Alemania destraba una crisis de gobernabilidad de más de cuatro meses de duración reeditando la Gran Coalición entre conservadores y socialdemócratas.

Pasaron 136 días desde las elecciones hasta que se alcanzó un acuerdo que permitirá formar una coalición capaz de gobernar. Cuando en octubre de 2017 la Unión Cristiano-Demócrata (CDU) de Angela Merkel obtuvo una victoria demasiado ajustada, se especulaba con que se configuraría la denominada Coalición Jamaica (por los colores de la bandera de ese país): negro de los conservadores de la CDU, amarillo de los liberales y verde de los ecologistas. Sin embargo, liberales y ecologistan nunca pudieron resolver sus diferencias. Fue entonces que comenzaron las tratativas para formar lo que los alemanes conocen como Gran Coalición, que reúne a los dos grandes bloques políticos del país, la CDU y el partido Social-Demócrata (SPD), cuyo conductor es Martin Schulz.

Las negociaciones se extendieron demasiado tiempo, en el afán de Merkel de esquivar unas nuevas elecciones que resultarían a todas luces imprevisibles en su resultado, dada la tendencia a la baja de su propio partido y al ascenso de la agrupación de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD). La incertidumbre respecto de la conformación del gobierno sembraron dudas acerca del futuro político inmediato de Merkel y, por efecto contagio, incertidumbre y dudas impregnaron a toda la política europea. Hasta que finalmente, prefiriendo resignar cuotas de poder para no perderlo todo, Merkel hizo concesiones dolorosas pero necesarias para alcanzar un acuerdo.

Gran Coalición

Esta será la tercera vez que en Alemania gobierne la alianza de conservadores y socialdemócratas. Merkel debió ceder los estratégicos ministerios de Finanzas y de Relaciones Exteriores, además de los de Trabajo, Justicia, Medio Ambiente y Familia, para poder acceder finalmente a su cuarto mandato tras doce años en el poder. La CDU de Merkel se quedará con las carteras de Defensa, Economía, Agricultura, Sanidad y Educación, mientras que su aliado bávaro -el conservador CSU- conocido por su línea dura en políticas migratorias, obtendrá los ministerios del Interior, Transportes y Desarrollo.

El acuerdo de gobierno contempla además una inversión multimillonaria en políticas sociales y educativas y pone especial énfasis en la ayuda a las familias. Es decir, se comprometen a gastar buena parte del nutrido superávit alemán, aunque también prometen mantener las cuentas equilibradas y no endeudarse. Los partidos han pactado también un tope al ingreso de refugiados -calculados entre 180 y 200 mil al año- y de sus familiares -mil por mes además de casos urgentes-, después de que un millón y medio de demandantes de asilo arribaran a Alemania en los últimos dos años. Las diferencias entre los partidos, sobre todo en materia laboral y del sistema público de salud -dos exigencias socialdemócratas- fueron las más difíciles de sortear y en la recta final de las negociaciones hicieron peligrar el acuerdo.

Sin embargo, para que la Gran Coalición III se haga efectiva, el pacto deberá aún someterse el 26 de febrero a la votación de los 463 mil afiliados del SPD, buena parte de los cuales se oponen a la alianza entre Schulz y Merkel.

Para muchos ciudadanos, los firmantes del acuerdo representan un moribundo pasado político. Para ellos no hay nada de nueva política sino más de lo mismo en época de cambio global. Los medios de comunicación de todas las vertientes criticaron lo que consideran falta de ambición de los políticos tradicionales para suscribir un pacto que debe servir para que Alemania sea capaz de afrontar sus cuentas pendientes, tales como la digitalización de la economía, la inmigración irregular o la fragmentación de un sistema político en el cual la extrema derecha parece haber llegado para quedarse. Porque si la alianza es ratificada, una de las consecuencias inmediatas será el reacomodamiento de fuerzas parlamentarias, de manera tal que AfD se transformará en el principal partido opositor. En ese caso, la Gran Coalición representará un blanco fácil para un partido con tendencia antisistema que vive de protestar contra todo lo que representa al orden establecido.

El problema es que de no conformarse la Gran Coalición, las otras dos alternativas eran notoriamente más preocupantes. La primera hubiera sido la formación de un gobierno de minoría, lo que supondría una rareza histórica en un país que aún convive con los fantasmas de la inestabilidad política de la República Weimar que desembocó en el Nazismo. La otra opción hubiera sido repetir las elecciones y prolongar el vacío político que mantuvo al país y a Europa en vilo.

Expectativas

Desde la Unión Europea (UE) se esperaba con impaciencia la definición política alemana para poner en marcha la batería de reformas con la que Francia y Alemania aspiran a refundar el bloque comunitario. Merkel aseguró estar convencida de que el momento es ahora, dado que la sintonía con Emmanuel Macron es buena y comparten una posición proeuropeísta. Además, ambos dirigentes apuntan a que las medidas sean adoptadas antes de las primeras elecciones europeas que se celebraran tras el obstáculo que supuso el Brexit.

Aunque aun es prematuro pronosticar el fin de la era Merkel, el resultado de las negociaciones dejó al desnudo la realidad. La canciller perdió poder y también liderazgo, algo que ella misma se encargó de confirmar cuando señalo ante los medios de comunicación la estrategia que defendería durante la larga negociación que con el SPD. “Todos deberemos hacer compromisos dolorosos y yo estoy dispuesta, si podemos garantizar que las ventajas predominan sobre las desventajas”.

Por éstas latitudes, los gobiernos de los países integrantes del Mercado Común del Sur (Mercosur) también están a la expectativa de que una vez salida de la parálisis política de los últimos meses, Alemania traccione a la UE para hacer efectivo un acuerdo entre los dos bloques regionales que permita agilizar el intercambio comercial. Si bien es posible que algunos rubros específicos de la economía local pudieran reactivarse con un eventual acuerdo UE-Mercosur, lo cierto es que la asimetría de poder entre ambos bloques hace prever que los hipotéticos beneficios no se trasladarían ni fácilmente ni de manera proporcional hasta el bolsillo del caballero y la cartera de la dama.

En lo que se refiere particularmente a la Argentina, el presidente Mauricio Macri ha encontrado en Angela Merkel una interlocutora válida, que comparte -al menos en el discurso- sus mismas preocupaciones. Macri deposita en ella las esperanzas de una alianza un poco más ventajosa que la que pudo desplegar con Donald Trump o con Emmanuel Macron.

Para Merkel, este mandato será seguramente el último, y corre el riesgo de erosionar su trayectoria por permanecer demasiado tiempo en el gobierno. Aferrarse demasiado tiempo al poder conlleva mayores probabilidades de contradecirse.