Aunque parezca inverosímil, Italia acusa todavía hoy el golpe asestado a su dirigencia política en los años 90 cuando se produjo el proceso de mani pulite. La corrupción endémica dejó una huella indeleble que barrió a una parte de los líderes políticos y dio lugar a otros que no terminan de retirarse nunca de la escena, como Silvio Berlusconi.

Las elecciones parlamentarias -de final incierto- deberán definir la constitución de un gobierno capaz de lidiar con problemas complejos tales como una pirámide poblacional invertida -cada vez hay más ancianos que jóvenes- y la violencia social focalizada sobre los extranjeros.

Un país envejecido

En Italia se invierte mucho en jubilaciones y en seguridad social, y poco en formación, investigación, nuevas tecnologías y familia. Eso se debe a que hay cada vez menos nacimientos y la precariedad y la escasez de oportunidades obligan a los jóvenes a retrasar la edad para formar una familia hasta alrededor de los 32 años. En un país de casi 61 millones de habitantes, solamente entre 7 y 8 millones son jóvenes, de los cuales 2 millones no estudian ni trabajan. Las políticas públicas a largo plazo dirigidas a la juventud son claramente insuficientes.

La incidencia de la demografía sobre la política es más tangible que nunca. El problema más grande es la dificultad para conseguir empleo. En un sistema que siempre estuvo tutelado por las viejas generaciones y como la torta no es tan grande como para repartirla entre todos, es la juventud la que se lleva la peor parte.

Ante el panorama descripto, muchos jóvenes se fueron del país: sólo en 2016, 124 mil italianos se fueron en busca de oportunidades, de los cuales el 39 por ciento tenía entre 18 y 34 años. La que permanece en Italia es una generación joven políticamente incrédula, que rechaza los partidos políticos tradicionales y tiende al abstencionismo.

Del otro lado, los políticos tradicionales dan preferencia a los adultos mayores porque son más y por lo tanto aportan más votos. Es lógico entonces que la juventud italiana perciba a la política como una cuestión de viejos.

Para que el país subsista en el tiempo necesita de una juventud pujante que la dinamice. Pero si esos jóvenes no provienen de esta Italia envejecida ¿de dónde vendrán? Respuesta: de la inmigración.

Esa fea palabra que comienza con x

A pesar de que los extranjeros no superan los 630 mil -lo que representa poco más del 1 por ciento de la población- la xenofobia está a la orden del día. La violencia continúa creciendo y se pasó de la agresión verbal a la física, hasta llegar al uso de armas de fuego y el asesinato de extranjeros, a los que se ha constituido como chivo expiatorio de los males que aquejan al país.

Desde hace años Italia enfrenta una emergencia inmigratoria que no se detiene y que marcó a fuego la campaña electoral. Los partidos de derecha supieron leer entre líneas el malestar social y convirtieron el tema de la inmigración en un arma electoral. La opinión pública, de hecho, la relaciona con el aumento de la inseguridad. El pasado 3 de febrero el país se paralizó debido a un ataque xenófobo nunca antes visto ocurrido en la ciudad de Macerata, en el centro del país. Un italiano de 28 años salió a disparar sobre inmigrantes desde su auto, dejando heridos a seis africanos. La acción habría sido una suerte de venganza por el asesinato de una italiana de 18 años presuntamente a manos de un nigeriano. Antes de rendirse a las fuerzas de seguridad, el atacante, envuelto en una bandera tricolor, hizo el saludo fascista y gritó "¡Viva Italia!". El problema no fue sólo ese. La gravedad de la situación radica en la gran cantidad de personas que celebró la acción tanto en las redes sociales como en la calle.

Los datos que aporta el Ministerio del Interior indican que en 2016 desembarcaron en el sur de la península poco más de 181 mil inmigrantes, lo que constituye todo un récord. En 2017, fueron más de 119 mil los que arribaron, un 34 por ciento menos, producto de una serie de acuerdos suscriptos con el gobierno de Libia. Pero solamente en enero de 2018 se contabilizaron más de 3 mil cuatrocientas llegadas, confirmando un flujo imparable que, unido a la crisis económica, genera un clima de máxima tensión.

