"Los ganadores son simplemente aquellos que están dispuestos a hacer cosas que no harán los perdedores". La frase corresponde a Million Dollar Baby, la película de Clint Eastwood producida en 2004, mismo año en que Gabriel Heinze se colgó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas con Marcelo Bielsa en el banco. El Gringo sin dudas entra en la categoría de esos que no se achican y ahora el fútbol vuelve a ofrecerle un desafío de riesgo. Acá un repaso de su breve pero intensa carrera como entrenador.

A mediados de 2015, un año después de su retiro con la camiseta rojinegra, Heinze se estrenó como entrenador en Godoy Cruz de Mendoza, lejos de las luces de Rosario y la Capital Federal. Aquella primera experiencia no fue la esperada desde lo numérico (ganó dos, empató dos y perdió seis) pero sirvió para empezar a conocer a un DT de perfil ofensivo e ideas diferentes.

El Gringo fue a buscar revancha a otra categoría. Y vaya si la tuvo. Hace poco menos de dos años Heinze ascendió a Primera División con Argentinos Juniors y fue allí donde se ganó las primeras ovaciones de la hinchada. “Me putearon tanto, y nunca me quebraron, que ¿por qué les voy a creer los elogios?”, declaró por entonces para empezar a mostrar, también, una personalidad desafiante a la hora de encarar los micrófonos.

“Ellos se merecen el crédito y de ellos se tienen que sentir orgullosos. Gracias a mis jugadores sigo en el cargo, gracias a ellos ahora dicen que soy buen técnico cuando hace un año era muy malo”, declaró el ex Real Madrid y Manchester United cuando devolvió al Bicho a la máxima categoría del fútbol argentino.

Más allá del ascenso, aquel equipo es recordado por su juego, tal vez lo más difícil de conseguir en un deporte que solo pide resultados. El Argentinos de Heinze atacaba sin parar con jóvenes valores que luego se consolidaron. Fue le Gringo quien se la jugó por Alexis Mac Allister (hoy vendido a la Premier League) y Esteban Rolón (en Genoa) para forjar un equipo al que quitarle la pelota era cosa muy difícil, cuestión meritoria en una categoría donde habitualmente es muy difícil jugar sin ser golpeado.

“Sin intensidad no se puede jugar al fútbol, así lo veo yo”, repite Heinze cuando tiene la ocasión. Y sus jugadores parecen entender el mensaje y se animan a aplicarlo independientemente de cuán grande sea la presión por ganar, esa que a muchos los lleva inconscientemente a refugiarse demasiado cerca del arco propio.

La siguiente parada del Gringo fue Liniers, o se podría decir que la Villa Olímpica que Vélez tiene para sus entrenamientos en el oeste del Gran Buenos Aires. En ese predio Heinze pasó las horas y los días hasta conseguir que sus jugadores se animasen a pelear por escaparle al descenso con ideas ofensivas.

En un 4-3-3 o con un 3-4-3, Vélez tuvo presión, intensidad, transiciones rápidas, ataques y goles. Esa fue la receta para que el Fortín escape a los puestos de abajo y finalice la Superliga clasificado a la Sudamericana 2020. 

En pocos días, cuando finalice su contrato, Heinze podrá darse un tiempo para analizar si éste es el momento para hacerse cargo de Newell’s. En la Lepra siempre hay talentos que esperan ser pulidos y cierta preferencia por el juego de ataque, pero también existe una desmedida desesperación por salir de un pozo que se volvió demasiado profundo y que puede devorarse a cualquiera, eso sin contar la pobrísima situación económica. Para cumplir el objetivo, como también se oye en la obra de Eastwood, "ser duro no será suficiente".