Los hutíes, el grupo rebelde que inició la guerra civil en Yemen hace más de cinco años y recibe apoyo y entrenamiento desde Irán y Hezbolá, se hizo sentir más allá de las fronteras del devastado país. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) indica que más de 22 millones de yemeníes necesitan ayuda humanitaria, 8 millones se encuentran en riesgo de hambruna y un brote de cólera afectó ya a más de un millón de personas. Pero esos datos eran prácticamente invisibles hasta que el fin de semana pasado se produjo el ataque contra la empresa estatal árabe de petróleo y gas, Saudi Aramco.

El ataque fue realizado con 10 drones contra una refinería y un campo de petróleo en el noreste del golfo Pérsico y paralizó la mitad de la producción de Arabia Saudita, país desde el cual se exporta el 5 por ciento del petróleo crudo que se consume en todo el mundo. Eso explica el alza de hasta el 20 por ciento que sufrió precio internacional del petróleo en cuestión de horas, aunque luego haya tendido a estabilizarse.

Sin embargo, pese al reconocimiento de los hutíes como autores materiales del hecho, desde los gobiernos de los Estados Unidos y Arabia Saudita se acusó al gobierno de Irán como autor intelectual.

El régimen teocrático iraní negó cualquier participación en el hecho, pero con el paso del tiempo aumentan los interrogantes acerca de cómo habrían podido los hutíes organizar un ataque de esa magnitud y de dónde habrían obtenido la tecnología para concretarlo. Los servicios de inteligencia estadounidenses sostienen que los ataques podrían haber sido lanzados desde una base iraní cerca de Irak, algo que habría despistado a los sistemas antimisiles sauditas, que preveían potenciales amenazas desde Yemen

Lo cierto es que el ataque contra la infraestructura petrolera saudí puso de manifiesto la confrontación existente entre Irán y Arabia y la preocupación por una eventual escalada del conflicto.

Guerra Fría

Los dos países, separados solamente por el golfo Pérsico, se disputan el liderazgo ideológico-religioso del Islam. Irán es principalmente chiita, mientras que Arabia Saudita se considera la principal potencia de la vertiente sunita. Esa división religiosa puede advertirse de igual manera en el resto de Oriente Medio. Algunos de los países de la región buscan en Irán o en Arabia Saudita apoyo y orientación dependiendo de su inclinación religiosa. A semejanza de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en la era del Bipolarismo (1945-1991), en la cual ambas potencias nunca confrontaron de manera directa pero sí lo hicieron a través de conflictos entre terceros, Irán y Arabia parecen seguir un camino similar.

Históricamente, la monarquía Saudita consideró que Arabia ostentaba la primacía del mundo musulmán dado que era el lugar de nacimiento del Islam. Sin embargo, esa visión fue desafiada desde 1979 por la revolución islámica en Irán que creó un nuevo tipo de Estado en la región, una teocracia revolucionaria que tenía entre sus objetivos exportar su ideología más allá de sus fronteras.

En los últimos años las diferencias entre Arabia Saudita e Irán se agudizaron debido a varios factores. Uno de ellos fue la invasión de Irak liderada por los Estados Unidos en 2003 y la consecuente caída de Saddam Hussein, un árabe sunita que había sido un importante adversario iraní, quien además eliminó un contrapeso militar crucial para Irán y abrió el camino para un gobierno irakí dominado por chiitas.

Otro factor fue la denominada primavera árabe, que causó una profunda inestabilidad en la región. Los gobiernos de Irán y Arabia Saudita aprovecharon estos conflictos para expandir su influencia, especialmente en Siria, Bahréin y Yemen, lo que aumentó aún más la desconfianza mutua.

Un tercer factor refiere a los recientes ataques contra buques petroleros extranjeros en el golfo Pérsico. El gobierno de los Estados Unidos responsabiliza al régimen iraní por esos hechos. Asimismo, se ha podido observar un afán de hegemonizar desde Irán el control sobre el golfo, que es una vía de comunicación estratégica.

