“Está buena de cuerpo, pero su cara deja mucho que desear”, le dijo un joven a su amigo, en voz alta, cuando pasaba una chica a su lado. La escena, cotidiana y usual, ocurrió hace no mucho en una esquina de Rioja y España, en el corazón de Rosario. Alejandro Dolina dijo una vez que el hombre no dice un piropo para 'levantar' a una mujer, sino para la aprobación de ese otro hombre, un amigo.

Bajo el nuevo Código de Convivencia que reemplazará al Código de Faltas vigente en Rosario, son varias las normas que se modifican y que se suman. Entre las nuevas se destaca una en particular que establece parámetros en un terreno sinuoso de criterios, definiciones y puntos de vista: el acoso sexual.

La norma que regirá a nivel municipal toma como acoso sexual a “agresiones físicas, verbales, gestuales de contenido obsceno contra quien no consiente dichas acciones mediante insinuaciones, instigación, maltrato, intimidación, hostigamiento o comentarios agresivos o peyorativos sexuales contra un ciudadano, sea con toma de fotografías o grabaciones o actos de acoso, contacto físico, seguimiento, persecución, y/o desnudez”.

En el nuevo Código, todo acoso realizado en cualquier lugar público o en la calle será plausible de ser sancionado con multa económica y la obligación a la asistencia a talleres de educación, según el caso, a cargo de la Secretaría de Género y Derechos Humanos municipal. Aunque aún la nueva norma no regía, desde el municipio confirmaron a Rosarioplus.com que esta forma de sanción educativa fue impuesta hace unos meses con el taxista que se desnudó frente a una periodista en el marco de una manifestación frente al Concejo. 

La sociedad rosarina aún no se dio el debate por convención sobre qué es el acoso callejero y, ante la diversidad de puntos de vista que existen, en esta nota se conocerá tres miradas por parte de tres hombres heterosexuales de tres generaciones y recorridos diferentes, aunque todos se auto perciben como “en proceso de deconstrucción del machismo”. Este medio buscó conocer las voces de ‘ellos’ en este debate que está lejos de ser saldado, sobre cómo perciben al acoso callejero, si cambiaron de parecer, si es necesaria la sanción normativa o no, y sobre el polemizado término ‘piropo’, al que muchos, tanto hombres como mujeres, no ven como un acto de violencia.

De esta forma, los rosarinos Pablo de 32 años y Marcelo de 56 como ciudadanos, y Fernando Ferraro como miembro del Instituto de Nuevas Masculinidades compartieron sus miradas. Si bien hubo diferencias, todos coincidieron en la "sanción educativa" como herramienta clave para un entendimiento cabal del asunto.

Respecto al piropo, el más joven de los entrevistados aseguró que siempre sintió “altos grados de incomodidad al ver cuando un hombre lanzaba un piropo” y recuerda tener presente en “conocidos de cuando era pibe en esa situación y no lo terminaba de entender, por qué lo hacía”.

Pablo se percibe a sí mismo como un joven que fue a la escuela pública, que tiene compromiso social, y por eso el tema le resulta, tanto a él como a sus amigos “algo tan evidente, tan fuera del ámbito privado que es imposible verlo de otra forma como que ‘el acoso está mal’”.

Sobre la normativa que ahora se implementará en la ciudad, reflexionó: "Si bien en términos concretos es difícil pensar que generando penas duras en sí mismo la gente va a hacer un cálculo y decir 'dejo de hacer tal cosa por miedo a la pena', sí pienso que es algo que determina lo que está bien y lo que está mal ,y se penalicen distintas acciones".

Además destacó que si se aplican penas no solo de sanción económica sino de talleres educativos (algo que será optativo según considere un juez cada caso), "puede lograrse un grado de convencimiento mayor".

Revista y Editorial Sudestada

La generación que aprendió de sus hijos y de Dolina

Marcelo es el mayor de los consultados, y con 56 años, recordó tiempos muy diferentes a los de ahora: “Viví mi adolescencia en los comienzos de la década del '80. En esos primeros años de descubrimiento de mi sexualidad, aún con una crianza que se podía decir respetuosa de las personas pero marcando el modelo patriarcal en los roles familiares, ya estaba claro que los varones teníamos impunidad para decirle a una mujer en la calle lo que entendíamos que era simplemente la expresión de nuestras hormonas sin temor a que algo nos pase”.

