 se observa un crecimiento de la informalidad, que se ubicó en el 37,4%.  En esos datos hay una constante: son las mujeres las que tienen mayor participación en los trabajos informales. En el tercer trimestre del 2022, la tasa de informalidad de las mujeres fue del 39,4% y en el caso de los varones, del 35,7%. 

La desigualdad también aparece a la hora de medir los ingresos que perciben las y los argentinos. Para los últimos meses de 2022, los datos indican que los varones percibieron un 24,6% más de ingresos personales y un 22,8% más de ingresos por ocupación principal que las mujeres. En el caso del empleo formal, la brecha de ingresos fue de 16,5%, mientras que en el mercado informal, asciende a 34,6%. 

Me gustas viva

Las marchas por el 8M siguen llevando una bandera urgente: contra los femicidios y la violencia machista. Las estadísticas acompañan el pedido y frente a la vida en peligro, todo es secundario. Pero el segundo lugar no le resta importancia al reclamo. Así, no sólo se trata de reclamar que vivas nos queremos. También de preguntarnos cómo nos queremos vivas. En este caso, la enumeración podría ser: vivas, libres y no precarizadas, con acceso a la jubilación y a un aguinaldo, con vacaciones, salarios dignos, licencias por maternidad y lactancia, y accediendo al mismo salario que los hombres. 

“Es clave conocer datos para tomar conciencia de cuáles son las desigualdades que existen en nuestra sociedad”, reflexiona Rodríguez. “Por la urgencia obvia que implican los hechos más graves como los femicidios no suele estar en agenda todo lo que tiene que ver con las condiciones de vida de las mujeres más allá de la violencia. No se discute, por ejemplo, dónde trabajan, de qué trabajan, cuánto ganan, cuánto aportan a la economía y por qué las medidas de política económica tienen que tener en cuenta que justamente no impactan de la misma manera en hombres que mujeres. Esa es la discusión de fondo, que es cómo tener vidas más dignas y más justas. Y ahí aparece la política pública”.

Los datos concretos, entonces, no sólo sirven para dar cuenta de los datos objetivos de un escenario en particular. Exponer las desigualdades también orienta a la política: dónde estamos, qué pasa, qué se necesita. “Las mujeres en todo sentido suelen quedar fuera de la discusión económica. Plantear esto sirve para que un conjunto de medidas, desde la deuda con el FMI hasta el impulso de ciertos sectores de la actividad económica frente a otros o el acceso a la bancarización, tengan transversalizada la cuestión de género”, profundiza la periodista consultada por este medio. 

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Producir y reproducir sin nosotras

El primer Paro Nacional de Mujeres en Argentina se convocó en 2016 después del femicidio de Lucía Pérez en Mar del Plata. “Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”, dijeron las mujeres, lesbianas, no binaries, travestis y trans y propusieron que por un día no hagamos nada, ni en casa ni en el trabajo. La propuesta no sólo sirvió para visibilizar a las mujeres en sus ámbitos laborales, sino también para preguntarse cuáles son los ámbitos laborales de las mujeres. ¿Una mamá que está amamantando tiene que hacer paro de la teta? ¿Y las que juntan unos pesos en las ferias barriales se suman? ¿Qué comen esa noche los hijos de las amas de casa?

El informe del CEPA incluyó la distribución de las tareas de cuidado, una distribución que tiene impacto directo en la posibilidad de insertarse (o no) en el mercado de trabajo. Según la información de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) de 2021, las mujeres dedican al trabajo no remunerado en promedio seis horas y media diarias en comparación a las tres horas cuarenta minutos de los participantes varones. Es decir, hay una brecha de casi tres horas en promedio. Esto, indica el CEPA, tiene implicancias en la inserción en el mercado de trabajo remunerado, donde los varones dedican una hora y media más (1:32) por día que las mujeres, en promedio.

Las desigualdades de género persisten, sobre todo en las tareas domésticas y de cuidado

“Cuando se tomó la herramienta del paro, y dijimos que ‘si nosotras paramos se para el mundo’, se tomó una herramienta propiamente gremial y que está asociada a la lucha del mundo laboral y sindical. Esto fue quizás un quiebre en el sentido de incorporar la herramienta de lucha laboral a la lucha feminista y ahí aparecen todas estas consignas de las tareas de cuidado no pagas, y de preguntarse qué pasa con el trabajo más comunitario o con las mujeres que están mucho más atravesadas por la informalidad”, profundiza Eugenia Rodríguez.  

“Una asocia el paro al trabajo, a un horario o a no ir y esa discusión mostró que había otras formas de trabajo, y que la mayoría no están reconocidos o no son pagos, pero que existen. Y los que están pagos, pero se dan en condiciones muy precarias también quedaron de manifiesto. Creo a partir de de esta herramienta del paro se abrió también una discusión interesante sobre sobre el lugar en la economía en definitiva que tienen las mujeres”, concluyó la integrante del CEPA.