A las 20.27 del jueves 3 de diciembre del 2015 tres poetas y fotógrafos son retirados del lugar, esposados y con sus cabezas gachas, custodiados por seis policías armados. Los presos suben a un móvil de la Unidad Penitenciaria de Santa Fe que está estacionado por calle Moreno, casi Urquiza, de Rosario. Hasta hace algunos minutos hubo fotos, metáforas, pizzas, imágenes en movimiento y Coca Cola. Los poetas van de regreso a la cárcel de Piñero. Los tres detenidos gozaron de un beneficio, un permiso de libertad para representar a cientos de reclusos que participan en “Foto Crazy: Puede ser” un proyecto que involucró a psicólogos, fotógrafos y poetas basado en establecer correspondencias entre ‘el afuera’ y ‘el adentro’ de la cárcel, a través del intercambio de fotografías, escritos, videos y lecturas. El lugar fue “Mal de archivo”, un bar que combina cafés con discos de vinilo, un espacio de libertad plena. El producto final: un libro artesanal de tapa roja que condensa un año de creatividad.

Suena extraño, esta mañana
todo lo que siempre ha sido mío, ¿es posible?
¿Es posible ese sonido ahí afuera,
los sonidos de la vida, la voz de todos los días
parezca ficción científica?

Nelson Santa Cruz, 40 años, tres veces detenido, hace cuatro años y medio que está en la cárcel, pasa al frente. No hay escenario, todos están al mismo nivel en la sala que funciona como espacio de intercambio cultural. Nelson habla de la experiencia y recuerda que empezó como un juego hasta que un día se dio cuenta que tanto él como los muchachos privados de la libertad gozaban de capacidades y talento. 

“A esto lo hicimos junto a chicos de otros pabellones que antes nos encontrábamos en una villa comprando una bolsa, comprando un escabio o comprando balas. Y ahora nos encontramos para proyectar nuestras vidas. Para hacer arte”, dice Nelson quien conoció gracias a Foto Crazy algo que estaba muy adentro suyo, algo escondido. Nelson repite la palabra gracias. GRACIAS en MAYÚSCULAS, subiendo la voz sin micrófonos. Y recuerda a los profesionales, a los pasantes y algunos familiares.

-    Santa Cruz, te vengo a traer una buena noticia. Vas a tener salidas transitorias.

Nelson recuerda la mejor noticia que recibió. Y lo recrea como un guión: hay diálogos y escenas. “Siempre fui líder en todos lados. Al lugar a donde voy se me pegan todos los personajes. Se me pegan a mí los ‘piores’, los cachivaches, aquellos por los que nadie da nada. En ellos descubro potenciales que nadie encuentra y que no hay en gente muy pudiente”.

¿Es posible que esta palabra,
que ya he visto mil veces y mil veces he dicho,
no significa nada,
a no ser que el día la noche, la madrugada
a no ser que todo no sea nada de eso?


Una imagen de un sol tras las rejas fue el puntapié inicial. Esa imagen llegó en 2011 hasta Paula Scaroni, la psicóloga que trabaja en el Servicio Penitenciario Provincial. “Dos muchachos, Claudio y Esteban, escriben la idea. A partir de una imagen debían escribir lo primero que se les ocurra”. La idea del sol enrejado fue disparador: ¿Cómo transformar esa realidad? Y las fotos empezaron a recorrer cada rincón –incluso los más oscuros y hostiles- de la cárcel que está ubicada a 14 kilómetros al sudeste de Rosario. 

Recrear un cielo en libertad. Una meta. Fotos por todos lados. Escritura intempestiva. Palabras como gritos, como gesto de amor, como bronca contenida. Palabras que fueron y son voces. Imágenes que llegaron hasta los ‘buzones’, una especie de sala de castigo. Aleale Leal, un ex presidiario padre de once hijos que recuperó la libertad en septiembre aclara qué es ‘el buzón’: “Un lugar de tres por tres metros donde quienes están allí, no pueden juntarse con los demás”. “Después, a quienes escribían, los llamábamos. Siempre tienen excusas para dejarlos encerrados y apartados, a pesar que es inconstitucional”, agrega la psicóloga. 

Puede ser que yo no sea el mismo.
Puede ser luz, puede ser sí, y puede ser cuánto.
Puede ser todo lo que se pueda poder.
Pero no puede ser tanto.


La poesía es de Paulo Leminnski y es el relato que abre el libro. “Te pueden encerrar el cuerpo pero la mente, jamás. Siempre te sale algo: amor, bronca, odio. Lo que sea”, dice Aleale Leal, el hombre que recuperó la libertad, cuando sus tres compañeros están regresando al penal. La cárcel reaviva los recuerdos, los trae permanentemente como un espejo retrovisor. El hombre libre que estuvo siete años y once meses en prisión recuerda su paso por el ‘buzón’. Él sacaba la mano tras las rejas y pensaba por qué su mano estaba afuera y él adentro. Y ese recuerdo se avivó un día de lluvia, después de septiembre, cuando salió a la calle a empaparse, a mojarse entero, mientras los vecinos lo miraban como a un loco.

“Yo en el desierto como arena. En la Antártida, como hielo. Siempre caigo bien”, afirma Aleale Leal, porque la libertad es “hacer lo que uno tiene ganas de hacer”. Tiene 50 años y vive el día a día: “ayer estaba comiendo menudos de pollo y hoy estoy comiendo caviar”. Ironiza tras la presentación del libro en el bar de Rosario. La vida pasó mientras estaba encerrado. Cuando salió le llamó la atención ver muchas calles pavimentadas y que los niños del barrio dejaron de ser niños. Él muta, cambia sus nombres y escribe. Siempre escribe. “Hoy estoy afuera. Y digo que una persona puede hacer cualquier cosa, lo que quiera. A mí me descubrieron”. Y tal vez sea esa el legado del libro, un descubrir que no es otra cosa que descubrirnos.