Marcelo recuerda que el ámbito para esto era la calle y la persona a la que se dirigía el mensaje (en tono de halago o improperio) era desconocida. En cambio reconoció que adelante de una mujer conocida o que queríamos conocer, no se hacía, “más bien nos moríamos de miedo”, dijo, a la vez que reconoció haber tenido una etapa de decir cosas lindas con ánimo de conquista: “Es obvio que nunca me dio resultado. Años después Dolina, que ni siquiera es el gran maestro de las masculinidades, nos enseñaría que ese piropo invade un ámbito al cual nadie nos ha invitado, diciéndole cosas a alguien que no nos preguntó”.

Desde la mirada de Marcelo: “Opinar sobre el aspecto de una persona, aún si se trata de una conversación, conlleva violencia en la comunicación. Los aspectos físicos de alguien no son tema de conversación a menos que ella pida una opinión. Con más razón entonces es violento un comentario de un varón sobre el aspecto físico de una mujer y mucho más si el comentario es una propuesta sexual, porque invade un espacio privado, algo que no puede hacer la mujer sin riesgo (porque la violación es una amenaza social permanente) y por ello promueve la desigualdad. Establece un dominio virtual sobre el cuerpo de esa mujer y la hace sentir insegura, porque cuenta además con la complicidad de otros varones que comúnmente participan de ese acto de acoso con miradas, sonrisas o palabras que confirman la desprotección. Hoy veo que esa complicidad aún no se desarma, cuando una mujer camina sola en la calle siguen apareciendo gestos de varones ante los cuales la mejor opción para mí es bajar la vista”.

En torno a la nueva norma que brinda la opción de denunciar un acoso sexual, Marcelo aseguró: “Si la acción de una persona pone en peligro o genera inseguridad a otra, hay reglas para limitarla y así garantizar la convivencia. Si paso un semáforo en rojo me multan porque puse en peligro a otras personas. ¿Por qué no multar a quien le genera inseguridad a una mujer por el sólo hecho de ser mujer? Todo tiene que ver con la entidad que le damos a ese supuesto peligro. Hay quien dirá ‘con un piropo no pongo en peligro a esa mujer’, y yo creo que el vulnerar el derecho de una mujer a caminar tranquila es un hecho, quizás pequeño, que abona el camino de otros que escalan en gravedad, en los que la mujer nunca deja de ser un objeto y a veces propiedad de un varón y, en el peor de los casos, asesinada. Entonces una multa, por pequeña que sea, no viene mal para marcar la falta cometida e impedir que se repita”.

Para Marcelo resulta difícil hablarlo con gente de su edad, “más de lo que parece”, pero aseguró confiar en las generaciones más jóvenes para cambiarlo definitivamente. “Tuve una formación política de contenido profundamente humanista, que suponía el respeto a la mujer como una igual, y sin embargo no llegó a la médula de mi comportamiento, porque los mismos que me enseñaban contradecían sus enseñanzas con sus acciones. Mi gran maestra fue mi hija, quien durante su adolescencia bastó con caminar a su lado para aprender ese respeto, más allá de la teoría. Luego creció mi hijo varón y completó esa mirada. Si la norma se aplica bien, en especial haciendo énfasis en las actividades educativas, va a ayudar a alumbrar un nuevo tiempo”, concluyó.

Desnaturalizar la práctica desde la pedagogía más que la sanción

Esperar que una norma y las sanciones que derivan de ella promuevan el cambio social "minimiza la complejidad de la problemática y diluye la necesidad de construir estrategias integradas que erradiquen toda práctica machista de la sociedad", aseguró el referente de las masculinidades Fernando Ferraro. Sin embargo aseguró que esta norma sí es un elemento que contribuye a la esencial tarea de desnaturalizar una práctica violenta en el espacio público.

Para Fernando es difícil generar un cambio en una persona si es de forma impuesta, y por eso le resulta cuestionable que el cambio social se promocione desde la norma en sí. Pero que haya sanción, hace referencia a un límite que fue transgredido.

