La semana pasada se viralizó un caso español en el cual un niño de 7 años interpretó de manera diferente la consigna elaborada por la docente y, en consecuencia, la maestra “tachó” el ejercicio considerándolo mal. La existencia de estas prácticas evaluativas muy arraigadas en las instituciones educativas requiere ser revisada a fin de promover un mejoramiento real en los procesos de enseñar y aprender, evitando que se constituya en un instrumento de y para el control.

En el caso mencionado, la consigna fue poco clara, confusa, y, al entender del niño, la respuesta fue correcta. Aunque es comprensible que, siendo una prueba de matemática y no de lengua, es un ejercicio que la docente debería retomar en su clase siguiente.

Si se entiende a la evaluación como la simple comprobación de resultados, se está reduciendo la ambición del proceso; en cambio, si se la considera como un proceso reflexivo, sistémico y riguroso de indagación de la realidad, que atiende al contexto, se aportará otra mirada.

Ahora bien, ¿cómo encontrar acuerdos?

Señala Eisner (1985) que la evaluación educativa es un proceso que, en parte, nos ayuda a determinar si lo que hacemos en las escuelas está contribuyendo a conseguir los fines valiosos o si es antitético a estos fines; pero que es indudablemente verdad que hay diferentes versiones de lo que es valioso. Asimismo, el autor sostiene que este es uno de los factores que hace a la educación más compleja que la medicina.

La evaluación es un sistema en sí mismo en la medida en que está constituido por un conjunto de elementos que actúan de manera interdependiente: propósitos, contenido u objeto a evaluar, técnicas, una situación en la que se lleva a cabo y criterios de valoración de los datos obtenidos. La forma de entenderla condiciona todo el proceso de enseñanza y aprendizaje, porque evaluar implica valorar y tomar decisiones que impactan directamente en la vida de los alumnos. En tal sentido, es una práctica que compromete una dimensión ética no siempre tenida en cuenta y asumida como tal.

El gran valor de la evaluación está en ser un instrumento potente de investigación educativa que le permitirá al docente mejorar su práctica, reflexionando acerca de su quehacer cotidiano. Por tanto, implica un proyecto, es decir la búsqueda de acuerdos y definiciones sobre algunos interrogantes: qué se desea evaluar, con qué propósitos, cómo evaluar, en qué momento y para quién.

Es necesario crear las condiciones para generar una nueva mirada dentro del aula y, de esta manera, orientar la mejora para dilucidar, revelar y explicitar los fundamentos de todas aquellas decisiones que se tomen por y para las instituciones, por y para cada niño que allí concurre, basándose en que todo hecho educativo es complejo y multidimensional, y que incluye el uso de una multiplicidad de técnicas, tanto cualitativas como cuantitativas.

No existen formas de evaluación que sean absolutamente mejores que otras. Su calidad depende del grado de pertinencia al objeto evaluado, a los sujetos involucrados y a la situación en la que se ubiquen. La evaluación se constituye en fuente de conocimiento y lugar de gestación de mejoras educativas si se la organiza en una perspectiva de continuidad. La reflexión sobre las problematizaciones y propuestas iniciales, así como los procesos realizados y los logros alcanzados, facilita la tarea de descubrir relaciones y fundamentar decisiones posteriores.

Por tanto, la tarea de evaluar es mucho más que asignar una nota numérica, una calificación cerrada o una prueba escrita que pasa de mano en mano año tras año. Al decir de Bruner (1988), los estudiantes no son una tropa en período de instrucción, ni instrumentos para llevar a cabo futuras políticas nacionales: educar es cultivar la diversidad, la riqueza y la participación humanas. Esta nueva perspectiva implica poner a consideración del docente y los alumnos la situación de enseñanza que han atravesado juntos, como un momento más del proceso didáctico.

Evaluar es aprender cómo mejorar, es elaborar nuevas propuestas, es entrelazarse para construir con el otro, es ofrecer una nueva mirada a la escuela y a la docencia, en la cual  cada uno de ellos es  capaz de pensar e investigar su propia práctica y su quehacer profesional.