Los críticos de los iraníes agregan otro factor que consiste en que el régimen teocrático albergaría la intención de lograr el control de un corredor terrestre desde Irán hasta el Mediterráneo, que involucra a Irak y a Siria. En tal sentido, las acusaciones procedentes de Irán señalan a Arabia Saudita como uno de los países instigadores del Estados Islámico (ISIS), grupo fundamentalista que actuó principalmente en Irak y Siria.

¿Quién va ganando?

Podría decirse que Irán está ganando en muchos sentidos la pugna regional. En Siria, por ejemplo, el apoyo iraní al presidente Bashar al-Assad -junto a la decisiva participación de Rusia- permitió que las fuerzas gubernamentales superaran a los grupos insurgentes respaldados por Arabia Saudita.

A eso se agrega que mientras Arabia trata desesperadamente de contener la creciente influencia iraní, el arrojo militar del joven e impulsivo príncipe heredero, Mohammed bin Salman, exacerba las tensiones regionales. Bin Salman lidera la guerra en contra del movimiento rebelde de los hutíes en Yemen. Se embarcó en esa empresa para frenar la influencia iraní pero después de cuatro años de guerra, su apuesta se ha rebelado costosa.

El gobierno iraní por su parte, niega las acusaciones de que contrabandea armas para los hutíes, aunque desde la ONU afirman que el grupo rebelde recibe apoyo significativo en materia de tecnología y armamento.

En Líbano -país aliado de Irán- el grupo de milicias chiitas Hezbolá lidera un bloque políticamente poderoso y controla una enorme fuerza de combate bien armada. Algunos observadores sostienen que los sauditas obligaron al primer ministro libanés Saad Hariri a renunciar en 2017 por la participación del Hezbolá en conflictos regionales. Hariri regresó más tarde a Líbano y suspendió su renuncia.

También hay otras potencias involucradas. La monarquía saudí recibió con beneplácito el apoyo del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, mientras que Israel, que percibe a Irán como una amenaza, respalda -aunque más no fuera implícitamente- el esfuerzo saudí para contener al régimen teocrático. Fueron justamente Israel y Arabia Saudita los dos países que más vehementemente se opusieron al acuerdo internacional firmado por Barack Obama en 2015 que limitaba el programa nuclear de Irán e insistieron con que eso no era suficiente para evitar que ese país desarrollara un programa nuclear con fines bélicos.

Los aliados regionales juegan rol decisivo en esta Guerra Fría entre los dos países, un dato que también podría dar la clave ante la pregunta más urticante respecto de esta pugna, a saber, si puede haber un enfrentamiento directo entre Irán y Arabia.

En términos generales el esquema de alianzas regionales replica la división entre chiitas y sunitas. Junto a los árabes se encuentran los otros países sunitas importantes en el golfo: los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin. A ellos se agregan Egipto y Jordania.

Del lado iraní se suman el régimen sirio de Bashar al-Assad, miembro de una secta chiita heterodoxa que ha contado con grupos milicianos chiitas pro Irán como Hezbolá, para luchar contra los grupos rebeldes predominantemente sunitas. Se agrega el gobierno de Irak, predominantemente chiita.

Pero los aliados con mayor peso específico no obedecen a la pugna ideológico-religiosa. Arabia tiene el apoyo de su aliado de siempre -los Estados Unidos- país del que cuenta con una verdadera fortuna en concepto de bonos de deuda externa. Por su parte, Irán tiene un apoyo aparentemente menos incondicional, pero con un poder creciente. Se trata de India y China, ambos compradores de petróleo iraní, y la atenta mirada de la segunda potencia militar global que se yergue como una suerte de fiel de la balanza en el delicado equilibrio de poder de la región: Rusia.

Si estallara una guerra frontal y abierta entre Irán y Arabia, seguramente las superpotencias se verían involucradas en el conflicto, que correría el riesgo de adquirir proporciones mundiales. En otras palabras, la Guerra Fría entre Irán y Arabia promete –al menos por el momento- continuar.