Asiduamente los adultos nos quejamos porque los chicos de hoy no leen. Esta reflexión es cierta, pero sólo en parte, ya que no leen lo que leíamos nosotros hace unos años atrás. El poema del Mio Cid, La cabaña del tío Tom o La vuelta al mundo en ochenta días, entre una de las fantásticas obras de Julio Verne, eran lecturas propias de nuestra niñez, que llegaban a nosotros para sorprendernos. 

Sin dejar a estos libros de lado, hoy por hoy deberemos agregar a los de antaño otros textos, que no necesariamente deben ser escritos en hoja o papel. Las nuevas pantallas, del televisor, del cine y de la computadora, a las que los niños están muy acostumbrados, dan lugar a otras formas de leer que tendrán que ser tenidas en cuenta en la escuela y en el hogar para no profundizar la brecha entre lo social y lo escolar.

¿Cómo se forma un lector? O mejor aún, ¿Es posible formar un lector? Además, ¿Un lector de qué?

Si creemos que leer es decodificar un texto escrito, se acotará la concepción de lo que es ser lector. Si, en cambio, partimos de la idea que no sólo se leen libros, sino que también hay otros textos propios del mundo actual, ampliaremos la definición.

El hipertexto es una de las figuras de esa nueva textualidad. Se caracteriza por su no-linearidad y por su potencial discontinuidad, donde el lector puede vincular un fragmento textual o gráfico a otros fragmentos con sólo un click, lo cual permite al usuario acceder a la información no necesariamente de forma secuencial sino desde cualquiera de los distintos ítems relacionados. Lo ventajoso es que le propone al lector que organice su propia lectura según la convenga.

Leer en la escuela

Ahora bien, la escuela, en estos días, al estar desfasada con respecto de la sociedad, pareciera que no está en condiciones de enseñar todas las habilidades necesarias para formar lectores. Pero, para intentar equiparar esa diferencia, es ineludible poner libros y material, impreso o no, al alcance de todos.

Según un estudio realizado, muestra un nuevo índice que refleja una realidad preocupante: un alumno argentino lee en promedio 1,3 libros de texto por año en la escuela, proporción distante de la que existe en otros países. Mientras en Brasil cada chico lee 3,3 libros en el año escolar, en Chile el número asciende a 3,6 y México alcanza los 10 libros por chico. A pesar de ello, la cifra actual en la Argentina duplica el promedio de 1998, que era de 0,77 libros por estudiante.

Otro punto que distancia a la Argentina de los países citados es la inestabilidad y falta de continuidad de las políticas de dotación de libros por parte del Estado. Mientras en Chile el programa de textos escolares tiene 65 años de antigüedad, en México lleva 46 años y en Brasil, 39.

Otra conclusión de la encuesta es la fuerte correlación entre el nivel socioeconómico y la posesión de libros de texto. Mientras que el 81% de los alumnos de primero a tercer grado de la escuela primaria de nivel socioeconómico medio dispone de su propio libro, en los sectores populares, el libro dejó de ser un objeto que circula en la casa. Esta realidad  tiene que ver, no sólo con lo económico, sino con la cultura posmoderna y con la ausencia de políticas al respecto.

Intentar el cambio

Algunos sostienen que es fácil saber cómo se forma un lector de libros técnicos, de divulgación histórica, de autoayuda o best-sellers: esos libros entregan casi exactamente lo que prometen, valen lo que cuestan. Lo difícil es saber cómo se forma un lector que soporte la incertidumbre y la complejidad.

Una de las formas sería pensar otras lecturas en la escuela. Ines Dussel plantea que actualmente se está trabajando en educar la mirada. Hay que preparar y trabajar la lectura, atento a lo que de la imagen queda por fuera de las palabras; hay que darse un tiempo de trabajo con las imágenes, y eso no es sólo hacer la consabida "crítica ideológica" (quién produjo esta imagen y para qué); habría que enseñar a pensar en la especificidad de ese lenguaje, en la historia y en la sociología de esa técnica, en la construcción de estereotipos visuales, en las emociones que se activan con la imagen, en los saberes y lenguajes que se convocan al acto de ver. Todo eso implica traer a escena la sensibilidad, y no sólo lo racional - intelectual. 

Todo lo que llega a la mayoría de los chicos en estos días, es por medio de imágenes. Una escuela que intente formar para las sociedades actuales debe dar herramientas para decodificar ese nuevo lenguaje icónico. El arte podría ser un complemento ideal para pensar cambios curriculares desde dentro y la escuela el espacio que provoque el cambio. Por qué sólo trabajar con películas ya realizadas en vez de filmar un video con los alumnos; armando escenas escritas y actuadas por ellos mismos.

Los chicos leen. Leen otros textos, otros  formatos. Será cuestión de aprender a mirar con ellos y por ellos.

Esto requiere de un gran esfuerzo de toda la comunidad educativa, padres, docentes y directivos, asumiendo la difícil tarea de formar lectores del mundo de hoy que no es más ni menos que educar.

 

(*) Carina Cabo es coordinadora de la maestría en Educación en Ciencias de la salud, en el Instituto Universitario Italiano de Rosario, un posgrado para médicos, enfermeros, bioquímicos, psicólogos, odontólogos, kinesiólogos y profesionales de la salud. 
Más información en https://www.iunir.edu.ar/postgrado/maestria/maestria.asp