La pobreza avanzó al 32% de la población a fines de 2018 y la indigencia, a 6,7%, en un contexto de aceleración de la inflación, recesión y pérdida de empleo. Pero el dato más doloroso que la semana pasada difundió el Indec es que esa pobreza tiene mayor incidencia entre los más chicos, la población más vulnerable a cualquier crisis económica.

Hoy, en Argentina, el 46,8% de los niños menores de 14 años son pobres, de los cuales un 10,9% son indigentes. Las encuestas y datos estadísticos muestran, sin embargo, una radiografía parcial de lo que ocurre en los barrios, en los hogares y en las calles de todas las ciudades del país.

Las percepciones de los niños, de los adolescentes, de los miembros de sus familias y de los distintos referentes de una determinada comunidad son indispensables para dimensionar los efectos reales de una crisis.

Unicef Argentina realizó esta “aproximación cualitativa y etnográfica” a través de un exhaustivo trabajo de campo. El relevamiento –publicado en los últimos días-- se realizó durante octubre del 2018 en cuatro barrios o asentamientos de centros urbanos de distintas provincias del país, ubicados geográficamente en el norte, sur, centro y conurbano de Buenos Aires.

Básicamente, el estudio indagó sobre los cambios que el contexto económico está generando en los más chicos en los ámbitos de salud, alimentación, educación, bienestar económico, acceso a seguridad social y empleo, y en las condiciones dentro del hogar.

Los resultados del informe muestran que, en relación con el 2017, “las principales problemáticas en las familias en situación de vulnerabilidad son el desempleo y la precarización del mercado trabajo, aunado a un déficit habitacional y una precipitada pérdida del poder adquisitivo”.

Estas situaciones –concluye el trabajo-- “están impactando en la calidad de vida de las familias con niñas, niños y adolescentes, restringen su consumo, y ponen en riesgo su supervivencia, sometiéndolas a una mayor estigmatización y a situaciones de discriminación”.

Todo empeoró

Los testimonios obtenidos dan cuenta que en el último año (2018) se incrementaron las restricciones en el consumo de alimentos tanto en su cantidad como en su calidad. Algunas familias saltean las comidas, se suprimen comidas grupales de fin de semana, se cocina una única vez por día y los adultos a veces no comen por dejarle el alimento a los chicos. 

Los adultos, en especial las mujeres, explica el trabajo de Unicef, empezaron a suprimir las cenas con un reemplazo de “mate muy azucarado” con el objetivo de “hacer rendir la comida”.

Producto de la galopante inflación, las familias “redujeron e consumo de alimentos con proteínas de origen animal, sobre todo carne vacuna y lácteos, cuyo consumo es desincentivado por el aumento de precios”.

En los merenderos y comederos de las comunidades visitadas por Unicef se incrementó “el número de asistentes y se observa una mayor apetencia de comida, producto de la ausencia de alimento en los hogares”.

“En paralelo, niños, niñas y adolescentes manifestaron “sentir hambre”, de forma somática, la cual se expresa en trastornos del apetito, dolores de cabeza, entre otros. Los referentes de comedores y el personal de salud entrevistado mencionaron un incremento de los padecimientos vinculados al hambre producto de la escasa o mala nutrición”, se lee en el informe.

Al respecto del trabajo infantil, se evidenció que, en mayor medida, las niñas y adolescentes suelen colaborar con el trabajo doméstico y tareas de cuidado, y los niños y adolescentes acompañan tareas de venta callejera y trabajo en oficios, principalmente albañilería.

“Esta situación se ha acentuado en el último tiempo y se indica la mendicidad y la venta callejera por parte de niñas y niños como una estrategia para aportar ingresos económicos en sus hogares”, plantea el documento.

a pesar de la enorme pérdida de su poder adquisitivo. “Es la política nacional de mayor alLa Asignación Universal por Hijo (AUH) sigue siendo el único paraguas protector de las familias más humildescance tanto por su cobertura como por el peso de la transferencia monetaria en la conformación del ingreso”.

Los crudos relatos

Todos los chicos identificaron un empeoramiento de la calidad de vida en el hogar y en su comunidad. En su opinión, “hay más problemas que antes”, por un lado, porque “alcanza menos la plata” y porque “está todo más caro”; y por otro porque los adultos les comparten las dificultades, por ejemplo, en el acceso a los alimentos, pero también a los medicamentos, turnos médicos y otros servicios públicos.

"¿Para vos qué es la pobreza?", preguntaros los trabajadores de Unicef. “Pobreza es una casa de chapas, palos o cartón", respondió un adolescente durante un taller grupal. “Enfermar y no poder comprar medicinas", contestó otro.

"Para vos, ¿qué ha cambiado en tu barrio?", fue otras de las preguntas. “Le está costando a las familias alimentar a los pibes. Alcanza menos la plata, no hay trabajo y suben las cosas”, contó un niño. También se indagó sobre el concepto de crisis entre los más chicos. "Para mi la crisis es dejar de jugar", contestó un pibe de 10 años.

El mismo ejercicio de preguntas y respuestas se hizo con los adultos, padres, docentes, médicos y militantes barriales.  “Se incrementó la cantidad de familias que van a buscar comida a los basureros municipales. Ellos saben el horario en el que va el camión a desechar los productos vencidos de los supermercados”, describió un médico pediatra de un centro de salud municipal.

“Los grandes cenamos mate cocido, si hay comida que sea para los chicos”, admitió una mamá de cinco hijos. “El año pasado eran 50 familias las que venían al manto (basural) a buscar comida, ahora hay cerca de 150”, advirtió la presidenta de una asociación de recicladores urbanos. “Lo que se ve desde el año pasado, es que volvieron a aparecer familias enteras en los comedores, algo que hace mucho no se veía", contó un colaborador de un banco de alimentos.