A la hora que la mayoría de analistas políticos y académicos están durmiendo, Andrés Malamud ya completó su rutina de lectura de los diarios argentinos. No es que sea más disciplinado que nadie sino que tiene cuatro horas de ventaja. En su casa de Lisboa, donde vive y trabaja como politólogo hace 20 años, se mete en los portales digitales de prensa cuando en Argentina son las tres de la mañana.

En un alto del Congreso de Democracia celebrado esta semana en la Facultad de Ciencia Política de Rosario (UNR), este investigador de 50 años da un vistazo sobre la embrollada coyuntura doméstica. Su idea es que la crisis del gobierno (disparada de la inflación, caída de la actividad, alza de la pobreza) no deja a Cambiemos fuera de 2019, pero que si el peronismo se unifica en torno de un candidato aglutinador el oficialismo no tendrá chances. También piensa que la apresurada declinación de los últimos meses lo que le hizo perder al gobierno fue la adhesión de ese sector que lo llevó a la Casa Rosada en el ballotage.

También destaca que Macri no puede, en la discusión fiscal, cargar culpas contra los gobernadores peronistas que no aceptan podas, cuando la mitad de los recursos nacionales se los llevan la provincia de Buenos Aires y CABA, que calzan su misma camiseta. “Todos los gobernadores peronistas juntos, que son 16, tienen menos plata que Vidal y Larreta”, dice.

Cambiemos ganó las elecciones de medio término con holgura en casi todos los distritos del país. Se hacían proyecciones sobre quién sería el candidato del sector en 2023. Y once meses después estamos en otro mundo. ¿Qué pasó?

Pasaron cosas (risas). Al gobierno le gusta mencionar tres dimensiones. Creo que acentúan la menos importante, que es el efecto de la oposición sobre los mercados. Para mí las más decisivas son el efecto mundo y los errores propios que ellos esconden. El efecto mundo, que el gobierno llama tormenta, es en realidad cambio climático, porque no es transitorio sino irreversible, por lo que si el gobierno espera que esto pase rápido está haciendo mal los cálculos otra vez. Lo que es propio tienen que ver con este error de diagnóstico y de diseño en las políticas. En especial la inconsistencia entre bajar la inflación y corregir precios, cosas que queda claro no se podían hacer al mismo tiempo. Argentina es un país en extremo vulnerable por razones históricas y económicas. Lo que hay que hacer es reducir esa vulnerabilidad con amortiguadores.

¿Control de cambios por ejemplo?

Y retenciones, que lo que hacen es actuar como amortiguadores en caso de bonanzas. Salvo en la soja, que fueron reducciones paulatinas, eliminaron a todas a la vez de un plumazo. Si aumentan mucho los precios internacionales con las retenciones se le pone una contención a los precios internos y se obtiene un ingreso fiscal importante. Hubo un diagnóstico súper optimista de la fortaleza argentina y la estabilidad del mundo y un error de diseño de las políticas. Doble error. ¿Por qué esto se nota a menos de un año de ese triunfo? Bueno, es el efecto de la gota en el vaso. La que derrama el agua es la última gota, pero todas fueron necesarias.

Luego del ballotage de 2015 usted dijo que el kirchnerismo perdió ajustadamente por una serie de errores no forzados, como la candidatura de Aníbal Fernández en Buenos Aires y el maltrato histórico a Córdoba. ¿El macrismo enfrenta errores no forzados?

No todos. Hay que decir que el kirchnerismo también sufrió los efectos de los movimientos mundiales, como el precio de las commodities (cuanto más altos mejor y que define la demanda china) y la tasa de interés (cuanto más bajas mejor y que define la Reserva Federal estadounidense). Se veía que estos cambios se venían y lo que hizo el kirchnerismo fue emparchar. Lavagna tenía un plan. Néstor compra el gobierno con Lavagna en mano, después desecha la herencia de Lavagna y le da a Cristina un país que empieza a entrar en problemas. El retoque del Indec justamente lo que señala es que Argentina no estaba preparada para el crecimiento derivado de esa reintegración al mundo. Cristina lo que hace es desacelerar, capea bien la crisis pero todos los países lo hacen, caen en 2008/2009 pero luego rebotan hacia arriba. Pasa con Brasil y con Chile. Cuando asume el gobierno de Macri algunos se creyeron en serio de que tenían el mejor equipo de los últimos 50 años y que había un proyecto. Esto último era verdad, solo que basado en un diagnóstico malo. El diagnóstico del macrismo es que el mundo es estable y el lugar correcto y Argentina un país descarriado. La solución era, entonces, volver al mundo. Pero el mundo no es algo estable sino en movimiento, y Argentina sigue siendo el mismo país de siempre. El gobierno creyó en un cambio cultural y que con eso le lloverían inversiones, que los actores del mercado iban a tomar decisiones de inversión en función del cambio de gobierno. Pero los actores de mercado lo que miran es la trayectoria histórica del país.

