“Mi pedido nace debido a que desde la desafectación del puesto no logro reestablecerme laboralmente. Y al estar usted aquí, en la Facultad de Derecho, me motivó expresarle mi situación, puesto que en otros años fui alumna de esta Casa de Estudios y por distintos motivos fui postergando la carrera. Es una asignatura pendiente en mi vida. Y este año pensaba retomar mis estudios con todo lo que ello implica. Nuevos proyectos y desafíos. Para eso contaba con mi sueldo como sustento, además de la posibilidad de costear el estudio”.  

No quieren que los fotografíen. No quieren que se publiquen sus nombres. Dicen que están estigmatizados como “ñoquis”. Les duele el presente y temen por su futuro. Cada vez que tratan de buscar un nuevo empleo suelen escuchar: “Ustedes están bien echados”. En silencio y con el anonimato como protección hoy marcharon. Fueron uno de los tantos grupos que llegaron hasta la Plaza San Martín de Rosario para repudiar las políticas implementadas desde la presidencia de Mauricio Macri. Son 41 pero son mucho más que un número. Son ex trabajadores del Centro de Documentación Rápida del Registro Nacional de las Personas (ReNaPer). Hombres y mujeres que padecen en carne propia el karma del desocupado. Voces que hablan y escriben. 

“Además de la inmensa felicidad que representó y representa ser empleada estatal. En lo personal, trabajar en Rosario Norte fue muy gratificante ya que mi padre fue portuario y tengo recuerdos de paseos junto a mi familia por la zona. Según los criterios expresados, las medidas tomadas con respecto a los trabajadores estatales eran para quienes no cumplían con la asistencia, los horarios y tareas asignadas para el puesto. Para lo cual, a mi humilde criterio, no siento estar enmarcada en tales causales”

Hoy, la letra trasformada en reclamo, las palabras traducidas en pedidos de señales fue una carta que intentó vencer las vallas que el protocolo de la seguridad impuso en la Facultad de Derecho con motivo de la visita presidencial por el inicio al ciclo lectivo 2016. Pero las vallas y un operativo de seguridad integrado entre fuerzas federales y provinciales logró mantener la distancia entre los manifestantes y el presidente. Una de las desocupadas se acercó hasta las vallas, trató de hablar, no fue escuchada y regresó resignada. “Hacé lo que puedas. Desde el sindicato nos recomiendan no hablar con los medios”. Ellos, en medio de la incertidumbre, hacen lo que pueden. Reclamar es una acción. Escribir es una especie de exorcismo. Un conjunto de palabras que resumen mucho más que lo que significa un despido.

“Si no es posible volver a mi puesto, le pido por favor tenga consideración de reubicarme en otro ámbito. Desde ya, muchas gracias… Y mis mejores deseos para que nuestro maravilloso país renazca para todos los argentinos”.

La carta finaliza con un deseo que no es individual sino colectivo. La mujer tacha su nombre en el fin de la carta y ruega, ruega reiteradamente que no se publique su nombre. Sí pretende que su historia se multiplique. “Siempre fue una alegría hermosa trabajar para el Estado. El lugar se está desmantelando.  Ahora es una desolación tremenda, pero no sólo para nosotros sino para quienes quedaron trabajando en el lugar y para los ciudadanos que concurren allí a hacer un trámite que se vincula con el derecho de la identidad”. La trabajadora que representaba al Estado Nacional otorgando la identidad a los ciudadanos que concurrían al Centro de Documentación Rápida del Registro Nacional de las Personas tacha su firma de la carta.

Lo peor del miedo es cuando nos borra hasta nuestro propio nombre.