La semana pasada el gobierno de Paraguay, que ejerce la presidencia pro tempore del Mercado Común del Sur (Mercosur), expresó literalmente que su par de Argentina "anunció la decisión de dejar de participar en las negociaciones de los acuerdos comerciales en curso y de las futuras negociaciones". Los medios masivos de comunicación argentinos publicaron la noticia sin cotejar debidamente la información y dieron a entender que el gobierno de Alberto Fernández iniciaba la ruptura del bloque comercial al negarse a negociar o bien, como señalaron algunos legisladores argentinos, el país abandonaba la mesa de negociaciones. Ningunas de las variantes fue cierta, pero la confusión fue tal que generó la necesidad de que el gobierno argentino emitiera un comunicado en el cual reafirmó su intención de continuar dentro del Mercosur. También se puso de relieve que la asociación es clave para la región en un momento en el cual el comercio internacional se desploma y el Producto Bruto Interno (PBI) de la mayoría de los países del mundo decae. 


La disputa de fondo


La realidad es que la disputa de fondo se juega en varios aspectos en simultáneo. Actualmente Argentina está haciendo esfuerzos para reestructurar su deuda externa ante el peligro cercano de caer en un nuevo default. En ese contexto, la crisis sanitaria abierta por la amenaza del coronavirus Covid-19 y la cuarentena preventiva, no hizo más que agravar las condiciones económicas y comerciales preexistentes. Además, las diferencias ideológicas entre el gobiernos de Argentina por un lado, y los de Brasil, Uruguay y Paraguay por el otro, son notorias. Es principalmente el gobierno de Jair Bolsonaro el que promueve el Tratado de Libre Comercio con Corea del Sur, con la esperanza de encontrar algún alivio comercial que, desde Argentina, es visto como un eventual peligro. Eso se debe a que Brasil tiene una industria mucho más fuerte, en condiciones de competir en algunos rubros con la de Corea del Sur, mientras que Argentina cuenta con una industria  vulnerable. 

La preocupación del gobierno argentino tiene fundamentos, puesto que Corea del Sur propone bajar y poner de igual a igual los aranceles, medida que inundaría el mercado argentino con productos coreanos tales como automóviles, acero, productos químicos y  farmacéuticos. 

Por ese motivo la administración de Fernández propuso un acuerdo a dos velocidades, que consiste en seguir siendo parte de las negociaciones, pero hacerlo desde una posición de observación para, de acuerdo al contexto económico interno, definir si se avanzará o no. Es precisamente ahí donde aparece el principal problema: la Decisión 32 del Mercosur determina que se deben "negociar en forma conjunta acuerdos de naturaleza comercial con terceros países". Es decir que si Argentina no quiere firmarlo, no habrá acuerdo posible. 

En la estrategia brasileña, el nuevo gobierno uruguayo de Luis Lacalle Pou resulta funcional. En apariencia, es el gobierno uruguayo el instigador de un drástico acortamiento de los plazos de negociación, con el objetivo de llegar a un acuerdo definitivo antes de fin de año. La realidad es que Uruguay tiene poco que perder y mucho por ganar, debido a que apunta a introducir carne y leche en el mercado surcoreano y no teme recibir -por ejemplo- tecnología de ese país, debido a que Uruguay no ofrece competencia en la materia.

Esto demuestra como la afinidad ideológica -especialmente en lo que a la conducción de la economía se refiere- resulta funcional al gobierno de Brasil que comparte con la actual administración uruguaya una visión liberal de la economía. De allí también que se condene el proteccionismo del gobieno argentino y se agite la amenaza de una ruptura del Mercosur.

Sin embargo, el gobierno argentino es plenamente consciente de las dificultades que supondría para el país una ruptura del bloque comercial. Con una situación económica apremiante, el país no puede permitirse el lujo de abandonar -especialmente- lo que el mercado brasileño supone para sus exportaciones. Lo que la presidencia pro tempore del Mercosur, los medios de comunicación argentinos y sectores de la oposición al gobierno de Alberto Fernández han presentado como una actitud caprichosa y rupturista, no es más que la lógica respuesta que el gobierno argentino podía tener: frenar las negociaciones y tratar de buscar un acuerdo más equilibrado y acorde a los tiempos que se viven. Principalmente por la crisis sanitaria global que atraviesa a todos los países. 

Un dato a tener en cuenta para confirmar la inexistencia de una actitud rupturista por parte del gobierno argentino es el hecho de que jamás desconoció el acuerdo suscripto con la Unión Europea (UE) en 2019, respecto del cual nunca tuvo simpatía y que es difícil prever si finalmente los propios europeos ratificarán debido a que afecta al sector agropecuario de países como Francia o Polonia. 

El gobierno argentino también ofrece un argumento de peso para frenar y sopesar las negociaciones con Corea del Sur y es que en numerosas oportunidades el gobierno surcoreano restringió exportaciones argentinas con el argumento de las barreras fitosanitarias. Ese argumento en particular ha sido siempre un instrumento utilizado por los países más desarrollados cada vez que han querido poner una limitación a las exportaciones de los países en vías de desarrollo sin tener que reconocer que se trata de medidas proteccionistas. En otras palabras, el planteo del gobierno argentino consiste en no suscribir a las apuradas un acuerdo en medio de la crisis, sino tratar de hacerlo de una manera sustentable y calculando puntillosamente todos los aspectos en juego. Debe tenerse en cuenta además, que un acuerdo de libre comercio con Corea del Sur es el paso previo para otros de similares características con Singapur, Líbano y Canadá, entre otros países. Si el propio gobierno argentino no vela por el desarrollo de su sector industrial, una vez más el país se verá condenado a la dependencia absoluta del modelo agroexportador.


Crisis de los bloques comerciales


Lo que sucede en el seno del Mercosur no es privativo de ese bloque comercial. La UE, modelo a seguir por todos los procesos de cooperación e integración internacional, ha dado muestras en los últimos años -y especialmente desde que comenzó la crisis sanitaria producto de la pandemia de Covid-19- de encontrarse en crisis. Además del Brexit y todo lo que supone la salida del Reino Unido del bloque comercial más poderoso del mundo, la realidad es que los europeos, que en el pasado ya no podían ponerse de acuerdo respecto de una política de defensa común ni respecto de una política migratoria, ahora tampoco pueden ponerse de acuerdo respecto a cómo salir de las cuarentenas que fueron dictadas de manera unilateral en cada uno de los países miembro y que acaban por incumplir el tratado de Schengen establecido por el bloque comunitario. Tampoco pueden acordar el modo en el cual establecer un bono de deuda que les permita afrontar la situación post pandemia. 

Éstas son sólo algunas muestras de como, en el marco de la globalización económica y comercial imperante en el mundo, que aparece como punto cúlmine del sistema económico capitalista, los bloques regionales de integración que tienen por objetivo afrontar de manera exitosa esa globalización, aparecen en realidad como entidades bastante desarticuladas.

Lo que hizo la crisis sanitaria emanada de la pandemia, es poner en evidencia las falencias de los bloque regionales entendidos como alianzas estratégicas para enfrentar las desigualdades provocadas por la globalización. Dichas desigualdades que se observan en lo cotidiano entre quienes están en situación de pobreza y quienes no lo están, también pueden advertirse en las diferencias entre aquellos países o bloques de países desarrollados y aquellos que intentan desarrollarse. Los primeros enseñan a los segundos que deben usar invariablemente el manual del buen capitalista cuando ellos mismos no lo hacen. Les enseñan las reglas que deben seguir para subir la escalera del progreso a los países en desarrollo, pero cuando estos últimos quieren hacerlos, se la patean.