¿Y qué pasó con ese hijo dilecto del mercado ahora acorralado por el mercado? ¿Esperó Macri que lo salvara un sector siempre más atento al bolsillo que al corazón?

Sé de fuentes primarias porque hablé con funcionarios del gobierno que todos ellos están decepcionados del comportamiento de los grupos de interés. De los trabajadores, de los empleados públicos, de los empresarios, del sector financiero, lo que señalan es que nadie quiere resignar nada. Ponen a empresarios e inversores en el mismo nivel que los trabajadores.

Pero es obvio que la crisis no golpea a todos igual. Los sectores de ingresos fijos tienen motivos para el desencanto, porque la inflación arrasa su poder adquisitivo. Y hay sectores en la industria que con tasas activas al 60 por ciento no pueden producir.

Yo no digo quién tiene razón, señalo que hay en el gobierno la idea de que los empresarios los han traicionado, que no son entepreneurs, que no arriesgan, que no van a sacrificar capital de corto plazo para ganarlo a largo.

¿Pero no los conocían?

Eso es lo que llama la atención. Porque son ellos mismos. Vienen de ahí. Hablás con altos funcionarios de Cancillería y te dicen: “Estamos abriendo mercados en el mundo y nuestros empresarios no invierten”. Y al revés lo mismo: los capitales nacionales y los de afuera son remisos a invertir. El gobierno vive esto como una sorpresa. En inglés sería miscalculation. Pero la ingenuidad no explica el error de cálculo. En favor de Macri puedo decir que su mayor temor, según me contaba en diciembre pasado un economista que trata con él, era que le cortaran el financiamiento internacional. Es decir que tenía conciencia de que eso podía pasar. Apostó a que no. Perdió.

¿Cómo dejó a Cambiemos el retorno al FMI en relación a su propio electorado?

No bien. No drásticamente mal. Cambiemos es un producto de la grieta. Lo que más quiere la mayoría de sus votantes es que los que se fueron no vuelvan nunca más. Cualquier cosa que haya que hacer y justificar es mejor que el retorno del kirchnerismo. Ese es el oxígeno que tiene Macri para ir y volver, para errar y volver a equivocarse.

¿Puede mantener la adhesión aún en estos momentos?

A uno le cuesta ver cómo un gobierno en esta situación puede ganar otra vez en estas elecciones. Pero hoy también cuesta ver algo enfrente. Pero una elección no es un referéndum. En un plebiscito se vota sí o no. En una elección se vota por este o por aquel. Si aquel es peor yo voto por este aunque sea malo.

En la cresta del optimismo de octubre pasado Macri decía “el límite es lo que hagamos nosotros, enfrente no hay nada”. ¿Cómo es hoy ese escenario?

2019 se abrió en diciembre del año pasado con la movilización en la plaza de los Dos Congresos por la votación de la ley jubilatoria. Hasta entonces no había 2019, solo había la reelección de Cambiemos. Ahí se abrió una ventana que se hace cada vez más grande y que se profundiza con la devaluación. Lo que cambió para el gobierno es que ya no tiene la reelección garantizada, pero tampoco tiene la derrota asegurada. Ahora todo depende del escenario económico y de la construcción política. Con una buena estrategia y plata creo que pueden mantener al peronismo dividido. Pero que haya 2019 es bueno para la oposición.

Para el peronismo, que es casi excluyentemente la oposición con chances, ¿Cristina es un activo o un pasivo?

Para el peronismo es un pasivo. Para el gobierno es un activo político y un pasivo económico. La presencia de Cristina le complica la economía y le favorece las elecciones. Le complica la economía porque por más que les pagaron los mercados no la quieren a Cristina. Pero le facilita el horizonte electoral porque le impide la reunificación del peronismo. Ahí hay un dilema. Un problema tiene una solución. Un dilema tiene dos, y ninguna satisfactoria. Si el gobierno acentúa la polarización con Cristina al gobierno le conviene electoralmente, pero la economía se le va al diablo.

