Las transformaciones radicales de los recintos sagrados en la provincia de Quebec, en Canadá, muestran el declive drástico del cristianismo en el país del norte. La provincia supo ser en los años 50 de mayoría católica, con una asistencia del 95 por ciento de la población a las misas que se celebraban en los distintos templos. Hoy solo lo hace el 5 por ciento de sus habitantes. 

Este pronunciado descenso en el número de personas que asisten a la iglesia, junto con los altos costos de mantenimiento, generó que grupos patrimoniales, arquitectos y la Iglesia misma piensen de manera creativa con el fin de conservar edificios históricos que están en riesgo de ser clausurados o demolidos. La solución fue transformar los espacios en recintos de esparcimiento: restaurantes, bares, spas, teatros. Hasta abril, se habían cerrado, vendido o transformado 547 iglesias en Quebec, según el Consejo del Patrimonio Religioso de Quebec.

El declive en la práctica del catolicismo no es sin causa. La Iglesia también en Canadá se opuso al divorcio, censuró libros y acosó a las mujeres para que tuvieran hijos. También se opuso al aborto que en la actualidad es legal, sin limitaciones por ley, se practica a petición de la mujer y no tiene límites de gestación. Además, se practica en hospitales públicos y es gratuito.

En la década de los sesenta toda una generación se rebeló ante el conservadurismo católico, un periodo conocido como la Revolución Silenciosa y a partir de ese momento el declive ha sido imparable. 

St-Georges, de 54 años, cuenta que él nació porque el sacerdote local le insistió a su madre para que tuviera un hijo más, aunque ya tenía nueve hijos y estaba enferma. La mujer murió poco después del parto. “El clero cruzaba la línea de la vida privada de las personas, así que la gente se rebeló”, dijo, y señaló que aunque trabajaba en una antigua iglesia, ya no asistía a las misas.

Gérard Bouchard, un historiador y sociólogo eminente de la Universidad de Quebec en Chicoutimi, señaló que subvertir de manera lúdica la función original de las iglesias es el resultado de una desconfianza más profunda en la autoridad religiosa. “El feminismo es muy fuerte aquí y la gente recuerda lo que la Iglesia les hizo a sus madres y abuelas”, comentó.

Los funcionarios de la Iglesia católica de Quebec dijeron que la remodelación de las iglesias era un asunto de demografía y pragmatismo económico, aunque reconocían que a menudo se sentían descorazonados al respecto. “Hay tristeza cuando una iglesia se clausura o se transforma, pero debemos aceptar la realidad”, dijo Christian Lépine, el arzobispo de Montreal.

La realidad es que en la actualidad cientos de recintos se desacraliza y pasan a manos privadas, sin que las autoridades religiosas pueden siquiera controlar cómo se utilizarán.