Los gobiernos de Grecia y de Turquía mantienen un tenso conflicto respecto del control de
las aguas en el mar Mediterráneo Oriental.

La enemistad entre griegos y turcos tiene raigambre histórica y no ha dejado de existir
aunque ambos países pertenezcan a la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN), la mayor alianza militar global que haya existido. El desencuentro más reciente,
que ha crispado los ánimos en la Unión Europea (UE), es respecto de quién controla el
fondo marino -rico en recursos energéticos- en aguas próximas a la isla-nación de Chipre.

La isla bonita

Al igual que Grecia, Chipre es un Estado miembro de la UE, y la mayoría de su población
es étnicamente de origen griego-chipriota. Pero el tercio norte de la isla, está habitado en
su mayor parte por personas de etnia turco-chipriota, y está controlado por una
administración proturca reconocida única y precisamente por Turquía, país que tiene
desplegadas allí miles de sus tropas.

En los últimos tiempos, la tensión entre Turquía y Grecia motivada por su influencia sobre
Chipre recrudeció. Recientemente, el gobierno griego anunció una batería de medidas
para mejorar su presencia militar en la zona. Lo que motivó esa medida fue que la
República Turca del Norte de Chipre concediera a empresas energéticas turcas licencias
para empezar a extraer petróleo y gas natural que tanto Grecia como el gobierno oficial
chipriota señalan como ilegítimas. El conflicto se intensificó durante el verano europeo,
cuando el gobierno turco envió un buque de investigación a las aguas en disputa,
escoltado por fragatas de la Armada, en una clara demostración de poder.

El gobierno griego respondió con el reclamo de sanciones por parte de la UE contra
Turquía, mientras que su par de Francia avivó las llamas al respaldar la protesta griega y
ofrecer apoyo militar. En tanto el conflicto escalaba, la decisión del gobierno de Erdogan
de convertir Hagia Sofía en Estambul nuevamente en una mezquita, lo empeoró todo.
Recuérdese que esa antigua basílica cristiana ortodoxa de la era bizantina, fue convertida
por los turcos en en mezquita, pero posteriormente, tras la caída de la monarquía
otomana, el edificio fue convertido en museo. Puede entenderse su reciente reconversión
en mezquita como un indicador del retroceso cultural y la radicalización ideológica del
régimen de Erdogan.

Ante este estado de cosas, todo parecía indicar que los dos países se encaminaban hacia
una guerra. Sin embargo, una intervención diplomática liderada por el gobierno de
Alemania logró que griegos y turcos dieran un paso atrás, aunque la amenaza de
sanciones todavía pesa para Turquía. Poco después, ambas partes acordaron un plan de
desescalada tutelado por la OTAN, que incluye un teléfono rojo al estilo del que usaron
soviéticos y estadounidenses durante la Guerra Fría, para evitar incidentes que pudieran
desencadenar un conflicto armado.

Cabe destacar que el derecho internacional abona la postura griega. De acuerdo a la
Convención de la Organización de las Naciones Unidas sobre la Ley del Mar (UNCLOS
por sus siglas en inglés), Grecia tiene derecho a establecer zonas económicas exclusivas
desde la costa de sus numerosas islas en la zona disputada, como por ejemplo la isla de
Kastelorizo que está justo enfrente de la costa turca. Chipre ha utilizado el mismo
argumento legal para firmar acuerdos de zonas económicas exclusivas con estados no
miembros de la UE como es el caso de Egipto, el Líbano e Israel.

Por su parte, el gobierno turco, que no ha suscripto a la UNCLOS, rechaza las zonas
económicas exclusivas griegas y chipriotas porque se superponen con las reclamadas por

Turquía y sus aliados

¿Por qué le importa esto tanto al gobierno de Erdogan? Primero, porque quiere reducir su
dependencia del gas natural procedente del Mar Caspio, de países productores como
Azerbaiyán, que está cada vez más cerca de entrar en un enfrentamiento abierto con
Armenia. Segundo, porque Erdogan apela a incentivar el nacionalismo turco para
recuperar popularidad en un momento en el cual la economía turca es duramente
golpeada por la pandemia de Covid-19. Tercero, cuanto más envalentonado se vea
Erdogan en su ambición de que Turquía proyecte su poder más allá de sus costas, más
se parecerá esa disputa a la cruzada de China por dominar el Mar de China Meridional.
En tal sentido, si la comunidad internacional no sanciona fehacientemente la avanzada
china ¿qué excusa tendría para hacerlo con Turquía?

En la encrucijada

El lugar más incómodo en esta historia queda reservado para la UE. Por una parte, el
bloque regional debe defender la integridad territorial de las aguas de dos Estados
miembro (Grecia y Chipre). Por la otra, no se puede permitir el lujo de titubeos ante el
gobierno turco, debido a su influencia sobre la política migratoria del bloque.

Especialmente después de que un incendio en el mayor campamento de refugiados de la
UE dejó a miles de inmigrantes sin lugar a donde ir. Además, comenzar una escalada con
Turquía podría involucrar a Rusia, cuyo gobierno es aliado del de Erdogan. Y ya existen
demasiados problemas entre la UE y Rusia como para agregarle otro.

Arribar a un acuerdo entre las partes no será tarea sencilla, aunque nadie pierde de vista
que un mal acuerdo es mejor que una buena guerra. Sin embargo, si bien sería
importante que alguien le pusiera un límite a la desmesura del presidente turco, nadie
parece demasiado dispuesto a desafiarlo.

Mientras tanto, Erdogan, devenido prácticamente en un sultán al viejo estilo del Imperio
Otomano, utiliza los conflictos internacionales para sostenerse cada vez que la política
local le depara una dificultad. Basta señalar la intervención en la crisis siria, en el conflicto
entre Armenia y Azerbaiyán, el acercamiento a Rusia y la puja actual con Grecia y Chipre.

El conflicto exterior siempre sirve para unificar el frente interno. Erdogan lo utiliza
magistralmente y además radicaliza cada vez más a su gobierno bajo el pretexto de
garantizar la seguridad frente a los enemigos exteriores.

El caso turco debe ser observado de cerca como un manual que enseña como un
liderazgo inescrupuloso es capaz de utilizar los resortes de la democracia para
desmantelar un sistema que era digno de imitar para Oriente Medio y convertirlo luego en
un despotismo como los de antaño.