Desde que el Covid-19 emergió en la esfera pública, mucho se ha hablado y teorizado sobre la posible vacuna. Hace días el Presidente Alberto Fernández anunció que Argentina, junto con México, producirán la vacuna que está probando la Universidad de Oxford, aunque no es la única en desarrollo. La docente de la Facultad de Ciencias Médicas y directora científica del Centro de Investigación y Producción de Reactivos Biológicos (CIPReB) de la Universidad Nacional de Rosario, Ana Rosa Pérez, explicó cómo se desarrolla una vacuna y qué desafíos trae aparejados.

“Una vacuna es una forma artificial de generar inmunidad contra un determinado patógeno, que puede ser un virus o una bacteria. La otra forma de generar esa inmunidad es generar propios anticuerpos a partir de contraer la enfermedad, aunque no en todos los casos es lo que se puede hacer ya que la misma puede ser peligrosa para nuestro organismo”, definió Pérez.

Poco se sabe de la durabilidad de los anticuerpos generados en una persona luego de curarse de Covid, por lo que se ve necesario crear una vacuna que asegure la presencia de los mismos en el organismo. “En los últimos 120 años de historia moderna las vacunas estuvieron enfocadas en producir anticuerpos, pero hoy se sabe que en algunos patógenos además de eso se necesita producir células o linfocitos T, por lo que buscan elaborar de los dos. Todo depende del tipo de patógeno que se trate”, indicó Pérez, quién además es investigadora del Instituto de Inmunología Clínica y Experimental de Rosario (IDICER).

Los linfocitos T son una especie de células inmunes, cuyo principal propósito es identificar y matar a patógenos invasores o células infectadas. Debido a que las células T pueden mantenerse en la sangre durante años después de una infección, también contribuyen a la memoria de largo plazo del sistema inmune y le permiten organizar una respuesta más rápida y efectiva ante la aparición reiterada del virus.

Se reconoce que hay vacunas que generan inmunidad de por vida y otras que deben reforzarse cada cierto lapso de tiempo. Esto último se debe a que hay virus que mutan año a año, lo que le permiten evadir la respuesta inmunológica. “Este es por ejemplo el caso de la gripe, que muta tanto que parece un nuevo virus y por eso hay que vacunarse todos los años. Es decir, genera nuevos antígenos que nuestros anticuerpos no reconocen. Científicos anualmente estudian estos virus para observar cómo se comporta la nueva cepa y así generar la vacuna específica para la misma. Lo que si no se conoce con exactitud es porque algunas vacunas duran de por vida, es una cuestión que se sigue estudiando”, explicó.

Las vacunas funcionan de manera colectiva, es decir, son realmente efectivas a partir de que una cantidad importante de personas se las aplican. Sin embargo, desde hace varios años, existe un movimiento antivacunas que milita en contra de las mismas y se convierten en un riesgo para la sociedad. “Tuvo un impulso fuerte cuando un investigador inglés publicó que las vacunas provocaban autismo, aunque tuvo que retractarse porque el estudio estaba mal. Sin embargo, produjo un daño enorme que todavía estamos tratando de revertir. Por esa razón la vacuna del Covid tiene que probarse muy bien antes de aplicarse a la población en general ya que un error podría reforzar la idea de estos grupos. De esta manera se requiere un gran compromiso de investigadores y entidades regulatorias para que se cumplan todos los procedimientos”.

Los pasos de fabricación

Durante estos meses, se han subrayado las fases en las que se encuentran los distintos desarrollos para medir el grado de avance. Existe una fase elemental que antecede a todas las otras que se vincula con la investigación básica y es ahí donde se hace el diseño de la misma. “Por ejemplo, la vacuna de Oxford trabaja en base de adenovirus, por lo que esta etapa es cuando se genera el inserto de la proteína del virus del Covid dentro del adenovirus. Luego está la fase de investigación preclínica, cuando se inyecta ese adenovirus en animales y se prueba, entre otras cosas, si genera defensas”.

Cuando se supera este momento se puede avanzar hacia la fase 1, donde se hace una estudio en un número reducido de seres humanos y se prueba la posibilidad de que surjan efectos adversos. Si esa fase arroja buenos resultados, se pasa a fase 2 donde se evalúa la protección. “Ahí se recluta a un número superior de personas, que por lo que he estado viendo en este caso en particular varían de 50 a 500 personas”.

Cuando finaliza dicha etapa y se obtienen los resultados esperados, se llega a la tan famosa fase 3, donde el número de individuos que prueba la vacuna es mucho mayor. Si en este punto se siguen manteniendo los índices, es donde los organismos regulatorios pueden recién aprobar la vacuna para que se administre en la población en general. “Usualmente, antes del Covid, esas fases eran secuenciales pero ante la urgencia del momento que estamos viviendo se encimaron. Algunas se llevaron a cabo juntas, aunque respetando siempre las especificaciones de cada una, con el objetivo de acelerar los tiempos”.

Con un mismo objetivo

Una de las vacunas que están más avanzadas a nivel mundial es la de la Universidad de Oxford, la cual Argentina producirá junto a México en América Latina. “Esta institución tiene un prestigio que la antecede y el grupo en particular que la desarrolló viene trabajando hace mucho sobre vacunas, por lo cual me parece lógico apostar por esta. Nuestro país está probando también la vacuna diseñada por el laboratorio Pfizer en el Hospital Militar de Buenos Aires, que si bien no se está produciendo todavía, si se está realizando la fase 3 en voluntarios. Esas son las dos vacunas con las que Argentina está trabajando actualmente”.

Por otro lado, Rusia fue el primer país en patentar la vacuna contra el Covid, lo que trajo revuelo en la comunidad científica. Algunas vacunas que están en desarrollo, como la de Oxford o China, publicaron sus resultados de la fase 2 y todavía no fueron aprobadas por los entes regulatorios, en cambio, en Rusia se aprobó sin tener finalizada la fase 3 y solo publicando los resultados de la fase 1.

“Además, de lo poco que se sabe de la fase 2 de esta vacuna, es que se le aplicó a un número muy pequeño de individuos, que no superan los ochenta. Desde el punto de vista científico no está bien visto cómo se llevó a cabo el proceso porque es un riesgo aprobar una vacuna a nivel general sin tener las fases terminadas. Esto principalmente es lo que genera dudas en la actualidad, aunque no significa que más adelante no se publiquen los resultados y que la vacuna no sea efectiva”.

La especialista opina que no hay que “casarse” con ninguna vacuna en particular, ya que todas deben ser probadas para encontrar la más óptima. “Cuanto mayor cantidad de pruebas y vacunas se puedan realizar será mejor, porque luego se va a tener que evaluar entre ellas los niveles de efectividad”.

Pérez hace énfasis en la velocidad con la que se está desarrollando la vacuna, ya que el promedio general de desarrollo oscila entre los dieciocho años aproximadamente. “Es cierto que existen algunas que tardan cuatro o cinco años, pero nunca se avanzó tan rápido como ahora. Esto se debe a que es un asunto que nos afecta a todos a nivel mundial de manera urgente. Hay otras que a pesar de los años todavía no se han podido producir con efectividad, como la del HIV o la de la malaria. Otro ejemplo es la vacuna contra el chagas, enfermedad que se conoce hace cien años y que todavía no pudimos desarrollar. Entonces, el tiempo depende muchísimo del patógeno y de la cantidad de dinero destinado a su investigación”, concluyó.