La respuesta de los partidos políticos

Tres agrupaciones se disputan la mayoría parlamentaria y el gobierno este domingo. El centroderecha, de la mano de Silvio Berlusconi, formó una coalición entre su partido Forza Italia, la xenófoba Liga del Norte y Hermanos de Italia. El Partido Demócrata del exprimer ministro Matteo Renzi encabeza una coalición de centroizquierda con menores probabilidades de éxito. Y el antisistema Movimiento 5 Estrellas (M5E), aparece como el enemigo a vencer por todo el arco político tradicional.

El M5E, fundado por el comediante Beppe Grillo y el ya fallecido empresario de comunicación, Gianroberto Casaleggio, se acerca a los italianos indignados con el actual estado de cosas, especialmente los jóvenes. Aquellas personas que prefieren arriesgarse antes que conformarse con tecnócratas ajustadores o políticos corruptos votarán por el M5E. La agrupación se autodefine como una libre asociación de ciudadanos y no como un partido político porque está en contra del sistema  político tradicional formado por partidos políticos. Las cinco estrellas del nombre designan las políticas fundamentales que impulsa el movimiento: agua pública, transporte, desarrollo, conectividad y medio ambiente. Mantiene una postura antiEuro y parcialmente euroescéptica. Sus propuestas también apuntan a la implementación de mecanismos de democracia directa, la política financiada por pequeñas donaciones privadas y no a través de fondos públicos y condena tajantemente la corrupción.

La agrupación, que lleva como principal candidato a Luigi di Maio, es una fiel representación del clima de descomposición del sistema de partidos y del hartazgo que recorre Italia. En las pasadas elecciones parlamentarias fueron primera minoría, y se espera que en las actuales, se queden también con el primer puesto. Sin embargo, los partidos políticos tradicionales y sus dirigentes, advirtieron su crecimiento. Renzi y Berlusconi pactaron oportunamente una ley electoral diseñada para ponerle un freno mediante la cual, para formar gobierno, hay que alcanzar por lo menos el 40 por ciento de las bancas. Los sondeos de opinión previos a la elección coincidieron en un dato: ninguna de las tres agrupaciones con mayor intención de voto lograrían superar ese umbral. Eso abre una expectativa especial acerca de los resultados, porque de no producirse una alianza entre el centroderecha y el centroizquierda que permitiera formar gobierno, el país podría quedar preso de un bloqueo parlamentario similar a aquel que atravesaron España y Alemania, y que solamente provocaría incertidumbre política y económica además de estancamiento en el ámbito de la Unión Europea (UE) donde Italia tiene influencia. 

El centroderecha aparece como el principal contrincante del M5E. Silvio Berlusconi está inhabilitado por fraude fiscal hasta 2019 y no pudo presentarse como candidato a estas elecciones. Sin embargo, es la figura convocante del sector. Está aliado con la Liga del Norte, el partido más reaccionario del país, que alienta el odio hacia los extranjeros y capta los votos de la porción del electorado enojado con su recepción. Sin embargo él mismo no adopta posturas tan altisonantes.

Hasta último momento dejó el sitio de candidato a primer ministro vacío, erigiéndose él mismo como la figura clave de la batalla electoral. Recién el martes pasado despejó las dudas sobre el elegido. Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo, sería su hombre si el centroderecha logra formar gobierno. A pesar de no haber confirmado si aceptaría el cargo, Tajani aparece como una carta hábilmente jugada por Berlusconi porque genera confianza entre los votantes moderados en Italia y aglutina el aval de la dirigencia de la UE. De esta manera Berlusconi, de 81 años, tres veces primer ministro emerge ahora en un rol de estadista internacional capaz de contener el empuje de los grupos antisistema que tanto espacio vienen ganando en Europa y en casi todo Occidente.

Independientemente del resultado de estas elecciones, Italia se encuentra sujeta a fuertes conflictos que posiblemente no logre encausar un solo gobierno. Serán grandes y persistentes los esfuerzos que la sociedad en su conjunto deberá realizar para resignificar a esta Italia vieja y agresiva.