Los chicos tienen entre 19 y 24 años. Trabajan y estudian. Desiré es empleada en un bar y cursa segundo año de Psicología. Sasha es técnico electrónico. Martín se gana unos pesos como profesor de arte marciales. Cristian, otro integrante del grupo, trabaja en un local de repuestos de autos. En los ratos libres, salen y se divierten como cualquier joven de esas edades.
El jueves a la noche se reunieron en el Parque Scalabrini Ortiz, un habitual punto de encuentro. Ya de madrugada, siete de ellos decidieron ir comer y a tomar algo al carrito de las Cuatro Plazas. El plan se transformó en el peor de los calvarios.
Un grupo de policías irrumpió a los gritos y portando armas. Los insultaron y golpearon. A uno de los chicos le dispararon un balazo de goma en la pierna. Luego se los llevaron detenidos a la Comisaría 14. Los apremios continuaron durante horas. Los jóvenes recién fueron liberados a las 19 del viernes.
“Lo que pasó fue muy grave. Pero hay muchísimos de estos abusos que no se conocen porque la gente no se anima a denunciar. Cada vez hay más casos. El contexto es muy preocupante”, explicó Julia Giordano, abogada de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, quien tomó el caso en representación de todas las víctimas.
La letrada puso como ejemplo una reciente denuncia con características muy similares. En enero, dos mujeres, madre e hija, sufrieron los mismos apremios: fueron detenidas, agredidas y humilladas en una dependencia policial por filmar e intentar impedir un operativo ilegal en zona norte.
La investigación de lo ocurrido el viernes está en manos de la fiscal Karina Bartocci, de la Unidad de Violencia Institucional, quien este lunes recibió un legajo que comenzó su colega Fernando Dalmau.
El inicio del expediente también es materia de investigación. Dalmau recién fue notificado de la situación a media mañana, varias horas después de las detenciones. “La policía debe notificar una detención a Fiscalía inmediatamente. Acá esto no sucedió. Fueron los amigos y las familias de los chicos los que dieron el aviso al no tener noticia de ellos”, detalló Giordano.
La abogada cuestionó también el trabajo de Dalmau por no haber tomado las medidas que ameritaba el caso, como el pedido de detención de los policías involucrados, el secuestro de sus celulares o la búsqueda de pruebas dentro de la comisaría.
El fiscal solo dio aviso a Asuntos Internos y “se desentendió del caso”, a juicio de Giordano, quien, por ejemplo, tuvo que insistir para que se cambiara el lugar del examen médico. Los jóvenes iban a ser revisados en la propia comisaría. Finalmente fueron atendidos por funcionarios del Instituto Médico Legal. El resultado de esa pericia será vital para el devenir de la investigación.
La fiscal Bertocci espera también el informe de Asuntos Internos. Con esas dos pruebas debe resolver si imputa a los policías involucrados. Sí está confirmado que ninguno de los jóvenes tenían antecedentes penales.
Por lo pronto, ninguno de los policías acusados fue citado a declarar, ni tampoco pasado a disponibilidad.
Los detalles del calvario
Rosarioplus.com dialogó con dos de los chicos que integran este grupo de amigos. Contaron lo sucedido con lujos de detalles. Pero pidieron mantener el anonimato. Tienen miedo por futuras represalias. “Seguimos asustados, nos cuesta dormir. No podemos entender lo que pasó”, admitieron.
Están acompañados desde que salieron de la comisaría. Ninguno se mueve solo. “Hasta el viernes que nos pasó esto uno veía un patrullero en la calle y le daba cierta seguridad. Ahora la sensación es inversa. Hay que cuidarse hasta de la policía”, afirmó uno de los chicos. Y agregó: “Es difícil que volamos a juntarnos en una parque o en una plaza. Nos reuniremos en casas a partir de ahora”.

Los testimonios son coincidentes. La pesadilla comenzó veinte minutos después de que llegaran a las Cuatro Plazas. Desiré y su novio se fueron en moto al kiosco abierto más cercano. Un patrullero los empezó a seguir sin luces ni sirena. El móvil los encerró cuando regresaron, cuando se unieron a sus compañeros.

Enseguida llegaron más policías. Todos desenfundaron sus armas. A Desiré la metieron de los pelos en uno de los autos. Sasha quiso interceder. Recibió un culatazo y un disparo de goma en una de sus piernas. Intentaron explicar que no estaban haciendo nada malo, pero fue en vano. A los gritos e insultos los metieron a todos en los patrulleros.

Los chicos creen que la policía buscaba a otro grupo de jóvenes. Había más gente en la plaza a esa hora de la madrugada. Los acusaban de vender droga y de “pudrir el barrio”.

En la seccional 14 siguieron los apremios. A Sasha le cortaron las rastas. A otro de los chicos lo desnudaron por completo. “Se van a comer dos años acá adentro, mejor relájense”, repetían los policías con sarcasmo.

Los insultos y golpes cesaron cuando advirtieron que ninguno de los chicos tenía antecedentes penales. “Los escuchábamos cómo hablaban entre ellos, dudaban sobre si se deshacían de las rastas que habían cortado, se pasaban facturas entre ellos por habernos detenido”, contaron las víctimas.  

Este intento de “tapar la macana” fue lo que estiró la estadía de los chicos en la comisaría y el aviso tardío a Fiscalía. “Hicieron 20 actas distintas, no sabían qué poner”, señaló la abogada Giordano.   

Recién con la intervención del Servicio Público de la Defensa y la notificación a Fiscalía de lo que estaba pasando, los chicos fueron liberados. Se volvieron a sus casas con la mitad de sus pertenencias. “Se quedaron con casi toda la plata que llevábamos. Poco nos importó. A esa altura solo queríamos irnos”.