El paisaje atrapa. Transmite paz y tranquilidad. Ladrillos vistosos, casas de dos plantas y árboles que tapan parte del cielo invitan a mudarse a esa esquina, enclavada en el corazón de barrio Echesortu. Pero lo que brilla no es oro. La populosa ochava arrastra un problema que a esta altura parece irresoluble: el agua que se acumula ante una lluvia intensa. Los vecinos reconocen haber bajado los brazos. “Hace más de 30 años que se inunda todo. Aprendimos a vivir con esto”, admiten.

La esquina de San Luis y Alsina es una de las tantas intersecciones de Rosario que queda anegada ante la llegada de algún temporal. Pasó hace una semana, durante la madrugada del 26 de febrero. También la mañana del 19, en la primera tormenta del segundo mes del año. Los antecedentes son innumerables. “Cinco o seis veces al año nos inundamos. Cuando el cielo se pone negro nos preparamos para lo peor”, le explica Vanesa, una vecina, a Rosarioplus.com.

Las postales, según cuentan, son siempre las mismas. Bastan diez minutos de lluvia para que las bocas de tormentas dejen de drenar. El agua crece, se esparce por las cuadras contiguas (Lavalle al oeste, San Juan al sur, Castellanos al este y Rioja al norte) y la zona se convierte en un pequeño río. Acto seguido, el agua se filtra por las casas. Entonces, aparecen los secadores, los baldes y los trapos de pisos. La impotencia y la resignación.

Los testimonios coinciden que se trata de un “problema histórico”. “Es esa esquina. No me preguntés por qué se inunda. Parece ser un problema estructural porque nunca lo han podido resolver”, explica Sandra, la verdulera de la zona. Su comercio está ubicado en la otra esquina, en San Luis y Castellanos. “Yo hace diez años que trabajo acá. El agua se acumula en la otra cuadra y nos llega a nosotros. En las dos últimas tormentas nos inundamos”, detalla.

La mujer aclara que ninguna de las obras que se realizaron (cloacas, ampliación boca de tormentas, etc.) solucionaron el problema. Y señala que el “panorama se agrava” cuando se acumulan residuos y cuando el tránsito no se interrumpe. “Ese combo es letal. Hay más agua y los autos arman olas”, intenta graficar.

Martín supera los 60 años. No vive en las inmediaciones del lugar. Reside junto a su familia en barrio Godoy, aunque se considera un vecino por adopción. Desde hace diez años que realiza trabajo de mantenimientos en un domicilio ubicado por calle Alsina. El hombre es de pocas palabras, pero se prende a la catarsis colectiva.

“Es de no creer lo que pasa acá. Yo no entiendo mucho del tema. Pero te puedo asegurar que cada dos por tres sube el agua”, narra mientras intenta quitar con una escoba las ramas y la poca agua que hay en el cordón.

Jorge, otro vecino, se suma a la charla. Su diagnóstico es categórico. “Hasta que no se cambien todos los caños esto no va a cambiar. Se intentó todo y está a la vista que no ha funcionado”, reflexiona. ¿Llegaron a organizarse todos los vecinos para que el reclamo tenga más fuerza”, pregunta este cronista. “En su día sí, pero el reclamo fue perdiendo fuerza. Nos cansamos”, se sincera el hombre antes de meterse nuevamente en su casa.

Las preguntas se acaban y la problemática parece desaparecer. Vanesa acelera el paso para llegar al trabajo. Sandra agarra una bolsa y atiende a una clienta que cruza la puerta de la verdulería. Martín vuelve a concentrarse en el barrido y la limpieza. Los tres volverán a preocuparse por el agua cuando el pronóstico anuncie la próxima tormenta.