Las estructuras mafiosas son volátiles. Lo que hoy es regla mañana puede ser una falta y los aliados se pueden convertir en enemigos con el correr de una charla o una noche de excesos. Las calles rosarinas, durante los primeros años del nuevo siglo, tuvieron como líder indiscutido a Roberto Pimpi Camino. El capo de la barra de Newell´s fue el dueño de una estructura sin precedentes para el momento e inspiró respeto y temor sobre los hombres que pretendían hacerse de un nombre en el ambiente del hampa.

Pero, como a todos, le llegó su hora. Fue en medio de una pelea intestina, por parte de un grupo de muchachos que supieron acercarse a él en su momento de gloria y desbancarlo cuando atravesaba su período de mayor debilidad.  Esta es la historia de la caída de un líder, los detalles de una muerte anunciada.

El origen de los insurgentes

El Bola fue el capo de Parque del Mercado. Desde su departamento del Fonavi de Sánchez de Thompson al 200 bis administró los destinos de la barriada de la zona sur. “Él era un tipo presente en el barrio. Cuando algún vecino no tenía para pagar las expensas, cuando alguna vieja necesitaba guita para los remedios, cuando una señora precisaba llevar a su pibe al hospital: siempre estaba el Bola”, contó un vecino que lo conoció de cerca.

Tenía un taller mecánico, pero todos sabían que su negocio era otro. Diferentes investigadores aseguraron que el Bola era cañero. Un choro groso, que solo laburaba en golpes grandes; era un pistolero de ley, con los códigos viejos de la calle. Pero como a cualquiera, los años no le llegaron solos, las piernas no le funcionaban igual y decidió modificar su trabajo, se recicló. Cambió de rubro. “Se puso viejo y se asentó. En el barrio todos lo respetaban y usando ese prestigio armó su negocio. Empezó a distribuir usando su territorio como base de operaciones”, aseguró un conocedor. 

El Bola tuvo 3 hijos, que fueron los chicos populares del barrio. Daniela, la más grande, era  dueña de una belleza impactante, caminaba segura entre los pasillos de los monoblocks. Grandota, coqueta y desafiante, hacía babear a todos los muchachos, que no le podían ni chistar por temor a las represalias del padre, o de los hermanos. “Era intensa, altanera. Pero atraía tanto como daba miedo, y más de una vez bajé la mirada cuando me pasó por al lado. No cualquiera se hacía cargo de esas situaciones. Había que estar a la altura”, contó a Rosarioplus.com un viejo admirador.  

Lelio, el del medio, se ganó el sobrenombre de Chapita por su personalidad pendenciera y reactiva. Siempre andaba con un arma encima, pero no se atemorizaba en un mano a mano. “Ahora los pibitos no saben pelear. No es que sean menos bravos, todos tiran tiros, pero con los puños van al muere. El Chapita se la bancaba, se plantaba y pegaba”, contó a Rosarioplus.com un joven que compartió con él algunas tardes en Parque del Mercado.

El más chico de los pibes del Bola es René, que siguió su linaje familiar y se convirtió en uno de los capos del barrio de la zona sur. Un muchacho fachero que imponía miedo y respeto entre los vecinos. Siempre arreglado, andaba en su moto de cilindrada gruesa, paseando con las chicas más lindas del lugar. Hacía willy en la esquina, para que lo vean los muchachos y no tenía problemas en agarrarse a las piñas si alguien le decía algo que no le gustaba. Peinado con mechitas rubias, camisa y lentes oscuros grandes, de los que tapan desde los pómulos hasta las cejas.

Los hijos del Bola armaron rápido su carrera. Daniela se enamoró perdidamente de Luis, un gordito que la policía había vinculado con algunos robos y estafas. Juntos pusieron una pizzería en la zona centro y comenzaron a armar su imperio. Con la casa de comidas como fachada la pareja armó una familia y en poco tiempo se hicieron conocidos como los Medina, uno de los principales proveedores de las calles rosarinas. Su fortuna fue tan grande que, de acuerdo a un ex empleado, tuvieron que mudarse de casa “porque no tenían lugar para guardar la plata”. La pareja tuvo un final dramático y se separó poco antes de que Luis fuera acribillado, junto a su nueva novia, en una avenida de la zona sur. De acuerdo con allegados a los Medina, Daniela lamentó no haber sido ella la asesinada junto a su gran amor.

Los más chicos se quedaron en el barrio y apuntaron sus esfuerzos hacia las tribunas de los dos equipos más grandes de la ciudad. Si bien ellos son hinchas de Rosario Central, tuvieron una estrecha relación con los muchachos del parque de la Independencia. Por los negocios de su padre y por la zona donde vivían les fue inevitable relacionarse con Pimpi Camino, e incluso patear la calle junto a él. “Yo los veía acá, en barrio Municipal, charlando con el gordo (Pimpi). Venían a buscar entradas o a hablar de negocios. Lo respetaban”, contó un hincha leproso. “Era muy raro, porque iban a la cancha con el Pillo, incluso uno de ellos tiene un tatuaje de Central en la pierna, pero todos sabíamos que también iban al Parque. Así son estos temas para esta gente, una cosa es la pasión y otra muy diferente son los negocios. De hecho es sabido que Pimpi Camino y Pillín eran compadres, algo impensado en otro momento”, explicó un muchacho que conoció desde adentro las movidas de los paraavalanchas de Arroyito.  

Las cosas entre los hermanos de Parque del Mercado y Pimpi anduvieron bien durante un tiempo. El capo de Barrio Municipal manejaba buena parte de los asuntos del hampa en la ciudad y, desde afuera, parecía que nadie le podía hacer frente. Pero las carreras delictivas son vertiginosas y donde todo vale dinero, un amigo es una moneda de cambio y una disputa, una enorme posibilidad de ascenso. “Empezaron a desafiarlo. Un poco por negocios, un poco por berretines, porque esas cosas siempre se mezclan. Pero al toque se corrió la bola de que lo querían matar”, explicó un conocedor de la pelea. 

A mediados de 2007 las diferencias se transformaron en una guerra. Los hermanos y el capo de Newell’s se cruzaron en Tokio, un after que funcionaba en Santa Fe al 1700, casi esquina Italia, y tuvieron un fuerte cruce de palabras. Se tiraron unos puñetes y se amenazaron. Según un testigo, los Ungaro se fueron del boliche y Pimpi se fue atrás de ellos, re loco, con intenciones de pelear. Pero Chapita, que ya estaba arriba de su auto, lo madrugó y bajo del coche armado. Le metió dos tiros. Camino cayó mal herido, con un par de huecos en el abdomen. Esa noche Pimpi logró escaparle a la muerte, pero la pelea de Tokio sería el aviso de un final que se anunciaba desde hacía rato en las calles.