El gobierno iraní anunció hace pocos días que superó el límite de producción de uranio enriquecido al que se había comprometido mediante el acuerdo nuclear de 2015. Pero el presidente estadounidense, Donald Trump, ya había roto ese acuerdo, firmado por su antecesor, Barack Obama. En ese tratado, Irán se había comprometido a no utilizar su potencial para fabricar armas atómicas y limitar su programa nuclear a fines civiles, a cambio del levantamiento de sanciones internacionales que asfixiaban entonces su economía.

Porque pese a tener grandes potencialidades, la economía iraní se encuentra poco diversificada y siempre dependió del petróleo, que representa el 80 por ciento de sus exportaciones. Ese sector sufrió sensiblemente con el impacto que tuvieron las sanciones impuestas por los Estados Unidos.

A modo de amenaza, el gobierno iraní blande además la posibilidad de reactivar el reactor de agua pesada en la ciudad de Arak, que podría producir plutonio. Es otra manera de exigir a quienes suscribieron oportunamente el tratado, que cumplan con su parte del acuerdo y retiren las sanciones que pesan sobre el país.

El problema es que le escalada de tensión entre los dos gobiernos es cada vez mayor y aumenta la incertidumbre respecto de un enfrentamiento bélico en la región más sensible del planeta.

Pero cabe destacar que el vínculo entre Irán y los Estados Unidos no siempre fue tenso y que el origen de este mal que aflige al mundo, puede rastrearse en el reordenamiento global posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Es “nuestro” hijo de puta

Puede ser que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta. La frase refiere al dictador nicaragüense Anastasio Somoza García, y se le atribuye generalmente al presidente estadounidense  Franklin Roosevelt, aunque le pertenece a Cordell Hull, secretario de Estado durante el gobierno de  Roosevelt. Pero más allá de la autoría, sirve para entender el modus operandi de los gobiernos estadounidenses respecto de la manutención de regímenes de diversa índole a lo largo y a lo ancho del globo de acuerdo a su lealtad. Irán no escapó a esa metodología.

En 1953 un golpe de estado expulsó al primer gobernante iraní elegido democráticamente, el primer ministro Mohamed Mossadeq quien, en un acto de independencia, había tomado la decisión de nacionalizar el petróleo.

Los británicos se habían beneficiado con el petroleo iraní desde 1908 y le devolvían a los locales una pequeña cantidad de los carburantes obtenidos: apenas un 16 por ciento de las ganancias. Mossadeq contempló los intereses del pueblo iraní, nacionalizó la industria petrolera y acabó con el negocio de los británicos. Fue entonces que los gobiernos de los Estados Unidos y el Reino Unido iniciaron un bloqueo económico y ejercieron todo tipo de presiones sobre Irán, pero ante el temor de forzar una alianza entre ese país y la Unión Soviética, optaron por impulsar el derrocamiento, que fue organizado por la CIA y alentado por el servicio secreto británico MI6. Se estableció entonces una dictadura monárquica afín a los intereses estadounidenses y británicos, encabezada por el sha Mohammad Reza Pahlevi.

Durante los 26 años posteriores, la relación Irán-Estados Unidos fue fructífera y especialmente provechosa para el segundo país. Pero en el plano interior, la monarquía se endureció y reprimió. Los manuales de tortura utilizados por el brutal servicio secreto de Reza Pahlevi que perseguía a la disidencia, fueron redactados en la CIA y en el servicio de inteligencia israelí (Mossad). Es por esos motivos que el gobierno de los Estados Unidos fue identificado como cómplice en la supresión de libertades de la sociedad iraní, sentimiento capitalizado por la Revolución Islámica de 1979.

El reemplazo de la monarquía autoritaria por la teocracia

En 1954 el sha firmó un acuerdo por 20 años mediante el cual se creaba un consorcio internacional con participación de británicos, estadounidenses, holandeses y franceses y mediante el cual los beneficios petroleros se repartían -en teoría- en partes iguales. Esa fue la manera velada en la cual el  gobernante afín le devolvía a las potencias occidentales el control sobre el petróleo. El acuerdo volvió a renovarse en 1973 por otros 20 años, pero en 1979 irrumpió la Revolución Islámica que devolvió a manos de los iraníes la total soberanía de sus recursos petroleros.

