El planeta entero contiene el aliento ante la pandemia que parece resignificarlo todo. Surgen preguntas respecto del futuro cercano que hasta hace poco nadie se hacía. Los liderazgos políticos son cuestionados a propósito de la gestión de la crisis. La economía global cruje y los países cierran fronteras al punto de asomar un cuestionamiento profundo de la globalización y del rol del Estado con una contundencia que remite a hitos del pasado tales como la caída del bloque soviético entre 1989-1991, los atentados terroristas sobre los Estados Unidos en 2001 y la crisis económica y financiera en los países desarrollados en 2008. Mientras todo eso sucede, Vladimir Putin usa hábilmente el momento crítico para prolongar su poder. Es un digno intérprete de los postulados de Nicolás Maquiavelo: alcanzar el poder, mantener el poder, expandir el poder.

Con el mundo inmerso en la crisis y sin saber cómo reaccionar, lo cierto es que en Rusia el brote de Covid-19 o bien se encuentra controlado, o bien el aparato represivo del Estado determinó que está controlado. No es imposible ni improbable algo de esa naturaleza: el Estado soviético ya lo hizo con la explosión de Chernobyl en 1986. 

Putin alentaba desde el año pasado una reforma de la Constitución de la Federación Rusa previendo el fin de su actual mandato presidencial en 2024. Se estimaba que crearía una suerte de órgano consultivo -cuya conducción se reservaría- para ejercer el poder real sin ocupar el cargo formal de presidente. Sin embargo, en una época en la que a lo largo y a lo ancho del planeta la democracia está sometida a un desprestigio con pocos antecedentes, en la época de la proliferación del law fare, en época de las fake news y de las intervenciones externas en las campañas electorales de casi cualquier país, Putin parece no haber encontrado una motivación real que lo condujera a guardar las apariencias. 

La reforma

La semana pasada el Tribunal Constitucional avaló las modificaciones en la Constitución que le permitirán a Vladímir Putin permanecer en el poder dos mandatos más. La corte, controlada por el poder ejecutivo, dictaminó como legal la reforma constitucional de Putin que despeja su último obstáculo para volver a presentarse a elecciones pese a que debería dejar el cargo en 2024. De este modo podría llegar a mantenerse en la presidencia hasta 2036 sin interrupciones. Pero eso no es todo: la reforma configura una presidencia aún más fuerte. 

Para hacerse efectivo, el paquete de cambios sólo debe ser aprobado mediante una consulta popular prevista para el 22 de abril. Y la fecha se mantiene inalterable, Covid-19 mediante. Por el contrario, los sectores opositores aplazaron las protestas previstas debido a la pandemia y las restricciones de reunión impuestas por el gobierno.

La reforma se gestó y avanzó en tiempo récord. Putin había firmado las enmiendas constitucionales el sábado de la semana pasada. Tras deliberar sólo dos días, el alto tribunal ruso dictaminó que el paquete de 290 enmiendas a la Constitución es acorde con la ley fundamental aprobada en 1993. Los jueces, que son nombrados por el Consejo de la Federación -en manos del partido oficialista- destacaron que la modificación que permitiría a Putin volver a competir por la presidencia -en contra de la norma actual que lo limita a dos mandatos consecutivos- es válida porque se prevé con el apoyo del pueblo. Un argumento en la misma línea del discurso del mandatario ruso, que alude a la necesidad de garantizar la estabilidad en el país, siempre que los rusos lo sustenten en las urnas.

Los cambios apuntan a consolidar el control de Putin sobre la vida política, económica, social y cultural en Rusia y podrían convertirlo en el líder más perdurable en la historia moderna del país si alcanza a superar al dictador José Stalin. Recuérdese que Putin accedió al gobierno de la mano de Boris Yeltsin en diciembre de 1999. 

Esta reforma calificada como exprés, contiene aspectos que son –por lo menos- polémicos. Sostiene que Rusia es heredera de la Unión Soviética. Mientras que el Estado es una institución eminentemente laica en el mundo occidental, incorpora la fe en Dios. Define el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer y bloquea de ese modo el acceso a derechos de la comunidad LGBTIQ+. También señala la importancia de la educación patriótica, sin quedar demasiado claro a qué se refiere. También enfatiza la prioridad de la ley rusa sobre las normas internacionales, una disposición que parece dirigida especialmente al Tribunal Europeo de Derechos Humanos y otros organismos internacionales que a menudo han emitido veredictos contra Rusia. Además, el presidente podrá destituir al primer ministro, a cualquier ministro o viceprimer ministro aprobado por la Duma (poder legislativo). Además, prevé que el Consejo de la Federación -controlado desde el Kremlin- pueda destituir a los jueces de los tribunales constitucionales y supremos. De este modo se configura una Constitución más conservadora y de espíritu nacionalista, con Vladimir Putin como Cancerbero. 

La resistencia

La reforma constitucional ha encontrado poca resistencia pública. Hace un mes, miles de personas participaron en una marcha en homenaje al opositor Boris Nemtsov -asesinado hace cinco años- que se convirtió en una protesta de rechazo a la reforma constitucional. Sin embargo, la pandemia del Covid-19 se convirtió en el argumento central de las severas restricciones impuestas a los eventos multitudinarios. No obstante, cientos de personas han participado en protestas individuales en todo el país mediante los denominados piquetes solitarios, que tienen por objetivo sortear la prohibición de manifestarse. Actualmente hay alrededor de 50 detenidos por esas manifestaciones. 

El pasado fin de semana, un grupo de más de 400 artistas, periodistas, economistas, abogados o científicos firmaron una carta abierta contra la reforma constitucional y los planes de Putin, a los que definieron como un golpe anticonstitucional ilegal en forma pseudolegal.

Desde el Kremlin se ha eludido responder al contenido de la carta, que se suma a otras iniciativas contra la maniobra del líder ruso, y han asegurado en cambio que están recibiendo una gran cantidad de misivas de apoyo.

La crisis como oportunidad

Si hay alguien que ha sabido utilizar cada crisis como una oportunidad, ese es Vladimir Putin. Esta vez no es la excepción. La crisis mundial por la pandemia y la zozobra de los mercados por la guerra de precios del petróleo, que está afectando seriamente a la ya comprometida economía rusa, facilitan que el pueblo ruso se abroquele en torno al hombre que se convirtió durante 20 años en sinónimo de estabilidad. La oposición rusa está debilitada, fragmentada y carece de representación parlamentaria. Ha suspendido las protestas previstas debido a las restricciones impuestas para evitar los contagios y la diseminación del virus. 

Tras la consulta popular prevista para el 22 de abril la reforma constitucional entraría en vigor inmediatamente y el mundo vería a Putin convertirse de hecho en un presidente perpetuo. Se consumaría de esa manera una suerte de restauración de la Unión Soviética de la que Putin formó parte como espía de la temida KGB. 

A quienes defienden las libertades individuales y colectivas sólo les queda ocupar, por ahora, el ingrato lugar de quien predica en el desierto.