El 15 de diciembre del año pasado Netflix estrenó Wormwood (término inglés para “ajenjo”, que en los textos bíblicos es metáfora de amargura), una serie documental de seis episodios dirigida y creada por el veterano realizador Errol Morris. Wormwood, además de ser uno de los mejores documentales acerca de cómo se crean mentiras para proteger secretos de estado, es también una serie (o un extenso docudrama, como se dice en inglés) sobre una persona, Eric Olson, el hijo de una de las víctimas de los secretos de la CIA en los 50, cuando la central de inteligencia estadounidense desarrollaba proyectos de interrogación y control mental al tiempo que impulsaba una guerra bacteriológica en Corea.

La serie documental no sólo explora las circunstancias en las que murió Frank Olson, quien el 28 de noviembre de 1953 cayó o saltó desde la ventana de la habitación 1018 A, en el décimo tercer piso del Statler Hotel en Nueva York a las 2.33 de la madrugada. Cuando la noticia le llegó al pequeño Eric Olson, oyó que su padre se había arrojado o había caído al vacío y había muerto. Desde entonces el hijo reconstruyó su propia versión de los hechos y llegó a una conclusión que de algún modo se refrenda en la serie, aunque nadie llegue a enunciarlo: Frank Olson, un científico que trabajaba en el programa secreto de armas biológicas en Fort Detrick, Maryland –una instalación de investigación militar de los Estados UNidos–, involucrado también en dos programas secretos de la CIA –uno, llamado en código Artichoke, desarrollaba técnicas especiales de interrogación; el otro, llamado MKUltra, trataba de experimentar con métodos de control mental, incluido el uso de LSD–, fue asesinado esa madrugada, aunque ronda la duda: ¿un experimento de control mental salió mal?, ¿lo mataron o fue una ejecución? Errol Morris también recrea los últimos diez días de la vida de Frank Olson.

El 12 de enero pasado, en el sitio del semanario de izquierda estadounidense Counter Punch, George Burchett, un artista que vive en Haití, publicó un artículo en el que une la serie documental de Morris con el recuerdo de su padre, el periodista australiano Wilfred Burchett*, quien gozaba de un enorme prestigio en los '50 tras cubrir la Segunda Guerra y después de ser el primer cronista occidental que reportó los devastadores efectos de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, entre otras coberturas de guerra memorables.

George Burchett reconoce en el primer episodio de la serie una fotografía del año 1952 en la que su padre aparece en un extremo de una mesa, con camisa blanca, durante una conferencia de prensa ofrecida en conjunto por autoridades coreanas y chinas tras la captura de Kenneth L. Enoch y John S. Quinn, dos aviadores estadounidenses quienes habían admitido haber arrojado bombas bacteriológicas en un raid sobre el frente de guerra coreano.

“Déjenme que congele este momento histórico –escribe George Burchett– en el que dos narraciones convergen desde lados opuestos de la Guerra de Corea y de la Guerra Fría. Mi padre, el periodista Wilfred Burchett, fue acusado por el establishment conservador australiano de inventar la historia de la guerra bacteriológica, de torturar a prisioneros de guerra aliados, incluidos australianos, para lavarles el cerebro y extraer confesiones. Fue acusado de traidor y se le negó la ciudadanía australiana durante 17 años. Estas acusaciones se repiten hasta el día de hoy. Lo que es seguro es que informó sobre el conflicto desde el lado norcoreano-chino. Cuando se anunciaron las negociaciones de alto el fuego de la Guerra de Corea en julio de 1951, se encontraba en China recogiendo material para un libro (…). Entre muchas otras historias, también informó e investigó las denuncias hechas por los chinos y norcoreanos de que los Estados Unidos habían utilizado la guerra bacteriológica. Así como fue el primero en informar sobre los efectos de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima, y así como fue uno de los primeros en acusar a los Estados Unidos de utilizar defoliantes químicos en Vietnam, hechos que nadie niega ahora. La mayoría de la gente oyó hablar del agente naranja y sus devastadores efectos sobre los humanos y el medio ambiente. Pero el uso de armas bacteriológicas en Corea sigue siendo un tema controvertido”.

Y agrega: “El sujeto de Wormwood, Frank Olson, estuvo involucrado en interrogatorios secretos de la CIA y experimentos de control mental. También estaba trabajando en programas de guerra bacteriológica para los militares de Estados Unidos en Fort Detrick. Como dice Eric Olson en la serie: ‘Esta fusión de cosas, armas biológicas por un lado, operaciones encubiertas por el otro, fue lo que unió a Fort Detrick y la CIA. Y mi padre estaba en el centro de eso. Podría decirse que estuvo en el lugar más peligroso de toda la Guerra Fría’”.

George Burchett concluye: “El científico Frank Olson, que trabajó en el desarrollo de armas biológicas para los militares estadounidenses y los programas secretos de interrogatorio y control mental para la CIA, estaba convencido de que los Estados Unidos estaban llevando a cabo una guerra con bacterias en Corea. Estaba tan atormentado por esto que la CIA temía que revelara sus secretos más oscuros. Y lo mataron. Lo arrojaron por una ventana y afirmaron que era un suicidio. Hasta el día de hoy el gobierno de los Estados Unidos minimiza las acusaciones de guerra bacteriológica como propaganda comunista. Algunos estudiosos sostienen que Stalin, Mao y Kim Il-sung inventaron el ‘engaño’ de la guerra bacteriológica para socavar la imagen de los Estados Unidos y sus aliados a los ojos de la opinión pública mundial”.

Wormwood –que toma su nombre de una cita del Apocalipsis (8; 10 y 11)– muestra en seis episodios los ribetes más domésticos de una trama que hemos visto en cientos de ficciones, entre ellas la serie Stranger Things, que fantasea y actualiza las revelaciones hechas al Congreso estadounidense a fines de los 70 sobre los proyectos secretos de la CIA como el MKUltra.

Es también una de las pocas narraciones que podemos ver en estos días en la que el legado paterno supera la deuda que deja su muerte.

* El realizador David Bradbury estrenó en 1981 un documental sobre Wilfred Burchett titulado Public Enemy Number One (“Enemigo público número uno”), que lo reivindica, muestra la demonización que se hizo de él en Australia y, sobre todo, celebra su trabajo como periodista interesado en revelar la verdad. Allí interroga: “¿Puede una democracia tolerar opiniones consideradas subversivas para sus intereses nacionales? ¿Hasta dónde puede llegar la libertad de prensa en tiempos de guerra?” Para apreciar la grandeza de Burchett cabe señalar que en 2011 Vietnam celebró el centenario del periodista –murió en Bulgaria en 1987– con una exhibición en el Museo Ho Chi Minh Museum, en Hanoi.