Hacia 1979 el nacionalismo iraní había crecido a la par del sentimiento antiestadounidense. Proliferaban las manifestaciones, los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y las Fuerzas Armadas, las huelgas de trabajadores que amenazaban la producción del petróleo y los opositores, tanto civiles como religiosos, denunciaban el autoritarismo y la corrupción de la monarquía. El sha se vio forzado a abandonar el país al mostrarse incapaz de contener las protestas. Dos semanas después, el líder islámico religioso Rujola Jomeini -quien había sido forzado a dejar el país en 1964 por sus críticas al gobierno- volvió del exilio. Jomeini aglutinó los sentimientos contrarios al gobierno del sha e hizo de la independencia de los Estados Unidos -y también de la Unión Soviética- la base de la actual República Islámica de Irán.

En ese contexto se produjo un hecho que selló la enemistad entre los dos países: la toma de la embajada estadounidense en Teherán. En noviembre de 1979, un grupo de manifestantes secuestró a personal y otros ciudadanos estadounidenses que se encontraban en el edificio diplomático. Los rehenes permanecieron recluidos durante 444 días. Los 52 últimos fueron liberados en enero de 1981, el mismo día en que Ronald Reagan tomaba posesión de la presidencia. Otros seis estadounidenses habían logrado escapar de la embajada haciéndose pasar por un equipo de cineastas, tal como se relata en el filme Argo de Ben Affleck.

Tras ese incidente, la enemistad entre ambos países se tornó irreversible y se inició el largo historial de sanciones de los Estados Unidos contra Irán. Simultáneamente, el gobierno estadounidense señaló a la teocracia iraní como patrocinadora del terrorismo internacional.

Durante la presidencia de Ronald Reagan, los estados unidos avalaron a Saddam Hussein en la guerra que enfrentó a Irak con Irán (1980-1988). Fue la medida más dura que los Estados Unidos adoptaron contra Irán hasta la fecha y que le permitió a Saddam Hussein, entre otras cosas, usar armas químicas contra los iraníes.

Durante las presidencias de George Bush padre y Bill Clinton también se impusieron sanciones económicas a Irán. Las de la administración Clinton fueron, hasta las aprobadas por Trump, las que más daño produjeron. Clinton prohibió cualquier participación de empresas americanas en la industria petrolera iraní, inversiones de capital en Irán y limitó al mínimo el intercambio comercial entre ambos países bajo el pretexto de que Teherán trabajaba en la fabricación de armas nucleares. Con George Bush hijo y con Barack Obama las sanciones continuaron, pero en  2015 se firmó el ya mencionado acuerdo nuclear entre Irán por un lado y los Estados Unidos, Rusia, China, el Reino Unido, Francia y Alemania por el otro.

Donald Trump decidió romper ese acuerdo en mayo de 2018, y hace pocos días decretó nuevas sanciones contra el régimen iraní que apuntan a la cúpula más alta de poder, incluido el líder supremo Ali Jamenei.

El propósito último de las sanciones es, como ya se dijo, asfixiar económicamente al país y son muy efectivas: el Fondo Monetario Internacional prevé para este año una contracción de la economía iraní del 6 por ciento de su PIB.

Pero hay un detalle que generalmente se pasa por alto. Pese a contar con la cuarta reserva mundial de petróleo, Irán puede extraerlo y exportarlo, pero no puede refinarlo. Las sanciones impidieron el desarrollo de una industria petrolera completa y es por esos motivos que Irán necesita desarrollar energía nuclear para abastecerse. En definitiva, las sanciones que los Estados Unidos y sus aliados impusieron a los iraníes los han llevado a desarrollar la potencialidad nuclear que ahora tanto temen.

La competencia geopolítica en la región es magnificada por actores regionales como Israel y Arabia Saudita, que desconfían del poder de Irán y, al mismo tiempo, son aliados estratégicos de los Estados Unidos.

El origen último del mal puede encontrarse entonces -como en tantos otros casos- en la construcción de un enemigo por parte del maniqueísmo y la cultura del miedo alentada por los propios gobiernos estadounidenses.