Omar Perotti ganó las elecciones a gobernador del domingo, principalmente en Rosario, donde resultó el candidato individualmente más votado y no sólo teniendo en cuenta la categoría. Aquí Miguel Lifschitz, que todo acredita hizo una buena elección para diputados provinciales, ni figura entre los cinco más votados en la ciudad.

De esta manera, el peronismo también da vuelta una vieja creencia reutemista que tiene sello de autor del Chango Funes: con un puñado de votos en Rosario, alcanza para quedarse con la Casa Gris. Bueno, ya no es así.

El  electorado santafesino dió al menos dos mensajes claros: castigó todo lo que tuviera color amarillo o estuviese cercano al macrismo y confirmó lo que ya le había avisado al socialismo en la interna: quería un cambio de caras, una renovación. Y finalmente, el contexto nacional de "ola" peronista terminó por darle el empujón que les faltaba a los candidatos del peronismo. Un peronismo que, lejos de lo que pregonaron durante toda la campaña sus detractores, no es el mismo de los '80 ni de los '90. Es otro peronismo, cambiado por el kirchnerismo, aggiornado a estos tiempos, con un candidato competitivo y lejano a las más reconocidos rasgos negativos del partido fundado
por Juan Perón. 

Perotti era el candidato para estos tiempos, el rey de la mesura que da un paso detrás de otro y que nunca corre. Pero que extiende así sus posibilidades electorales. No es una estrategia, es
esencia pura.

"Hace dos años tuvimos que esquivar la ola amarilla y lo logramos por poco. No pudimos con esta nueva ola, con la peronista que vino con fuerza", reconocía ayer off de record un alto dirigente socialista que el próximo 10 de diciembre se va a la casa.

Perotti sorteó con mucho éxito la desconfianza que despertaba en los sectores más caracterizados del kirchnerismo y también pudo sobrevolar las críticas que ese posicionamiento despertaba en el viejo voto reutemista que había migrado en 2011 a Miguel del Sel que fue candidato de Mauricio Macri en Santa Fe.