La incertidumbre sin precedentes iniciada con el referéndum en 2016 que determinó la voluntad mayoritaria del pueblo británico por salir de la Unión Europea (UE), parece llegar a su fin. En el camino, produjo la caída de dos gobiernos, una división social de características similares a la grieta Argentina, malestar en el bloque comunitario por temor a un efecto contagio y expectativas negativas sobre la economía global. De hecho, la incertidumbre económica producto de la indefinición del Brexit fue considerada como el mayor factor negativo sobre las expectativas económicas globales detrás de la guerra comercial desatada entre China y los Estados Unidos. 

Las elecciones que le dieron una mayoría contundente al Partido Conservador conducido por Boris Johnson y purgado previamente de parlamentarios rebeldes, anuncia un 2020 lleno de definiciones.

Antes de las elecciones

En octubre Boris Johnson había logrado renegociar un nuevo acuerdo de retirada con la UE. El de su antecesora, Theresa May, había sido rechazado en tres ocasiones en la Cámara de los Comunes. Los pilares del acuerdo no cambiaron. El Reino Unido debería asumir el costo del Brexit  calculado entre 40 y 45 mil millones de euros, ofrecer garantías a los derechos de los alrededor de tres millones de ciudadanos comunitarios residentes en las islas, y evitar una frontera dura entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte para no poner en peligro la paz alcanzada en el Ulster en 1998.

La principal diferencia con respecto al documento propuesto por May se refería a esta última cuestión. Mientras la exjefa conservadora apuntaba a dejar a todo el Reino Unido dentro de la unión aduanera hasta concluir un acuerdo comercial, Johnson abogó por sacar al país de la unión aduanera para cerrar acuerdos comerciales con terceros y, al mismo tiempo, dejar a Irlanda del Norte alineada con la normativa comunitaria. El primer ministro sostiene que no habrá controles en el mar de Irlanda, pero documentos gubernamentales señalan lo contrario. Sólo el tiempo mostrará la realidad.

Pero desde que llegó a la jefatura del gobierno, lo que desvelaba a Johnson era cumplir con su promesa de sacar al Reino Unido de la UE rápidamente. Sabía que el correr del tiempo mellaría su poder de manera irremediable. Fue por eso que organizó una sesión extraordinaria el sábado 19 de octubre para que los parlamentarios ratificaran el acuerdo. Se trató de la primera sesión extraordinaria en un fin de semana desde la Guerra de las Malvinas en 1982. Finalmente no hubo votación y los legisladores aprobaron en su lugar una enmienda que obligó a Johnson a pedir una nueva prórroga a la UE. El bloque regional se la concedió hasta el 31 de enero 2020.

Una vez que la Cámara de los Comunes aseguró la nueva prórroga que acababa con los temores a una salida abrupta, el 22 de octubre aprobó la Ley Brexit que englobaba el acuerdo de retirada y legitimaba en sí el desacople. Fue la primera vez desde que comenzó el tortuoso proceso en 2016 que los legisladores lograron llevar a cabo un plan relativo al Brexit. No obstante ello, rechazaron la moción que había presentado el gobierno para realizar todos los trámites por la vía rápida. En concreto, le pusieron un freno al apuro de Johnson por terminar de una vez con el asunto.

Después de las elecciones

El saldo de las elecciones fue extraordinario para los conservadores, que no obtenían un éxito tan contundente desde la tercera victoria de Margaret Tatcher en 1987. Por el contrario, fue catastrófico para los laboristas, cuya debacle sólo se compara con la derrota alcanzada en 1935.

Boris Johnson tiene entonces las manos prácticamente desatadas para llevar hasta el final su promesa de un Brexit definitivo. 

Con el inicio del nuevo Parlamento, la tramitación de la normativa debe comenzar de nuevo. Pero ahora, con mayoría propia en la Cámara de los Comunes, el primer ministro no tiene que temer ni a la oposición ni a los rebeldes europeístas en sus propias filas, dado que a todos los candidatos conservadores que se presentaron para los últimos comicios, les hizo firmar un compromiso de apoyo respecto de sus planes acerca del Brexit.

La ratificación de la ley se espera para la segunda mitad de enero aunque no puede apurarse porque el acuerdo de retirada tiene que ser ratificado también por el Parlamento Europeo. En cualquier caso, todo indica que esta vez se respetará la fecha pautada del 31 de enero como la salida formal de la UE.

A partir del 31 de enero

En esa fecha comenzará un periodo de transición, que durará como mínimo hasta diciembre de 2020. El Reino Unido seguirá siendo miembro del mercado único -con la libertad de movimiento de personas que eso implica- y también de la unión aduanera, aunque sin tener ya ni voz ni voto.

La salida del bloque será un paso importante tanto para los británicos como para los socios comunitarios. Sin embargo, no será el último. El periodo de transición que se iniciará supone complejas negociaciones respecto de las futuras relaciones entre el Reino Unido y la UE.

La transición puede ampliarse uno, dos o más años. Si bien el acuerdo elaborado por los conservadores promete no ampliar este período más allá de diciembre de 2020, resulta materialmente imposible negociar en apenas once meses, unas relaciones futuras que, además del pacto comercial, deben abordar otras áreas como seguridad o intercambio de estudiantes. Convenios comerciales menos ambiciosos entre el bloque y países como Ucrania, Canadá, Corea del Norte, Japón o Singapur han llevado una media de entre cuatro y nueve años para negociar y ratificar. Por lo que no deben descartarse nuevas ampliaciones de plazos. Más aún, sería más realista pensar en un conjunto de distintos acuerdos a ejecutar durante varios años que en un solo acuerdo ejecutable de una sola vez.

La UE recibió con alivio el resultado electoral británico porque garantiza cierta estabilidad en el corto y medio plazo, ofrece la seguridad de que el acuerdo del Brexit será aprobado, y le da a Johnson un claro mandato para las negociaciones de las relaciones futuras. Sin embargo hay un importante número de riesgos en el horizonte. El Reino Unido puede convertirse en breve en un campo de batalla entre los Estados Unidos y la UE. El gobierno estadounidense intentará atraer a los británicos a su órbita económica. Eso podría forzar a las autoridades europeas a ser mucho más flexibles y generosas con los negociadores británicos de lo que lo habían sido hasta el momento.

El Reino Unido es importante para la UE en términos económicos y estratégicos como para dejarlo ir sin más a la esfera de los Estados Unidos, país con el cual el bloque regional no mantiene una agenda común, especialmente en cuestiones comerciales. En ese caso, un acuerdo con uno sería excluyente con el otro. Dicho de otro modo, el Reino Unido no podrá mantenerse en las dos esferas de influencia a la vez. 

En el medio, como siempre, se encuentra el pueblo británico, dividido, paralizado en una discusión que no cesa desde hace tres años, y a la espera de respuestas a sus problemas cotidianos que claramente no se resolverán de un plumazo con la concreción del Brexit. Una cosa es segura: una vez definida la salida de la UE, Boris John deberá dedicarse a gobernar.