En la recorrida por La Cariñosa había una historia a contar, la del posible desalojo. En ese marco, aparecían testimonios sobre la falta de agua, el pedido de iluminación, cloaca o pavimentos. También se coincidía en la preocupación por el hecho de que los remises y las ambulancias no entran al barrio. María, una de las vecinas, cuenta que había perdido un embarazo y su marido había tenido que llevarla de urgencia al hospital, porque no llegaban los médicos hasta su casa. Y justo ahí es cuando alguien le pide que hable a Hilda, una señora que hasta ahí no había dicho nada interrumpe: “A ella se le murió la mamá y un hermano, por lo del Covid”.

La que habla ahora es ella, Hilda Gallego. Con voz muy tímida, comienza su relato: “Mi mamá falleció. Ella estuvo tres días en cama. No levantó fiebre, pero llamamos a la ambulancia, esa que se paga, aunque no sirvió de nada. Estoy muy triste. Perdí a cuatro familiares en muy poco tiempo. Tres hermanos y mi mamá. Yo no sé cómo decirlo, pero nosotros necesitamos a alguien”. 

Parada al lado de un cerco, señala un poco más atrás, a la casa de al lado, en la que vivía su mamá. Y dice: “Cuando mi mamá y el marido de mi mamá vinieron acá, destroncaron todo, era monte esto. Se hicieron su casa. Pero lo que yo me pregunto es para qué uno paga asistencia médica si cuando los necesitás, no vienen. Nosotros llamamos al 0800 ese del Covid y nos empezaron a preguntar qué síntomas eran. ‘¿Cómo puedo saberlos si no soy médica? Tienen que venir ustedes a verla’, les dije. Pero no venían. Entonces me piden que les pase con mi mamá. Le hacen unas preguntas, sobre todo si podía respirar. Y le dijeron que si seguía así la iban a trasladar”.

Hilda continúa con su testimonio: “Ella pasó de un martes a un jueves sintiéndose mal y cuando yo la veo, le digo: ‘Má usted no puede seguir así, vamos al médico’. Y ella me dice: ‘Pero mirá si voy y me contagio’. Yo en ese momento le respondo: ‘Pero mamá, por cómo está usted, ya lo debe tener al virus’. Cuando la llevé al médico, le probaron el oxígeno de la sangre y estaba en 70. Fuimos al IPAM, de Sarmiento y Gaboto, que lo primero que nos dicen es que no tenían lugar. Y yo la encontré a la doctora de cabecera de mi mamá, que me dice: “¿Cómo la vas a traer así?” Yo le contesto: “Llamé acá, pero no me atendían. Hablé a los otros números y no la iban a ver. Yo si fuera médica ya la hubiera atendido, que se sentía mal. Y ahora acá, me dicen que no hay cama”. En ese momento, la doctora nuestra se porta muy bien, porque le consigue una cama. Pero mi mamá duró 15 días y murió”. 

Lo que sigue es el caso de su hermano: “A él le pasó casi lo mismo. Llamaba él o mi cuñada al 0800 y no conseguían atención. Al final él entró al Carrasco y cuando se sintió muy mal lo llevaron al Clemente Alvarez, donde falleció el 31 de octubre. Pero duró un poco más que mi mamá, aunque entró después y a los nueve días había muerto”

¿Y desde hace cuánto viven acá? Mi mamá y su marido vivían en Funes en una casa muy precaria. Se vinieron acá y construyeron esta de material, hace un montón de años. Fueron de los primeros en venirse. Ahora, él quedó viviendo solo. Lo pude ayudar algunas veces, pero necesita alguien permanente, está en silla de ruedas”. 

Hilda tiene 45 años y un enorme dolor encima. Unos diez vecinos también escuchaban en respetuoso silencio su relato. Apenas alguna gallina o alguno de los chiquitos que andaba por ahí, habían hecho algo de ruido. Ya con el grabador apagado, camina unos metros hasta la casa de su papá, Ramón Salazar. Y le pregunta si se puede sacar una foto con él a pedido de este cronista. El señor accede y enseguida ahí están los dos, frente a la casa que él construyó en La Cariñosa, con su perrita caniche en las piernas. Y una mirada profunda, que sin hablar lo dice todo.