Una novela como un viaje. Un recorrido a caballo en el marco de una guerra sangrienta. El valor humano, las contradicciones, el exterminio de gauchos y pueblos originarios en el tránsito hacia la modernidad son algunos matices del relato del escritor rosarino Marcelo Britos que el jueves 26 de noviembre a las 19.00 presenta su novela  en Homo Sapiens: “A dónde van los caballos cuando mueren”.

Britos nació en Rosario, el 1º de mayo de 1970 y publicó los libros de cuentos: Los Dogos (2004), Alexandria (2007), Como alguien que está perdido (2011), y El último azul de la noche (2013). En el año 2010 obtuvo el Primer Premio en el Certamen Municipal de Novela “Manuel Musto”, con su trabajo Empalme (2010). En el 2013 ganó el Premio “Sor Juana Inés de la Cruz” otorgado por el Estado de México, con su novela “A dónde van los caballos cuando mueren”. Y ahora llegó el momento de presentarla en su ciudad. Rosario Plus dialogó con el escritor antes de la presentación.

¿Por qué narrar una historia enmarcada en la Guerra del Paraguay?

Como tantas otras cosas que forman parte del proceso creativo, el tema llegó casi por casualidad, quizá con la atención en otros proyectos. En el 2010, en ocasión del Bicentenario, la idea fue discutir algunos hitos históricos, sobre todo aquellos en donde pudiera evidenciarse el rol de la sociedad civil, como la dictadura, o la guerra de Malvinas. Bien, ahí surgió la inquietud de leer e investigar sobre una guerra prácticamente silenciada por el relato de la historia, al menos en los planes de estudio escolares y en los protocolos oficiales. Una vez allí adentro, en el laberinto político y en las consecuencias nefastas de esa guerra –sobre todo en Paraguay-, fue muy difícil salir, fue muy difícil no sentirse atraído por un conflicto que terminó por definir un perfil de Nación, más identificado quizá con el sueño de la generación liberal, con todos los reparos que uno puede tener con esa visión. De todas formas, es justo decir que la novela no es sólo sobre la Guerra de la Triple Alianza, sino también sobre los años que marcaron el paso de la Argentina hacia la modernidad, es decir, ese “afán” civilizatorio que incluía no sólo la ocupación de un espacio o un desierto (como todos imaginaban que era) sino además la exterminación de gauchos, y de pueblos originarios, y la distribución de esas tierras entre militares y familias patricias, además de la supremacía de Buenos Aires sobre el resto de las provincias. 

La novela es una especie de “roadmovie”, un camino de regreso. ¿Cómo trazaste ese viaje?

Sí, sin duda. Siempre me interesó ese tipo de modelo narrativo. Allí está la huella de otras grandes novelas que marcaron mi vida de lector y por supuesto mi oficio. Viaje al fin de la noche, de Ferdinand Céline, y Meridiano de sangre de Cormac McKarthy, son dos obras que no sólo están atravesadas por un viaje, sino que además configuran la idea de que la vida de los hombres también es un viaje, un segmento del que sólo conocemos los extremos. Recuerdo también ese concepto de Kordon, el de la “manía ambulatoria”, la pulsión de buscar la aventura, de movernos para que algo cambie, no contra la imposibilidad del movimiento (algo imposible para el género humano), sino contra la idea de que nada puede cambiar. En A dónde van los caballos cuando mueren creo que no hay tal regreso, es en definitiva el último viaje de un hombre por ese país que está transitando a su vez su último paso a la modernidad, al embrión de lo que somos hoy, un país desmembrado y desparejo, un país con una enorme pulsión de muerte y desmemoria.

Existe una analogía entre una guerra sangrienta y la consolidación de un modelo político neoliberal. Después de los resultados de las elecciones del domingo ¿Se lee esta historia de otro modo?

El prólogo escrito por Hernán Ruiz, un colega a quien admiro profundamente, habilita esa clave de lectura, que por supuesto comparto. De todas formas hay que tener cuidado con la historia, es un territorio que suele ofrecer marcas que fácilmente pueden terminar en interpretaciones tendenciosas. Los procesos históricos nunca son idénticos, pero pueden ser parecidos. En la literatura, como bien decís, es posible ensayar lecturas que pueden interpelar el presente a partir de una mirada del pasado. Esa guerra fue, además de genocida y atroz como toda guerra, un escenario en donde de alguna manera se enfrentaron también dos modelos de desarrollo completamente distintos: uno parado sobre el umbral del capitalismo moderno, y otro montado en la idea de un país industrializado e independiente en lo económico y lo político. Si bien aquellos que se dedican a estudiar la historia hoy reniegan de esa postura binaria, hay datos innegables que agregan ese condimento global a la guerra, más allá de los conflictos de frontera, que a la vista de los hechos parecen insuficientes como motivo. Más allá de todo esto, la historia de Mariano de Orma, el médico desertor que emprende ese viaje, es una metáfora para discutir las grietas del presente, para poner en limpio, sin contrastes, un país en el que conviven muchos países, algunos de ellos atados a las tradiciones más reaccionarias y atávicas; ya no habrá degüellos en las calles de tierra, pero si ajustes y políticas de estado que matan gente, siempre la misma gente. Una nota en el diario La Nación, el lunes posterior al ballotage, no hace más que confirmar la existencia de esa ratio oculta y acechante. 

Es interesante también destacar la figura del desertor. Si hay un término connotado de forma negativa es ese, pero hay que ver quiénes son los que connotan. Frente al horror de la guerra, y después también frente a los motivos de los bandos, el desertor es más un sujeto pensante, rebelde y valiente, que decide hacerle la guerra a la misma guerra. ¿Es un traidor el desertor de las filas del ejército italiano, que decidió no pelear en favor del fascismo?¿Es un traidor el gaucho del interior que se negó a pelear por Mitre contra el pueblo paraguayo? Y hablando de las metáforas del presente. ¿Es un traidor el que decide votar en contra en la derecha, aun perteneciendo a un partido otrora de centroizquierda, que abiertamente la apoya? 

Fuiste ganador del certamen Sor Juana Inés de la Cruz otorgado por el gobierno del Estado de México ¿Qué destacó el jurado al conceder el premio por la novela?

Es un poco incómodo responder eso, habría que preguntarle al jurado. Lo único que puedo decir es que México se ha convertido en una plaza importante para la literatura argentina, un mercado de promoción y de difusión de la literatura hispanoparlante como no hay en toda Latinoamérica. No es casual, los editores argentinos que se fueron durante los 60’ y 70’ tienen que ver también con este fenómeno. Nosotros felices de que sea así, claro. México ha pasado a ser mi segundo hogar en este oficio, no creo que me hayan tratado igual en otro lugar, además de mi propia ciudad. No me considero un escritor rosarino, sino un autor que escribe para quien quiera leerlo, ya sea a la vuelta de casa, o en China, pero es verdad que me siento muy cómodo en Rosario, no tanto en Buenos Aires. Aunque los amigos de Aurelia Rivera –la editorial que decidió editar la novela- me está enseñando la calidez porteña de golpe.