La semana pasada los ministros del interior de los veintisiete países miembro de la Unión Europea (UE) se reunieron en Bruselas para discutir los pasos a seguir frente a la nueva crisis que involucra a migrantes y refugiados en la frontera entre Grecia y Turquía.

Las imágenes que trascendieron presagian una catástrofe. Seres humanos desesperados intentan trasladarse de un sitio a otro que les permita sobrevivir pero concluyen por encontrarse con disparos y finalmente, con la muerte que buscaban evitar. Pero aunque esas imágenes incomodan a la opinión pública dentro y fuera de Europa, la decisión final del bloque comunitario fue en sentido contrario.

Fronteras cerradas

El comunicado final -adoptado con la aprobación de todos los miembros del bloque- consumó un giro de las instituciones europeas que pasaron de la parálisis general ante el miedo a una segunda crisis migratoria similar a la de 2015, a la adopción de una estrategia de abroquelamiento en torno al gobierno griego y la política de mano dura con los refugiados.

Esta unidad de los miembros de la UE contrasta con las tensiones y divisiones desatadas en el seno del bloque respecto de la crisis migratoria de un lustro atrás. Pero se trata de una unidad construida sobre la base de la exclusión, del cierre de las fronteras y de la deshumanización de migrantes y refugiados.

Y, aunque resulte inverosímil, se traslada a los propios afectados la responsabilidad de la situación: los migrantes no deben ser animados a poner en riesgo sus vidas intentando cruzar ilegalmente por tierra o mar, señala el comunicado.

El componente que hace diferente a esta crisis es que el gobierno de Turquía anunció que ya no detendrá a los migrantes que quieran cruzar a Europa, luego de que fuerzas del régimen sirio -con apoyo ruso- mataran alrededor de 30 soldados turcos en el norte de Siria. Desde ese episodio, casi 140 mil migrantes cruzaron la frontera de Turquía hacia Europa.

Al permitir el paso de refugiados, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan intenta forzar a las autoridades de la UE a negociar dos temas centrales. El primero es un nuevo acuerdo migratorio que reemplace el firmado en 2016. El segundo, más delicado, es que el bloque comunitario apoye su peligrosa intervención en el norte de Siria, algo que los involucra a todos -turcos y europeos- en su calidad de miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Si no logra avanzar con la negociación de esos objetivos, Erdogan dejará pasar refugiados sin restricciones, trasladando el problema de la contención a los europeos.

Por su parte, las autoridades de la UE denuncian que Erdogan los chantajea y apuntan a mantenerse firmes para evitar que el gobierno turco logre imponer su criterio. En principio no niegan la posibilidad de una negociación con Turquía respecto de efectuar cambios en el acuerdo migratorio de 2016 y aportar más dinero y otras medidas de contención, pero le reclaman al gobierno de Erdogan que, mientras tanto, cumpla con el acuerdo firmado hace cuatro años.

Las autoridades griegas denuncian además que Turquía ha redefinido unilateralmente las fronteras marítimas del mar Egeo, ha hecho vuelos militares no autorizados en su espacio aéreo y que ha realizado exploraciones petrolíferas y gasísticas en aguas griegas y chipriotas en lo que supone un  avance sobre el Mediterráneo.

Mientras tanto, el panorama se agrava cada vez más. Los militares griegos que custodian la frontera ya usaron gas lacrimógeno, balas de plástico y -finalmente- municiones reales, al punto que ya mataron a un refugiado. Y desde la UE no habrá cuestionamientos a las medidas adoptadas por los griegos por entender  que eso reforzaría la posición de Erdogan.

Los organismos internacionales condenaron las medidas adoptadas por el gobierno griego, especialmente la decisión de suspender durante un mes las solicitudes de asilo, algo que, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), está en contra tanto de las normas europeas como de la Convención de Ginebra.

El drama de los migrantes y los refugiados

Aun cuando no existe una definición jurídicamente convenida, las Naciones Unidas definen el migrante como alguien que ha residido en un país extranjero durante más de un año independientemente de las causas de su traslado, voluntario o involuntario, o de los medios utilizados, legales u otros.

Por su parte, la Convención de 1951 de las Naciones Unidas define al  refugiado como una persona que se encuentra fuera del país de donde es originario, o bien donde reside habitualmente, debido a un temor fundamentado de persecución por razones de etnia, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social u opiniones políticas, y que no puede o no quiere reclamar la protección de su país para poder volver.

En el caso en cuestión, la amplia mayoría de los migrantes y refugiados proceden de Siria, y más específicamente de la región de Idlib, producto de la ofensiva del régimen del presidente Bashar al Assad sobre el último enclave controlado por los rebeldes en el país, a quienes las autoridades turcas utilizan como mecanismo de presión para obligar a los europeos a negociar. En Idlib hay 3 millones y medio de personas que se encuentran cerca de la frontera con Turquía en una situación apremiante.

La destrucción de Siria fue avalada por acción u omisión por los gobiernos de los Estados Unidos y los principales países europeos, bajo el pretexto de la denominada primavera árabe, que supuestamente llevaría una ola democratizadora a Medio Oriente, con los consecuentes buenos negocios que esos países occidentales esperaban realizar con la codicia que los caracteriza. En su lugar -algo salió mal- apareció el Estado Islámico (ISIS), una guerra religiosa sin precedentes y explotaron varios de los conflictos latentes en una región considerada como la más volátil del planeta.

Actualmente, las personas que padecen esta catástrofe desde 2011, continúan sujetas a las decisiones de gobiernos occidentales que no tienen ningún interés en asumir la más mínima responsabilidad en las catástrofes que causaron, y regímenes como los de Bachar al-Assad, Erdogan y Vladimir Putin, que en lugar de seres humanos ven en los refugiados meros factores de presión.

Mientras se decide sobre la vida o la muerte de miles de personas en pasillos y escritorios, los refugiados y los migrantes pierden en condiciones miserables su dignidad y su vida.