“Los pibes están en peligro”, repiten desde hace años las voces anónimas que militan y trabajan en los barrios de Rosario. La eclosión de la droga, el retroceso del Estado y los lazos sociales quebrados por décadas de marginación expusieron, como nunca, la vulnerabilidad de cientos de jóvenes que viven en los márgenes de la ciudad.

Hasta hace poco, la preocupación estaba centrada en la tercera infancia (10-12 años) y en la adolescencia. Los docentes fueron los primeros que alertaron da muertes por goteo. Un caso paradigmático fue el de Rolando Mansilla, un chico de 12 años acribillado durante una madrugada de 2015 en el techo de un búnker de Magallanes al 300 bis, en Ludueña Norte.

La problemática, lejos de resolverse, se enquistó con el paso del tiempo con ribetes aún más violentos. Las balaceras contra viviendas –una modalidad que creció en los últimos años—amplió el universo de víctimas. En la mira de los disparos quedaron los más pequeños, niños que recién están dando sus primeros pasos,  ajenos a la locura de los adultos.

Maite Ponce, de tan solo 5 años, se agregó el miércoles de madrugada a una lista que, lamentablemente, tiene otros nombres propios. Dormía en un sillón cuando una bala disparada desde la calle le acertó en un pómulo y le atravesó la cabeza. Su madre y sus dos hermanitas resultaron ilesas. Los disparos habían partido desde una moto en movimiento que pasó a toda velocidad por el frente de la vivienda.

En enero de 2014, Melanie Navarro, también de cinco años, quedó atrapada en una lluvia de balas. La nena jugaba con otros ocho niños en Flammarión al 4900 al filo de la medianoche de un martes de muchísimo calor.

Desde un auto abrieron fuego. Un balazo impactó en la cabeza de Melanie, quien quedó tirada boca abajo sobre la calle. Su mamá la cargó en brazos y un vecino la llevó hasta el Hospital de Niños Víctor J. Vilela, pero los médicos no pudieron hacer por ella.

Santino Relo apenas vivió dos años. En febrero de 2017 fue asesinado en medio de una feroz balacera que se desató en una humilde vivienda de barrio Godoy. Según la reconstrucción de aquel caso, un hombre enemistado con su padre por cuestiones económicas irrumpió a los tiros al ingresar por la parte trasera de la casilla de Pasaje 1709 al 7900 (27 de Febrero a esa altura).

Tres proyectiles impactaron en el pecho del nene, quien murió camino al hospital. Su padre y otro adulto resultaron gravamente heridos. La balacera, según explicó el fiscal Adrián Spelta, a cargo de la investigación, se perpetuó como venganza por el botín de un robo mal repartido.

Una crónica similar se publicó meses más tarde, en julio, en barrio Avellaneda Oeste. Dulce Duarte (5 años) jugaba en la casa de un familiar cuando los estruendos de la calle obligaron a todos a ponerse boca abajo.

Una bala pegó en su cabeza y la mató. "Todo esto fue una gran desgracia. El problema no era con la familia de la nena. La bronca viene con el cuñado del hermano mayor de Dulce. Le tiraban a la novia del pibe y le pegaron a la criatura. Es una locura, no se puede vivir así”, contó ese día una vecina de la zona.

La noche del último 8  febrero Jamil Riquelme (3 años) miraba videos en un celular tirado sobre el piso de su casa. En la puerta, sobre una reposera, estaba su padre, un traficante de drogas que estaba “marcado”, como se dice en la jerga del delito.

En un abrir y cerrar de ojos una moto negra con dos hombres con casco se estacionaron frente a la vivienda de Presidente Quintana al 3300. El acompañante bajó y vació un cargador de pistola calibre 9 milímetros contra el dueño de casa. Erró un sólo disparo, que impactó en la axila derecha de Jamil. Padre e hijo murieron en el acto.

Casos diarios con niños expuestos

Este martes, en República de El Salvador al 3200, en barrio Godoy, una casa fue rociada a balazos. Se registraron 16 impactos. El dueño de la propiedad llamó a los medios de comunicación para avisar que no es él a quien "andan buscando".

Su nieto y su mujer se salvaron de milagro. "Apago el televisor, me levanto de la silla y empieza el tiroteo. Lo tiré al piso a mi nieto. Cuando pasó, fuimos a la pieza y entramos a mirar. Fueron 16 tiros calibre 45. En la reja están las marcas. En mi pieza entraron dos balas. De milagro no mataron a mi señora y mi nieto", contó ante las cámaras de televisión.

Semana atrás, Marcelo Micheri, un vecino de Italia al 2100, estaba cenando junto a su familia y mirando un partido de fútbol por televisión cuando dos balas atravesaron los vidrios de una ventana. Casi matan a su nena de 9 años. “Se salvó de milagro”, contó con angustia.

En marzo, un nene de cincos años y una mujer fueron baleados desde una moto en los pasillos del Fonavi de Grandoli y Gutiérrez. La muchacha, de 30 años, tenía un bebé en brazos que no resultó herido. El pequeño, en tanto, recibió un impacto de bala en un pie y tuvo que ser hospitalizado.

Un caso muy grave que tampoco arrojó víctimas fatales ocurrió en marzo de 2016, cuando 40 nenes de entre 6 y 9 años practicaban en un canchita de fútbol del Club Infantil Defensores de América, en Casiano Casas y Washington.

Una ráfaga de balas perdidas de un tiroteo entre bandas hirió a dos de los chicos en las piernas. “Necesitamos urgente un paredón para cubrirnos de los tiros y para que los chicos puedan estar más tranquilos”, rogaron las autoridades en aquel entonces. El muro se construyó y los chicos corren y juega hoy con algo más de protección. Los balazos nunca cesaron fuera del predio.