Las neurociencias aportan importantes contribuciones para comprender los procesos de enseñanza y aprendizaje. Y, si bien no es una mirada nueva, tiene algunas críticas de otros paradigmas. El psicoanálisis considera que es una vuelta al siglo XIX, debido al viejo y superado discurso de la ciencia omnipotente, propia de fines del 1800, que ahora reaparecería con nuevos formatos; una vuelta al positivismo, el cual pretendía que las ciencias sociales tuvieran el estatus científico de las ciencias naturales.

No caben dudas que es reduccionista decir que un niño es un cerebro; en realidad, es un sujeto que está imbricado en una historia personal y en un contexto,  y, por tanto, su aprendizaje será en concordancia a ello; por tanto no podremos dejar de lado las subjetividades que encontremos en el aula.

Sin embargo, lo interesante podría ser comenzar a mirar qué aportes pueden hacer las neurociencias a la educación en pos de mejorar la escuela, necesidad urgente a resolver en una institución donde muchas veces se enseña, pero no se aprende o donde se aprueba, pero no se sabe. Se entiende por neurociencias al conjunto de disciplinas que estudian el sistema nervioso, a la mente humana desde un marco biológico, las cuales intentan explicar cómo funcionan las neuronas para producir una conducta determinada.

A mi entender, lejos de biologizar la Psicología o psicologizar la Biología, es necesario valorar dichos aportes que vienen haciendo estas ciencias en pos de mejorar los aprendizajes a fin de comprender por qué los estudiantes no aprenden, a pesar de que los docentes enseñamos.

Alguno de las contribuciones de estas disciplinas es que, a diferencia de lo que aprendimos en la formación docente, la atención en un niño no permanece más de 12´a 15´ o más de 15´a 18´en un adulto; es decir, que necesitamos muchos estímulos para poder permanecer 80´en el aula sin aburrirnos. Por tanto, el profesor, conociendo este tip, sabrá que debe usar  juegos,  imágenes, canciones, entre otras estrategias, a fin de lograr la escucha atenta. A sabiendas que el cuerpo quieto no aprende, sino que sólo se aburre, podremos provocar cambios en su atención a partir de nuestros movimientos en el aula y de distintas herramientas que podamos usar, provocando una atención flotante en el tiempo que demande la clase.

Otra de los aportes de las neurociencias es que no hay buenos ni malos estudiantes, sino que el cerebro puede reaprender, por tanto es imposible pronosticarle a alguien el fracaso escolar. Todos son capaces de hacer un buen recorrido en la escuela, cada uno a su tiempo. Esta mirada hace que uno de los puntos  a trabajar con los jóvenes sea afianzar que es necesario estudiar y repasar; tal como sabemos los docentes de hoy, no alcanza con pararnos en el frente y recitar una lección o narrar una historia que quizás sea sólo significativa para nosotros, quien hizo un recorrido determinado para aprenderlo; sino que el estudiante necesitará tomar notas en clases, hacer esquemas de síntesis, teatralizar lo que está estudiando u otras tantas actividades en pos de lograr aprehender un tema. Los neurocientíficos dicen: “hay que convencer al cerebro que tiene que aprender”, lo mismo que le decimos a los alumnos cada vez que podemos: “es necesario leer, releer, comprender y memorizar lo aprendido”

Más allá de polemizar acerca desde dónde provienen los aportes, creo que es fundamental rescatar aquello que puede mejorar los procesos de enseñanza y aprendizaje en la escuela para que no sigan los estudiantes desgranándose del sistema educativo.

Recatar las emociones en el aula, enseñar a valorizarlas y reconocer cuando estamos alegres, tristes o enojados, es necesario, no sólo para aprender mejor, sino para  optimizar la convivencia  dentro y fuera de la escuela. Estimular la dedicación y el esfuerzo, en vez de hacer hincapié en la capacidad personal o en la inteligencia, genera mejores logros en la escuela. El halago es más efectivo cuando se dirige a los procesos porque construyen confianza en uno mismo y persistencia para enfrentar nuevos desafíos.

Planificar experiencias multisensoriales en el aula para estudiantes insertos en las múltiples pantallas y acostumbrados a la interactividad permanente, es fundamental para romper con los viejos estereotipos de la escuela: un docente que sabe, un alumno que escucha sentado y quieto y luego repite un saber acabado y ajeno a él.

Es bueno no coincidir con todo lo nuevo y debatir algunas definiciones con las que no se acuerda. Sin embargo, reconocemos que se necesitan nuevas lecturas y aportes para pensar otras formas de estar en la escuela. Si pretendemos formar sujetos  libres y felices, es necesario educarlos con una mirada abierta a un mundo dinámico y complejo.