En el Instituto de Nuevas Masculinidades donde participa Fernando, uno de los horizontes fundamentales es “poner el eje en los abordajes integrales de las violencias y sobre todo en las políticas de prevención y promoción a través de estrategias de difusión, de sensibilización con fuerte foco en lo pedagógico, para que el estado no se recueste sobre las políticas de sanción que siempre llegan cuando las violencias ya han sido consumadas”.

Cuestionó en este sentido: “¿Cómo entender el cambio social sin que haya tenido antes el involucramiento activo de la comunidad? Históricamente la movilización social logró impulsar normas que dieron marco legal a la transformación social”. En este caso en Rosario no hubo un reclamo desde la sociedad hacia las normas, y sumó la crítica a su propio género: “¿y los varones qué están haciendo para erradicar las violencias, qué esperan para cortarse el mambo entre sí?”.

El referente apuntó a la minimización que conlleva el uso de la palabra ‘piropo’, porque para él “nadie tiene derecho a opinar sobre el cuerpo ajeno. Muchos piensan que es inofensivo ya que puede tratarse de algo lindo que se le está diciendo a la otra persona. Pero se basa en una relación de poder en que los varones podemos nombrar, rotular y disponer de esa persona, una relación de subordinación. Ni siquiera imaginamos el terror que puede despertar en quien lo recibe, sabiendo que en los cuerpos hay una huella histórica –colectiva y personal - de abusos y violaciones callejeras”.

Consultado sobre cómo se apropiará la sociedad local de esta norma, reflexionó que “si es difundida masivamente por los medios, se puede instalar como una nueva norma social, como ocurrió con el cigarrillo y hoy nadie fuma dentro de un espacio cerrado cuando hasta hace pocos años era práctica habitual fumar donde se quisiera. Algo de eso va a empezar a hacer mella en lo que es el vínculo en el espacio público”.

Entonces para Ferraro, esta normativa es un punto que empieza a marcar el límite sobre el espacio público como propiedad de los hombres, el cuerpo de las mujeres al servicio de la masculinidad. Al ser sancionado, se explicita que esto es un acto de violencia. Pero para él, en coincidencia con Pablo y Marcelo, “la clave es si la regla se respeta para evitar la sanción o si se la habita, se la sostiene y se la nutre por conciencia, por estar de acuerdo sobre qué estamos hablando cuando decimos que es una de las tantas prácticas de violencia machista. Creo que empezar a problematizar y a reflexionar sobre el impacto de nuestras acciones, gestos del cotidiano no con sanciones directamente, no en clave punitivista, sino en clave de revisión profunda en nuestra dinámica vincular puede ser una puerta que abra posibilidades para ese cambio social siempre colectivo y sostenido".

Contrapuntos en la nueva norma sobre el acoso callejero ¿piropo sí o no?

Algo sobre cómo se va a aplicar la sanción al acoso sexual

La secretaria de Legal y Técnica de la Municipalidad Juliana Conti fue consultada por este medio sobre el tema y explicó que en el nuevo Código se trabajó cada capítulo con las diferentes secretarías, y el del acoso sexual callejero fue particularmente con la Secretaría de Genero. Y aseguró que “este tema pareció pasar más desapercibido". "Generó más polémica temas como las sanciones a los llamados trapitos o el juicio por jurados”, precisó.

Hoy para hacer una denuncia se debe llamar al 147 o escribir en la app Rosario Responde, desde allí comunican al inspector, y éste se acerca al lugar, donde se labra el acta. Y desde que se implemente el nuevo Código, al momento de denunciar habrá un sistema online donde un ciudadano que esté inscripto puede elevar la denuncia de esta forma virtual, con un botón de denuncias en su perfil digital. Allí deberá escribir una descripción en detalle del hecho, si la denuncia es completa, más será plausible de que se llegue a dar una sanción. Esto coexistirá con el 147 y la aplicación municipal mencionada.

La funcionaria explicó que "la denuncia es de una falta municipal, y el juez para abrir un procedimiento de faltas debe leer la prueba y lo que dice un inspector hasta el momento. Ahora que habrá otra forma que las actas de inspectores, la denuncia no goza de la misma presunción de verdad, y por ello va a requerir de mayor cantidad de pruebas para que se abra un acta con validez. Para ello, los fiscales constatarán las pruebas para decidir si estas dan suficiente validez a la falta que se acusa, para abrir un procedimiento o no. Es un control de legalidad".