Las dos mujeres gritan para ser escuchadas. Están exaltadas, fuera de sí. Rondan los 50 años. Una de ellas levanta en alto un cartel. "Macri = hambre", reza la pancarta. La otra, sostiene en su mano derecha un banderín con los colores celeste y blanco. El encuentro es cara a cara. "Usted está defendiendo a un tipo que nos va a llevar otra vez a la ruina, ¿cómo puede ser tan ingenua para no darse cuenta?", dice la opositora. "Estoy acá apoyado al presidente que votó más de la mitad del pueblo. Ustedes no saben perder", responde muy enojada la militante del cambio.

La discusión ocurre en la puerta de la Facultad de Derecho, en vísperas de la primera visita como presidente de Mauricio Macri a Rosario. Para algunos, forma parte de la famosa "grieta". La reflexión apunta a que no hay "avance posible" con un país peleado y dividido. Para otros, en cambio, los álgidos contrapuntos son el mejor síntoma de una sociedad politizada. Argumentan que la historia argentina se construyó en base a profundas antinomias: unitarios y federales; unionistas y aliancistas; personalistas y antipersonalistas; demócratas y conservadores; y peronistas y antiperonistas, por dar solo algunos ejemplos.

Lo cierto que el arribo del presidente despertó, como era de esperar, odios y pasiones. Ningún rosarino fue indiferente a semejante acontecimiento político. Todos tomaron partido, tanto quienes se acercaron a las inmediaciones de la facultad de Derecho, como aquellos que siguieron la noticia en el trabajo, arriba de un auto, en un bar o a través de las redes sociales. 

Las postales más fervorosas, claro está, se vivieron en el radio céntrico comprendido entre las calles Oroño, Rioja, Paraguay y Santa Fe. En la Plaza San Martín fue todo bronca y catarsis. Allí, en medio de vallas y ante un celoso y gigantesco operativo de seguridad, se apostaron la mayoría de las columnas de manifestantes. En otras zonas, sin embargo, reinó un clima de permanente disputa entre quienes apoyaban la visita del jefe de Estado y quienes la repudiaban. Rosarioplus.com fue testigo de los altercados y de las chicanas. 

Las señoras de la ventana

Ni bien escucharon los cánticos contra la figura del presidente, las cuatro mujeres abrieron las ventanas de la clínica (Córdoba entre Moreno y Dorrego) para que todo el mundo las viera. Apoyaron sus codos en la reja negra del inmueble y en silencio comenzaron a flamear sus banderas. La más inquieta sacó una hoja, un fibrón y escribió "Macri te queremos, fuerza". El cartel dio que hablar.

"Unas trabajadoras apoyando a Macri, vaya paradoja", lanzó una docente universitaria que apuraba el paso para sumarse a la marcha. "El pueblo está en la calle y ustedes ahí encerradas, la diferencia es abismal", gritó segundos más tarde un joven de barba. 

Pero las señoras no se inmutaron. Toleraron con la mejor cara de póker una situación que las incomodaba. Solo se relajaron cuando encontraron algo de compañía. "Nos quedamos acá porque nosotras también apoyamos al presidente", dijo una jubilada que caminaba por la calle junto a dos amigas. Con el grupo conformado, llegó una réplica por lo bajo: "La mayoría de esta gente está paga", sentenció con rabia una de ellas. 

"Vayan a laburar"

Los manifestantes avanzaron por calle Córdoba y se apostaron para sorpresa de los organizadores en la puerta destinada para el ingreso de funcionarios, invitados y periodistas. El contacto visual con los adversarios políticos no tardó en llegar. La frase de un joven del PRO encendió la mecha: "Vayan a laburar manga de vagos", tiró tras las primeras acusaciones cruzadas.

El lugar común molestó a un señor de camisa que no dudó en increpar al muchacho. Primero, fue todo insultos y gritos. Luego, cuando los ánimos se calmaron, surgió una breve diálogo. "Yo soy comerciante, trabajo y pago mis impuestos", explicó de entrada el hombre. Y agregó: "Vengo a manifestarme porque no estoy de acuerdo con este gobierno".

"Vos estás acá también, ¿a caso no trabajás? Explicame porque no entiendo", volvió a la carga al no obtener respuesta del otro lado. La pregunta incomodó al joven. "Trabajo de tarde, por eso pude venir", respondió sin dar mayores explicaciones de su situación laboral.  

Bandera rota 

Emilio lleva más de 50 años vendiendo banderas en actos políticos y manifestaciones deportivas. Armó su improvisado puesto en la esquina de Córdoba y Balcarce, al lado de un kiosco de diarios. Las ventas no fueron del todo buenas. Volvió a su casa repleto de mercadería. 

"Mi experiencia dice que los que más compran son los laburantes, los que no tienen mucha plata. Cuando están contentos te sacan las banderas de las manos. Los seguidores de Macri son más bien tacaños, eso es lo que percibo", explicó sobre el comportamiento de los compradores.

Mirta fue una de las pocas que compró en el puesto de Emilio. Decidió embanderarse al llegar a la facultad de Derecho. Horas más tarde, la mujer se quejaba porque "los kircheristas" le habían roto la insignia. "Nos tuvimos que ir cuando apareció la turba. Me manotearon la bandera y la rompieron", le explicaba a uno de los oficiales apostados para impedir el paso hacia calle Santa Fe. 

Al girar en dirección al bulevar Oroño, Mirta volvió a pasar por el puesto de banderas. Saludó a Emilio pero no sacó más dinero de su cartera.