Julia Blanco es una historiadora y docente de la UNR que se especializa en investigar editoriales de los años 60 y 70. Ese llamado tuvo un origen en su primera infancia, en eternas evocaciones de su padre sobre su “biblioteca fantasma”, la que enterró por tratarse de “material subversivo que podía costar la vida”, en un pueblito de la suela de la bota de Santa Fe, llamado San Gregorio.

Junto a familiares cercanos, Julia emprendió en la tarde de sábado pasado, previo al 24 de marzo, la reparadora tarea de desenterrar los libros envueltos en nylon y guardados en un cofre de metal que su abuelo ferroviario conservaba. Participaron de la movida su padre, el ex diputado socialista Joaquín Blanco, y su madre, la ministra de Producción provincial Alicia Ciciliani.

“Mi abuelo y mi tío eran maquinistas, y con mi padre se repartieron los libros para llevarlos en varios viajes en trenes y de a poco”, recordó Julia en diálogo con Rosarioplus.com. Hoy ella reconoce el doble riesgo al que todos ellos se expusieron, tanto en el traslado como en el entierro. Fue también un doble entierro, ya que tras el primero en 1976, hubo un desentierro y otro entierro de los mismos materiales en 1979. Es que su abuelo decidió irse de San Gregorio y por eso decidió en una segunda etapa poner los libros bajo tierra en espacio público para no complicar a futuros locadores.

En el patio del ex “chalet” donde paraban los ferroviarios (hoy un predio público), al lado de las vías del tren, esperaron entonces 42 años su desentierro las obras completas de Mao Tse Tung y Qué hacer de Lenin, entre otros varios títulos que ahora “son pilas de pasta de papel que no se sabe dónde termina un libro y empieza otro”, describió Julia. Hace ya una semana que el material está en proceso de secado para su posterior fragmentación, que será asistida por una especialista en conservación de papel para ver qué otros títulos se pueden identificar.

La mujer contó detalles de cómo fueron los horas previas y el proceso del desentierro. El grupo emprendió viaje por la ruta nacional 33, luego por la 8 y finalmente el trayecto hacia el sur de la provincia por la provincial 14. “Teníamos las coordenadas porque mi tío recordaba el lugar exacto y nos dibujó un croquis, sin embargo el temor de no encontrar el baúl era alto”, planteó la profesora de Historia.

Al llegar al chalet, Julia y su familia se encontraron con los empleados municipales de la comuna de San Gregorio, quienes los ayudaron en la búsqueda del tesoro familiar con la asistencia de una retroexcavadora y palas. 

“Fue impactante la alegría que sintió mi viejo. Para todos fue una sensación de júbilo: hicimos el desentierro durante media hora (que parecía eterna por la ansiedad) con la ayuda de la comuna y sin necesidad de asistencia de arqueólogos porque consideramos que el cofre de metal protegía a los libros y no fue necesario, como fue el caso de la Biblioteca Roja de Córdoba, un cuidado tan minucioso”. La Biblioteca Roja fue el primer desentierro de libros escondidos durante la dictadura (por estudiantes que se exiliaron), en agosto de 2017, y esta historia fue la que impulsó a Julia a entusiasmar a su padre para reencontrar su propia biblioteca enterrada.

“Mi papá nos contó mucho sobre esta biblioteca que alimentó en sus años de estudiante de Contabilidad (época en que participó de la fundación del Partido Socialista Popular y del MNR), del 69 al 76, año en que se casó con mi madre, y por el comienzo de la dictadura también, año del primer entierro de los libros en el patio de la casa de mi abuelo en San Gregorio”, relató la joven rosarina. A la vez que puntualizó: “Siempre la recordó pero a la vez la dio por perdida, y nosotros crecimos con dos bibliotecas: la nuestra y la fantasma”.

Con el correr de los años, Julia eligió estudiar Profesorado y Licenciatura en Historia y se volvió investigadora becaria del Conicet. Hace dos años una amiga le regaló algunos libros que su padre había guardado de los años más oscuros de la historia del país. Entonces eligió especializarse en la temática editorial de esa etapa. “Fue entonces que mis viejos vieron los libros, y mi mamá sugirió que había que recuperarlos”, resumió.

Pero el desentierro era una idea que no se materializaba. Julia insistía pero no quería sentir que molestaba a su padre. “Él no quería tocar ese pasado, que no se sabía si valía la pena revolver, la fantasía algo ilusa era volver a leerlos, no sabíamos cómo los íbamos a encontrar”, recordó. “Yo les recordé el sentido que tenían esos libros, y ellos durante el desentierro lo encontraron: tocamos una historia que además de la nuestra afectó a muchas familias, y al darnos cuenta el sentido fue hacer de este desentierro algo público. El sentido de la historia va cambiando con la sociedad, y esta historia es también de las generaciones que no la vivimos”, sostuvo.

Julia sabía que quizá no encontraran los libros. “Me vinieron muchas preguntas sobre cómo nos podía marcar este desentierro, y nunca imaginé que iba a ser un evento tan feliz”, aseguró satisfecha de su empresa cumplida.

Consultada sobre qué piensa hacer una investigadora en Historia con semejante material, que forma parte ineludible de su historia personal, Julia se entusiasmó pero fue cauta: “Ahora los libros están en pleno secado, y con el correr de los días veremos lo que encontramos. Aun no se sabe cuántos libros son, ni cuáles son muchos de sus títulos”.

Por lo pronto algo es seguro: “Haremos una muestra en el Museo de la Memoria. Fue sugerido por un antropólogo y nos pareció una buena idea, es el lugar indicado. Después veremos cómo se desplegará, pero seguro el cofre va a formar parte de la muestra”.

A partir del registro audiovisual del desentierro, realizado por el cineasta rosarino Elad Abraham, Julia especula con realizar alguna producción documental para su difusión y reflexión.

Otra historia que se entrecruza con el desentierro es la de los ferroviarios, alejados de los focos de investigación en las grandes ciudades. Otro recorte para continuar su camino de recuperación de la historia argentina, ineludiblemente entretejida a su historia familiar.