En el mundillo de la crítica cinematográfica se observa con mucho desdén la falta de historias originales que llegan a la pantalla. Basta con ver el trailer del Regreso de Mary Poppins para entender de qué hablan, e inmediatamente plantarse en contra de esa tesitura.

Las artes, el cine es el séptimo y último de ese catálogo, están para despertar emociones. Y si alguien ve Mary Poppins y no se deja llevar por el lisérgico tobogán de estímulos que planteó hace más de 50 años la primera adaptación de Disney (que tampoco fue muy original, porque era un libro de Pamela Lyndon Travers, la J.K Rowling del siglo pasado), que se lo lleve el diablo. Tristeza por aquellos que una crisálida ferrea les ha  cubierto el cuerpo, y no les permite a sus poros erijirse en forma de piel de gallina. Que se despeguen lágrimas de sus ojos. Que sus corazones se aceleren. Un cuando enfrente, en la pantalla, se sucedan las actuaciones, melodías e imagenes más maravillosas.