El presidente estadounidense quiere que los europeos asuman un rol más participativo al momento de solventar los gastos del bloque militar más poderoso del mundo. Tras haber afirmado durante la campaña electoral de 2016 que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) estaba obsoleta, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, asistió a fines de mayo a la primera reunión de esa organización.

Aunque estaban presentes los mandatarios de los países miembro, el encuentro no era una cumbre presidencial sino una reunión cuyo objetivo formal era inaugurar la nueva y costosa sede de la Otan en Bruselas, Bélgica. El objetivo real del encuentro era otro: se trataba del momento esperado por los aliados de los Estados Unidos para que su presidente formulara una rectificación de sus dichos de campaña, y ratificara el compromiso de su gobierno con el bloque militar.

Trump ya había hecho algún avance en esa dirección tras su llegada a la Casa Blanca al expresar que la Otan ya no era obsoleta. Sólo faltaba que reafirmara su compromiso con el artículo 5° del Tratado del organismo, en el que se consagra el principio de la defensa colectiva, que establece que un ataque contra uno de los miembros de la alianza será asumido como si fuera un ataque contra todos. Sin embargo, la manifestación de compromiso no se produjo o, al menos, no de forma expresa. Peor aún, en otra de sus imprevisibles reacciones, el magnate repartió reproches a sus socios, empujó al primer ministro de Montenegro, e hizo alarde del poder militar de su país.

¿Qué es la Otan?

Se trata de la alianza militar intergubernamental más poderosa del planeta, basada en el Tratado del Atlántico Norte o Tratado de Washington, firmado el 4 de abril de 1949. Constituye un sistema de defensa colectiva, en la cual los Estados miembro acuerdan defender a cualquiera de ellos que fuera atacado por un enemigo. El gasto militar combinado de todos los países miembro de la OTAN supera el 70 por ciento del gasto militar global.

La Guerra de Corea hizo que la Otan se planteara como una coalición permanente, y desde entonces desarrolló una estructura militar bajo la dirección de los comandantes de los Estados Unidos. El curso de la Guerra Fría llevó a los países de la esfera soviética a crear el Pacto de Varsovia, que se formó en 1955.

Siempre existieron tensiones en la alianza europeo-estadounidense ante la eventualidad de una invasión soviética. Esos desacuerdos se hicieron notorios cuando Francia se retiró de la alianza en 1966.

Luego de la caída del Muro de Berlín en 1989, la organización intervino en la guerra de secesión de Yugoslavia, lo que se convirtió en la primera intervención conjunta de la Otan. Políticamente, la organización fue paulatinamente mejorando sus relaciones con los antiguos miembros del Pacto de Varsovia, y ha incorporado a varios de ellos entre 1999 y la actualidad. Los países del Este europeo encontraron en su integración a la Otan y a la Unión Europea (UE) el modo de sustraerse a la esfera de dominio de Rusia en la era postsoviética.

Los atentados terroristas de septiembre de 2001 constituyeron la única ocasión en que un país miembro, los Estados Unidos, invocó el Artículo 5° del tratado, en reclamo de la ayuda del bloque para su defensa. A partir de entonces los países miembro colaboraron con los Estados Unidos en las guerras de Afganistán y de Irak.

Sin embargo, luego de la desintegración de la Unión Soviética en 1991 y la consecuente desaparición de la amenaza comunista, la alianza careció de un enemigo específico y claramente definido.

Los desacuerdos

La Otan no atraviesa su mejor momento, y eso se debe principalmente a tres razones. La primera es que no ha definido claramente y de forma unívoca a un enemigo común. La idea de “terrorismo” es demasiado amplia y las variantes que asume lo convierten en una entelequia amorfa y difícil de definir. Además, para los países del este europeo, la amenaza más tangible es la Rusia de Vladimir Putin y no el terrorismo.

La segunda diferencia se refiere al tema presupuestario. Los países europeos no tienen capacidad suficiente en la actualidad para aumentar su presupuesto militar tanto como el presidente estadounidense lo desea.

La tercera diferencia consiste en que Alemania está practicando una política comercial extremadamente agresiva que amenaza al proyecto europeo mucho más que Trump y sus críticas a la UE. Algunos analistas señalan que la política económica alemana es el origen del posible fracaso del proceso de integración europeo. La canciller alemana Angela Merkel representa dentro de Europa una orientación muy particular. Es la cabeza de un país beneficiado por la implementación de políticas comerciales expansionistas agresivas, que avanzan a costa de otras economías no europeas como la de los Estados Unidos, pero también las de otros países europeos, sobre todo del sur, como Francia. Y si Alemania no modera esa política el nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron, perdería velozmente su apoyo electoral, para retornar al escenario en el cual las fuerzas políticas antieuropeístas tanto de izquierda como de derecha, ganarían espacio en todo el Viejo Continente.

Fue en este contexto que en el encuentro en Bruselas Merkel ensayó una suerte de aleccionamiento a Trump, cuando expresó: “No es el aislacionismo y el levantar muros lo que nos lleva el éxito, sino las sociedades abiertas”. Acto seguido, el presidente estadounidense dio una respuesta llena de reclamos a sus socios. Sostuvo que “los miembros de la Otan deben aportar su parte. 23 de los 28 Estados no lo hacen. Y esto no es justo para los contribuyentes estadounidenses".

Pese a que los países de la Otan fijaron desde hace más de una década como un objetivo deseable invertir el 2 por ciento de su PBI en gasto militar, no fue sino hasta 2014 cuando esa cifra se convirtió en un compromiso obligatorio, pero se fijó su cumplimiento recién para el año 2024.

Se suscita entonces la paradoja de que mientras Merkel levanta en nombre de la UE la bandera de la moral y la defensa los derechos de las personas, no se ve con buenos ojos que un presidente de un país que no pertenece al bloque defienda los derechos de sus contribuyentes.

Llegó entonces el momento de que Trump expresara la fórmula ritual invocada por cada uno de sus predecesores desde Harry Truman, y que consiste en la mención específica de que los Estados Unidos están comprometidos con el artículo 5° de la Otan. Pero no lo hizo y eso causó conmoción entre los socios.

Lo políticamente correcto hubiera sido que, teniendo en cuenta que varios países aumentarán su gasto militar el año entrante, Trump les agradeciera el esfuerzo y los invitara a acelerar el calendario acordado para los próximos años. Pero el hombre no es así. Una vez más, Trump falló en las formas, aunque no careciera de razón acerca del fondo de la cuestión.

También se esperaba que el presidente estadounidense hiciera alguna referencia a Rusia, país visto como una amenaza por los miembros europeos de la Otan. Sin embargo, se enfocó en la amenaza terrorista y en la inmigración, dos temas en los que los aliados también están divididos.

Diferencias hacia dentro de la UE y diferencias entre europeos y estadounidenses, se trasladan irremediablemente al interior de la Otan, que se encuentra hoy más dividida que nunca.