Los sondeos de opinión nacionales coinciden en su amplia mayoría. Predicen que Joe Biden será quien coseche la mayor cantidad de votos en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre. Sin embargo, no necesariamente quien obtenga la mayoría de los sufragios a escala nacional será quien gane la presidencia de los Estados Unidos. En cinco oportunidades sucedió lo contrario. La última vez fue en 2016 cuando la candidata demócrata, Hillary Clinton, encabezaba las encuestas y obtuvo casi tres millones de votos más que Donald Trump, pero aun así perdió las elecciones. Eso se debe a que en los Estados Unidos no se utiliza el sistema de sufragio directo para la elección presidencial - como en Argentina, Brasil o Uruguay por ejemplo- sino que se usa el sistema de colegio electoral.

Lo que cuenta es ganar en los Estados que permitan acumular una mayor cantidad de electores. El colegio electoral estadounidense está compuesto por 538 miembros, por lo tanto, es necesario sumar 270 electores para alcanzar la presidencia. Hecha la aclaración, cabe decir que Biden ha estado por delante de Trump en las encuestas nacionales la mayor parte del año. En las últimas semanas se mantuvo en torno al 50 por ciento de intención de voto y llegó a tener una ventaja de 10 puntos en algunos momentos. Sin embargo, Trump ha recuperado terreno recientemente, especialmente en algunos Estados considerados clave.

Estados de peso

Para convertirse en presidente de los Estados Unidos es menos importante la cantidad de votos que el candidato obtiene que dónde los obtiene. La cultura política estadounidense muestra que en la mayoría de los Estados se suele votar siempre de la misma manera.

Ese comportamiento, más predecible, pone el acento y el contraste sobre un grupo pequeño pero relevante, los denominados Estados péndulo o Estados bisagra. Hasta ahora los sondeos en dichos Estados son ligeramente alentadores para Biden, pero en el mes y medio que queda, las cosas pueden cambiar muy rápidamente, sobre todo cuando está involucrado Donald Trump, quien además de su adicción a los golpes de efecto, tiene todos los recursos del Estado federal a su favor.

Las encuestas sugieren que Biden tiene ventaja en Estados péndulo como Michigan, Pensilvania y Wisconsin, tres estados industriales en los que Trump ganó por márgenes inferiores al uno por ciento en 2016.

Pero además de los Estados bisagra, deben tenerse en cuenta otros aspectos de la cultura política estadounidense. Uno de ellos es la composición del electorado de los dos grandes partidos políticos, el republicano y el demócrata. El electorado republicano tiende a ser más homogéneo y, por lo general, más convencido de ir a votar. Es mayoritariamente blanco, protestante, conservador y tradicionalista. El electorado demócrata tiende a ser más heterogéneo y más fluctuante. Es un electorado al que hay que convencer de que vaya a votar por una causa que lo movilice. El demócrata es un electorado que contiene distintas convicciones religiosas, orígenes étnicos y, en general, a diversas minorías.

La división bipartidista está además atravesada por el viejo e irresuelto enfrentamiento entre el norte y el sur. Y en las últimas décadas, se le agregó otro componente que cada vez tiene mayor incidencia en las elecciones: la creciente comunidad de origen latino.

El voto latino

La minoría latina en los Estados Unidos es la más importante desde hace ya bastante tiempo y supera por mucho a los afrodescendientes. Se trata de una comunidad de más de 50 millones de personas, de las cuales aproximadamente 32 millones están habilitadas para votar. Es por eso que el voto latino cobra una importancia creciente en cada nueva elección presidencial.

Por sus características, el voto latino se convirtió en uno de los más sólidos pilares del progresismo en los últimos 20 años. Es decir que, mayoritariamente, tiende a inclinarse por los candidatos del partido demócrata. Ya en 2016, Hillary Clinton atrajo el 62 por ciento del sufragio de ese electorado.

En este marco, si se combina la variable voto latino con la de Estado péndulo, un distrito se destaca por sobre el resto: Florida. Hasta hace dos meses, Biden lideraba con cierta comodidad en ese Estado. Sin embargo, Trump ha acortado sustancialmente la diferencia de 5 a 1,8 puntos porcentuales. Lo cierto es que el electorado latino de Florida es atípico porque es mucho más conservador. Eso se debe a que en su mayoría, está compuesto por descendientes de migrantes cubanos anticastristas, portorriqueños y, en los últimos años, buena parte de la diáspora de venezolanos antichavistas. Es por estos motivos que el discurso polarizador de Trump y su amenaza de que si Biden se convierte en presidente, los Estados Unidos se convertirían en Venezuela, busca un objetivo muy concreto, que es asustar al electorado latino   provocar una fuga hacia la derecha. Trump asocia a Biden con el socialismo -lo cual es a todas luces inverosímil- para restarle voto latino. El presidente se encarga de recordar constantemente que la Administración Obama-Biden normalizó las relaciones con Cuba, y que él se encargó de dejar sin efecto ese acercamiento. Y no le está yendo tan mal si se tiene en cuenta que Biden lidera el voto latino por un margen de 20 puntos, pero hace cuatro años, Clinton ganó en ese mismo segmento por una diferencia de 38 puntos, es decir, casi el doble.

El voto latino también es decisivo en otros estados clave como Texas o Arizona. Allí, pequeñas diferencias de apoyo pueden inclinar decisivamente el colegio electoral. En ambos Estados Biden lleva la delantera, pero bastante lejos de los márgenes alcanzados hace cuatro años por Hillary Clinton.

Otros desafíos, otras estrategias

El desafío de Biden es acercarse a los latinos y mostrarles que Trump miente, algo que al mismo tiempo se torna difícil por efecto de la pandemia de Covid-19 y las medidas de aislamiento, lo cual conspira contra la cultura política demócrata de salir a convencer a sus votantes.

Un fenómeno a tener en cuenta, es que los latinos católicos ya no son la mayoría religiosa. Crece la población latina que abraza a las iglesias evangélicas, un fenómeno que también se observa en Latinoamérica y muy especialmente en Brasil. Y un fenómeno con un correlato político muy concreto, porque generalmente esas creencias se acercan a ideologías políticas reaccionarias.

Por otra parte, el candidato demócrata está interesado en atraer voluntades de la clase obrera blanca. Si lo lograra, podría desbaratar la dinámica que le dio la victoria a Trump hace cuatro años. Curiosamente en Florida, donde la cuarta parte de la población es latina, Biden pierde apoyo en ese sector pero lo gana entre los blancos y especialmente entre los adultos mayores, lo cual puede mantener sus números en el Estado de cara al 3 de noviembre. También tiene a favor el apoyo del poderoso magnate de las comunicaciones, Michael Bloomberg, quien aportó 100 millones de dólares para reforzar su campaña en Florida.

Por su parte, Trump apuesta a cohesionar en torno a su candidatura a distintos sectores. Uno de ellos es el voto de los judíos estadounidenses. No fue casual que el más reciente - y uno de los pocos- éxitos en política internacional del presidente haya sido el acuerdo alcanzado entre Israel, Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos a espaldas de Palestina.

Tampoco es casual el anuncio de que en breve habrá 100 millones de dosis de vacunas contra el Covid-19, pese a que ninguna de las que se encuentran en estudio haya superado aún de manera definitiva los testeos correspondientes. Nada es casual en el mundo Trump. Y no debería subestimárselo. Ni siquiera cuando dice que no reconocerá un resultado adverso en las elecciones.