¿Se puede concebir en el PJ una opción superadora del kirchnerismo que se acople a lo que en el gobierno llaman “peronismo racional” pero sin Cristina?

En el mediano plazo sin ningún problema. En 2019 no sé.

¿Por qué no ahora? ¿Sigue siendo muy gravitante la figura de Cristina? ¿Aún con los cuadernos?

Creo que los cuadernos tienen un efecto económico importante porque inhiben las inversiones y pueden llegar a obstruir el funcionamiento de algunas empresas. Además enfrían la economía porque la corrupción mueve plata que ahora no se está moviendo. En términos políticos no me queda claro que hayan tenido algún efecto.

Hoy el gobierno necesita cerrar con las provincias el frente fiscal. Pero lo que les proponen a los gobernadores son ajustes. Al mismo tiempo algunos están en la disyuntiva de acordar para que no entren en crisis sus distritos. ¿Cómo intuís que se resuelve este rompecabezas?

Los presidentes anteriores extorsionaban a los gobernadores. Macri les pagó pero una vez que les pagó se terminó el instrumento de extorsión. El pensamiento de Cambiemos es que las provincias están holgadas porque el gobierno les devolvió la plata y ahora no tienen cómo obligarlas a acordar. Pero la cuestión más importante es que la provincia de Buenos Aires y Capital Federal representan la mitad de los recursos. A esos distritos los controla directamente el oficialismo, ni siquiera son aliados. Por lo tanto no le pueden echar la culpa a las restantes 22 provincias de nada. Todos los gobernadores peronistas juntos, que son 16, tienen menos plata que Vidal y Larreta.

Los gobernadores no quieren aceptar pero temen que se les incendien sus provincias.

Acá hay una situación de mutua dependencia, pero menos asimétrica que en el pasado. A Kirchner y a Cristina no le podían decir que no. Pero ahora muchas provincias tienen colchón, tienen superávit para aguantar la coyuntura. Ese es el problema del gobierno nacional, que no tiene cómo condicionar a las provincias de manera creíble.

¿El panorama actual no implica el declive electoral de Cambiemos para el año próximo?

No de manera inexorable. Está todo abierto. Caminamos en un terreno desconocido. Desde hace noventa años, exactamente desde 1928, no hay ningún presidente no peronista que haya terminado su mandato. El escenario es crítico pero si el gobierno llega a 2019 tendrá chances después.  

Macri enfatiza siempre que dice la verdad. Pero pasó de pobreza cero a anunciar que aumentará la pobreza, de decir que hay que vivir con recursos propios a pedir plata prestada al FMI, o a hablar de interés general y tener hombres de negocios en su gobierno que no sufren las políticas que ellos instrumentan. ¿Estos contrasentidos afectan al votante de Cambiemos?

Afectan al votante del ballotage de Cambiemos. No al núcleo duro, que es identitario, es antikirchnerista y si el gobierno miente sigue siendo menos malo que Cristina. Pero aquellos que votaron a partir del 32 por ciento sí, porque ellos sí creyeron, y ante ellos sí el gobierno perdió credibilidad. Hoy el gobierno no llega al 40 por ciento. Pero mantiene un 25 por ciento súper firme. Para que el oficialismo tenga viabilidad es vital que se mantengan tres espacios: Cambiemos, kirchnerismo y peronismo no kirchnerista. Si el peronismo se une gana, eso no está en cuestión. Para el gobierno es clave que no se una. Y para ello en el PJ hay dificultades estructurales. Los no kirchneristas saben que Cristina los guillotina. También pesa el poder que tiene el gobierno para alimentar y mantener autónomos a esos peronistas no kirchneristas, sobre todo las intendencias y algunas gobernaciones.

Con la crisis del gobierno, ¿qué pasará con el radicalismo?

Hay una dirigencia caracterizada por la edad y el género: son varones viejos y están insatisfechos con la presencia de la UCR en Cambiemos. Pienso en Casella, en Changui Cáceres, en Ricardo Alfonsín. Los respeto muchísimo. Pero ellos no tienen cargos institucionales, no son representativos y no tienen votos. El radicalismo institucional, con Santa Fe como excepción, está comprometido en Cambiemos. Primero porque tienen cargos de los que están viviendo, lo que es legítimo, y segundo porque son gorilas, sigue siendo peor lo que está enfrente, a lo que incluso llaman populismo. Porque hoy en Argentina populismo es el nombre políticamente correcto del peronismo. Y republicanismo el nombre políticamente correcto del gorilismo (risas).