Esper Elena Milo tiene 90 años, es una rosarina hija de italianos y trabaja en varios emprendimientos. Para ella, la experiencia del Covid 19 no es tan novedosa: recuerda el tifus, la fiebre amarilla, la viruela, el ébola, el cólera, y hace muchos menos años, la gripe A Influenza.

“Mi papá Celestino tuvo tifus cuando yo tenía cinco años, y recuerdo que durante un mes no lo podíamos ver para no contagiarnos. Encerrado en su habitación, contaba con enfermeros que le cambiaban los paños de agua helada a cada rato porque hervía de fiebre”, cuenta a Rosarioplus.com sobre sus recuerdos de juventud.

Gracias a la verdaderamente sana costumbre de lavarse mucho las manos, que aprendió de muy pequeña, no lamentó que ninguna peste se llevara a sus seres queridos.

Elena es la hija menor de 10 hermanos que tuvo Celestino con Mercedes Aurora, y recuerda que en su casa, a pesar de ser muchos y tener un patio con huerta, siempre era importante la limpieza. “Hoy que nos dicen que nos lavemos las manos todo el tiempo, para mí es lo normal, porque mi madre siempre nos hacía lavarnos, y seguro que gracias a eso ninguno tuvo nunca el contagio de ninguna peste, sólo alguno con sarampión”, aseguró.

En su época no era tan sabida la importancia de los sanitizantes, nunca hubo barbijos, y las únicas vacunas que existían eran las de neumonía y sarampión. Sin embargo Mercedes Aurora instaba a que cada vez que sus hijos tocaban algo, se lavaran, y así se ligaban algunos retos: “A la hora de la siesta, con mi hermana nos subíamos a los árboles para sacar alguna fruta, y no entendíamos por qué el enojo tan grande de mi madre al ver que no las lavábamos antes de comerlas”.

En el patio de su casa de calle Entre Ríos, Elena recuerda que tenían naranjos, parrales, ciruelos, higueras y un limonero. “Ahí criábamos gallinas, cocinábamos en el horno de barro, y teníamos huerta con hierbas, de donde sacábamos para cocinar o sahumar”, recordó con nitidez. Justamente los sahumos eran para la familia Milo el modo de limpiar los roperos y las habitaciones, “poniendo hojas de eucaliptus, algarrobo, limón y azúcar”.

Si bien ya se limpiaban los pisos con cloro y creolina, aún no existía el alcohol en gel, pero Elena recordó que “todos los inviernos nos ponían para evitar algún contagio una barrita de alcanfor en la ropa, que era nuestro alcohol en gel, y así íbamos a la escuela perfumados”.

La joven Elena tuvo conocidos que murieron de tuberculosis y vecinos del barrio que padecieron la fiebre amarilla aunque no murieron. “Perdimos gente de todas las edades, mi tía estuvo muy mal con tuberculosis pero por suerte mejoró y no contagió a nadie”, puntualizó.

Las gripes se curaban con las hierbas, con vahos de ambay, miel y eucaliptus, y Elena ahora se sorprende cuando mucha gente vuelve a la medicina natural que “es mas vieja que yo”. La de aquel entonces, del 1930, era una vida sana y mas tranquila.

Celestino Milo era un joven inmigrante, venía del pueblito San Marco La Catola, cerca de Nápoles, y le arreglaron el casamiento con Mercedes, de 17 años, cuando aun ni se conocían. “Hoy eso sería impensado, pero por suerte ellos se quisieron y fueron felices juntos”, destacó la hija menor, quien recuerda su infancia familiar como "muy feliz".

Como el hombre sólo hablaba italiano, esa fue la lengua madre en el hogar, y en el barrio cuando salían todos los hermanos se decía “ahí van los italianitos”.

Claro que entonces no había electricidad, y como tampoco era grave la inseguridad, los chicos jugaban a toda hora en la calle: “Mamá se sentaba en la vereda con la madre de los vecinitos Solari (la familia futbolera), y nosotros jugábamos en el campito a la luz de la luna”.

La joven nonagenaria en cuarentena

Si bien Elena ya vivió experiencias de infancia con pestes como tifus, ébola y fiebre amarilla, esta pandemia es la primera en ser verdaderamente estricta con las condiciones de higiene y de aislamiento obligatorio. Y aunque muere de ganas de volver a salir a encontrarse con toda su familia, trabajar en la cooperativa o participar de los talleres de vitreaux y de arte, ella cumple a rajatabla con el encierro.

“Hace dos meses y medio que ya estoy guardada, y sólo bajé una vez para ponerme la vacuna de la gripe en la farmacia de al lado, y cuando volví puse a lavar toda la ropa y me bañé”, contó con orgullo.

Mientras espera que pase el temblor, Elena lee de a ratos sus libros, teje y cocina casero para sus nietas que se quedan viviendo con ella. “A veces pongo música y bailo, disfruto del balcón, porque en la vida hay que disfrutar hoy, y tener el autoestima alta para vibrar alto. Claro que un poco me canso de esta pandemia: bichito andate un poquito, que yo soy muy activa, y cuando vuelva a salir, voy a volver a producir mermeladas con mi hija y mi nuera y el fernet con mi hijo, y a amasar las galletas de avena y mascabo, para vender en la cooperativa”, se prometió.