Con el triunfo de Angela Merkel casi asegurado, la gran incógnita de las elecciones en Alemania es cuánto crecerá la extrema derecha y si la canciller tendrá que reeditar la coalición con sus rivales socialdemócratas, lo que convertirá a la racista Alternativa para Alemania (AfD) en el principal partido de la oposición. En apenas cuatro años, la nueva opción electoral de la derecha xenófoba y ultranacionalista de Alemania se anotó una victoria tras de otra, ninguna monumental, pero todas acumulativas. 

Hoy la AfD tiene diputados en 13 de las 16 Legislaturas regionales y, según las últimas encuestas, se perfila como la tercera fuerza del parlamento federal con una intención de voto del 13%, muy por encima del umbral del 5% necesario para ingresar. Si este pronóstico se confirma, por primera vez en 56 años, la extrema derecha alemana tendrá voz y banca en el Reichstag, el parlamento de donde surge el gobierno. Este hito no se vive con normalidad en el país, que aún sufre por las heridas y el estigma que provocó el régimen nazi.

"Si somos desafortunados, estas personas enviarán una señal de insatisfacción que tendrá terribles consecuencias", advirtió recientemente el vicecanciller y líder socialdemócrata, Sigmar Gabriel, en referencia a los alemanes que se sienten abandonados por el Estado y podrían votar por la AfD. "Entonces tendremos nazis de verdad en el Reichstag alemán por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial", agregó.

La AfD fue fundada hace cuatro años por un grupo de economistas y académicos que rechazaban al euro como moneda única de gran parte de la Unión Europea y los planes millonarios de salvataje que, con Alemania como principal contribuyente, buscaban controlar y redirigir las economías de los países en crisis en el sur del continente, principalmente Grecia. Sin embargo, con la llegada de las primeras oleadas masivas de refugiados desde los lugares más violentos y pobres de Medio Oriente, África y Asia Central en 2014 y, especialmente, 2015, el joven partido viró hacia una plataforma electoral centrada en un mensaje islamofóbico, anti-inmigrante y abiertamente racista. 

"No lamento haber fundado AfD, lamento en lo que se ha convertido", repitió más de una vez en los últimos años el economista Bernd Lucke, cofundador del partido. Pero la AfD no es simplemente la caricatura racista y neonazi que muchos medios describen. Sus dos candidatos de cabecera en esta elección son Alexander Gauland, un desencantado ex miembro del partido conservador de Merkel de 76 años que durante la campaña instó a los alemanes a estar "orgullosos" de lo que hizo el Ejército durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y una economista y empresaria de 36 años, Alice Weidel, que vive con su pareja, una inmigrante de Sri Lanka, con la que tiene dos hijos. Mientras que la cara racista e islamofóbica de la AfD es la más destacada por la prensa y las otras fuerzas alemanas, su base electoral es mucho más variada e incluye a ciudadanos que hacía años no participaban de una elección federal -el voto es optativo- y otros que se declaran desilusionados con los partidos tradicionales. 

Entre los temas que más los moviliza a votar está la afirmación de la AfD de que la llegada de más de 1,3 millones de refugiados en los últimos dos años y medio pone en peligro el cada vez más reducido Estado de bienestar, asfixia el mercado laboral y atenta contra los valores cristianos occidentales; tres premisas que no se sustentan en ningún dato real e, inclusive, son desmentidas por la realidad actual y pasada. Pese a mentir sobre sus causas, el discurso de la AfD pone de relieve problemas sociales y económicos reales, y eso lo vuelve atractivo para muchos ciudadanos que hace tiempo no se sienten interpelados por los grandes partidos en el poder. 

Todos los sondeos anticipan un triunfo de la Unión Cristiano Demócrata (CDU) de Merkel, quien rondaría el 35% de los votos y aventajaría por unos 15 puntos al Partido Socialdemócrata (SPD). La AfD no dominará el parlamento federal alemán en esta elección ni mucho menos -los pronósticos más optimistas le otorgan hasta 70 de las 598 bancas-, pero su ingreso no será sólo simbólico. Primero, si los liberales del FDP no cumplen con las expectativas creadas por los sondeos y si, por lo tanto, la mejor opción de Merkel es reeditar la coalición de gobierno con sus rivales más inmediatos, los socialdemócratas -como pasó hace cuatro años-, el partido de extrema derecha, la tercera fuerza nacional según las últimas encuestas, se convertirá también en la primera de la oposición. Si esto sucede, la AfD obtendría el control de la estratégica comisión de Presupuesto de la cámara baja, según las costumbres parlamentarias, o sería la bancada responsable de responder luego de cada comparecencia de la canciller en el Reichstag. Su rol institucional sería ineludible. Además de esta legitimación institucional, el partido de extrema derecha también ganará recursos económicos. El parlamento federal destina una partida presupuestaria para cada uno de sus miembros para que puedan contratar a sus asesores, entre tres y cuatro personas. En otras palabras, si el 13% de los votos pronosticado por las últimas encuestas se confirma, la AfD pasará a tener una voz constante dentro del hemiciclo donde se discute las principales políticas de Alemania y, además, fondos para fortalecer su aparato partidario.

Hasta ahora, la AfD, con 28.000 afiliados, contaba con un presupuesto de 6 millones de euros, compuesto en un 40% por fondos estatales, casi un 30% por donaciones privadas y el resto por cuotas de los militantes. Con más fondos y una caja de resonancia institucional, la extrema derecha no se convertirá en un partido masivo de la noche a la mañana. Pero una fuerza pequeña no necesita ser mayoría para influir en el debate político de un país y hasta ayudar a cambiar el rumbo nacional, como lo demostró el UKIP, el partido xenófobo y euroescéptico británico que impulsó la campaña a favor del Brexit.